martes, 16 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal




Pitágoras enseñaba que el alma era inmortal, que se encontraba desterrada en la carne y que se veía obligada a transmigrar de cuerpo en cuerpo, hasta alcanzar su definitiva redivinización.

En numerosas tradiciones gnósticas se habla de un santuario para entrar en el cual hay que purificarse, despojarse de las vestiduras terrenales, los vestidos corporales de “sangre y carne”, y cubrirse con otras vestimentas de luz y gloria.
Sólo entonces se puede subir las escaleras, atravesar la puerta resplandeciente y contemplar la magnificencia del paraíso.

Ese lugar es el palacio celestial del Rey Sacerdote. Es el símbolo de lo sagrado. Y en él se halla el Grial.

El Grial es el reino de los espíritus bienaventurados que han dado la espalda al mundo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal



Las palabras de San Pedro constituyen un testimonio del transmigrar de las almas de un cuerpo a otro. Pedro dice que Cristo vino a predicar a los espíritus encarcelados, a los espíritus que se hallaban prisioneros en el cuerpo:
«Cristo murió una vez por nuestros pecados - siendo justo, padeció por los injustos - para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu.
Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente».
(lª Epístola de San Pedro, III, 18-20).

¿Qué acontece con las almas que no han recordado el camino de vuelta, que se han instalado en la materia?
Permanecen aquí abajo, emigrando de cuerpo en cuerpo, hasta el día en que, también ellas, ansían las estrellas.

«En verdad os digo: el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios».
(San Juan III, 3).

domingo, 14 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal



Según el mazdeísmo iraní, desde la eternidad dos principios luchan entre sí: el de la vida y el de la muerte.

El primero tiene por símbolo el sol; es la luz espiritual, la bondad, Ahura-Mazda (Ormuz).
El segundo, simbolizado por las tinieblas, es la maldad y la devastación, Ahriman.

Ahura-Mazda creó el cielo y la tierra, pero su creación fue desvirtuada debido a la intervención de Ahriman.

El ser humano tiene la obligación de luchar en pro del bien y en contra del mal.

Las almas de los muertos se dirigen al puente de Chinvat.
Los justos lo franquean y llegan al Garo-demana, la Casa de los Cantares, donde Ahura-Mazda tiene su trono.

Los pecadores pasan de largo ante él y permanacen en este mundo, el Drudjo-demana o Casa de la Mentira, hasta el día en que llegue el Salvador Saosyant, que muestra a todos los hombres el camino que lleva a Ahura-Mazda.

La lucha entre ambos principios debe durar doce mil años, pero al fin Ahriman será vencido gracias a la intervención del Salvador Saosyant. Esto ocurrirá el día del Juicio Final.

El Salvador Saosyant nacerá de una virgen, resucitará a los muertos, separará a los buenos de los malos.
Los pitagóricos le llamaban también Rhadamanthys, juez de los muertos.
El “Último Juicio” no entregará a los malos a la condenación eterna, sino que éstos, convertidos por la bondad de Ahura-Mazda, reconocerán a éste como a su único dios.

A partir del día del Juicio Final no habrá ya sino luz y amor.

sábado, 13 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal



La Tierra y todo cuanto alberga ha sido creado por el dios de la muerte. Nada terreno tiene valor.

El alma es de naturaleza divina, y tiene que transmigrar hasta que, purificada de la materia, pueda entrar en el otro mundo, el del espíritu.


El dios del mundo del espíritu es el Dios de la Luz.

viernes, 12 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal




Así como en nosotros existen dos mundos, el espíritu y la carne, así también en el universo hay dos principios de acción: el Bien y el Mal. El Bien es Dios; el Mal es Lucifer.
Nosotros, los humanos, somos emanación de estos dos principios. El hombre espiritual, el alma, es obra de Dios. El hombre material, el cuerpo, es hechura de Lucifer. Nuestra alma es divina y eterna. Nuestro cuerpo es perecedero. Los espíritus son de Dios; los cuerpos son del Maligno.

El Apocalipsis describe la lucha entre San Miguel y Lucifer. La antigua serpiente arrastró consigo la tercera parte de las estrellas, es decir, de ángeles, y los apresó en la Tierra.

El alma, creada por Dios, se encuentra apresada en la Tierra hasta que haya comprendido la vanidad de esta vida y desee retornar al Espíritu, recuperar su esencia divina. La envoltura corporal impide la salida del alma y reprime sus auténticos deseos de dejar la Tierra para pasar a un mundo más feliz. Las almas tienen que desmaterializarse hasta que se abra ante ellas la puerta de su verdadera patria.

La Tierra es el Infierno.
Si se contempla este mundo, son evidentes su imperfección, su miseria y su caducidad. La materia de la que está hecho es perecedera y es la causa de innumerables males y sufrimientos. La materia contiene en sí el principio de la muerte.
Todo lo visible material ha sido creado por Lucifer. Son suyas todas las cosas terrestres, él las gobierna e intenta conservarlas bajo su dominio.

Las almas proceden de la sustancia de la divinidad.
¿Qué es la vida terrenal? ¡Nada! Hay que pensar en la eternidad y afrontar con alegría la muerte.
La muerte no es sino el desprenderse de un vestido sucio, despojarse de él; hacer como la mariposa, que abandona la crisálida.
Ya los griegos llamaban al alma Psiche, es decir: mariposa.

jueves, 11 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal




Santiago, III, 11: «¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga?»

Existe incompatibilidad entre lo bueno y lo malo. Lo malo no puede provenir de lo bueno. Si la causa es buena, tienen que serlo también los efectos.

Si la creación procede de un Dios bueno, ¿por que no la ha hecho perfecta como Él mismo? Y si ha querido crearla perfecta y no ha podido, resulta que tampoco Él es perfecto. Si ha podido crearla perfecta y no ha querido hacerlo, resultaría que no es bueno. Por consiguiente, Dios no puede haber creado el mundo terrestre, las criaturas terrenales no han podido ser creados por Dios.

Las cosas que acontecen en este mundo apenas tienen algo que ver con la voluntad de Dios, pues, ¿cómo Dios iba a ser la causa de tanto desorden y confusión? ¿Cómo atribuir a Dios la creación de un cuerpo que tiene por único destino la muerte, después de haber sido torturado por todo tipo de males?

Los efectos malos provienen de causas malas. El mundo, que no puede haber sido creado por un Dios bueno, ha de tener por creador un principio malo.

Jehová prohibió a Adán comer del árbol de la ciencia. O sabía que el ser humano iba a comer de aquel fruto o no lo sabía. Si lo sabía, no hizo sino inducirlo a la tentación para llevarlo al pecado y provocar así su perdición. Ese creador no puede ser Dios.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal




Hay una antinomia fundamental entre el Bien y el Mal.

Cuando el Tentador dice a Cristo: «Todo esto te daré si te prosternas y me adoras», ¿cómo habría podido ofrecérselo si no le hubiera pertenecido? Y ¿cómo podría pertenecerle si no fuera su creador?
Cuando Cristo habla de las plantas que su Padre celestial no ha plantado, ello ha de significar que han sido plantadas por otro.
Cuando Juan el evangelista habla de los «hijos de Dios que no han nacido de la carne ni de la voluntad de la sangre», ¿de quién son, en cambio, los hombres nacidos de la carne y de la sangre? ¿De quién son hijos sino de otro creador, sino del Diablo, que, según palabras del propio Cristo, es «su padre»?:
«Vuestro padre es el diablo. Éste fue asesino desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; es mentiroso y padre de la mentira. El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios» (Juan VIII, 44-47).

Todos los pasajes del Nuevo Testamento donde se habla del demonio, de la lucha entre la carne y el espíritu, del hombre viejo del que hay que despojarse, del mundo sumido en el pecado y en las tinieblas, manifiestan la antítesis que existe entre Dios, cuyo reino no es de este mundo, y el príncipe de este mundo.

El Reino de Dios es el mundo invisible, absolutamente bueno y perfecto, el mundo de la luz: la ciudad eterna. Un lugar donde «no hay ni hombre ni mujer, pues todos son uno en Cristo Jesús».