miércoles, 13 de junio de 2012

Luchar contra el Mal



De repente, todo va mal.

Creemos que estamos obrando adecuadamente y, en consecuencia, confiamos en que nuestra actuación nos dé ciertos resultados satisfactorios, y, sin embargo, de repente todo va mal.

La vida se oscurece. Cuando creíamos estar en el buen camino, de pronto estamos perdidos. La senda se desvanece. El horizonte se nubla.

Vuelven entonces las dudas. Las seguridades tan costosamente alcanzadas se resquebrajan en un instante. Nos desmoralizamos. Nos decimos a nosotros mismos que tal vez nos hemos equivocado, que tal vez la lucha no valía la pena.


Pero esa duda forma parte de la lucha.

Esa oscuridad repentina que nos hace perder de vista la tenue claridad que creíamos haber atisbado y que nos señalaba la dirección a seguir, esa oscuridad que de repente nos devuelve al miedo, es el Mal combatiendo contra nosotros.

No hay que rendirse entonces. Que hayamos perdido de vista la luz no significa que ésta no exista. Sigue ahí, detrás de las nubes negras que el Mal está acumulando en nuestro cielo.

No queda sino apretar los dientes y seguir.


Cuando se oscurece la vida, cuando el camino se borra, ¿qué motivo hay para no tirar la toalla? ¿qué sentido tiene seguir aquí cuando todo a nuestro alrededor nos es hostil?

Quizás el único motivo es no dejar que el Mal avance.

Sin embargo, podemos llegar a pensar que ése no es nuestro problema. Pobres mortales zarandeados por las inclemencias de la vida, ¿por qué habríamos de implicarnos en la lucha? Ya sólo queremos descansar. Olvidar. Dormir...


Sólo que de eso que se ha dado en llamar “sueño eterno” también despertamos.

Y cuando despertemos allí, en el otro lado, sabremos que nuestro combate no ha sido en vano. Que hemos ayudado al Bien a ganar la guerra, aunque hayamos perdido muchas batallas.

«Para que triunfe el Mal, basta con que los buenos no hagan nada».

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