domingo, 23 de octubre de 2011

La Divina Comedia (1)


Pocas obras tan cargadas de sentido místico, tan llenas de significados gnósticos, como la Divina Comedia de Dante.


El tema de la Comedia es un viaje de iniciación y conocimiento. Dante es el Viajero, el Caminante, el Peregrino, que se ve acompañado por sucesivos guías o maestros a lo largo de las distintas etapas del viaje.


El poema comienza la víspera del Viernes Santo.
El personaje, Dante Alighieri, tiene treinta y cinco años, y por ende se encuentra "a mitad del camino de la vida":


"Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
ché la diritta via era smarrita.
Ahi quanto a dir qual era è cosa dura
esta selva selvaggia e aspra e forte
che nel pensier rinova la paura!"


El poema comienza con Dante (el ser humano) perdido en un bosque oscuro y rodeado de bestias salvajes (un leopardo, un león y una loba).


No se trata de un espacio físico sino de una selva espiritual: un estado de confusión mental y emocional.
Una selva en la que Dante es incapaz de encontrar la "senda verdadera" (diritta via).


Está cayendo en un "profundo lugar" (basso loco) donde "el sol es silente" (‘l sol tace):


"Tal mi fece la bestia sanza pace,
che, venendomi 'ncontro, a poco a poco
mi ripigneva là dove 'l sol tace.
Mentre ch'i' rovinava in basso loco,
dinanzi a li occhi mi si fu offerto
chi per lungo silenzio parea fioco.
Quando vidi costui nel gran diserto,
«Miserere di me», gridai a lui,
«qual che tu sii, od ombra od omo certo!»"


Dante es finalmente rescatado de ese lugar tenebroso por el poeta romano Virgilio, que le dice que ha venido en su ayuda enviado por Beatriz.


Virgilio representa la razón, la sabiduría, la poesía, mientras que Beatriz simboliza la iluminación divina.


Dante y Virgilio comienzan un viaje al mundo de ultratumba.


Virgilio y los sucesivos guías van a conducir a Dante por un largo camino de purificación, formación, perfeccionamiento e iniciación por lugares desconocidos, hasta llegar a la contemplación de Dios.


El Infierno comienza en la noche; la llegada al Purgatorio tiene lugar al alba (símbolo de la esperanza); la entrada en el Paraíso se produce a mediodía. Nueve son los círculos del Infierno, nueve los escalones del Purgatorio y nueve los cielos del Paraíso.


Los cambios de guía marcan las etapas fundamentales del proceso: Las sustituciones se producen a la entrada en el Paraíso y a la entrada en el Empíreo (la Ciudad de Dios).


A lo largo del viaje, Dante encontrará su propia identidad y encontrará a Dios.

 

viernes, 21 de octubre de 2011

Todo será Luz


Mucha gente cree que en el Más Allá se reencontrará con sus familiares, que Allá están, aguardándoles, sus padres fallecidos, sus abuelos, todo su núcleo familiar, como si el otro mundo no fuera a ser sino una continuación mejorada de éste.


Cuando se nos muere un ser querido, con frecuencia nos consuela pensar que lo volveremos a ver, y que incluso sigue a nuestro lado, guiándonos, ayudándonos...


Que se mantenga algún tipo de vínculo entre espíritus que en la Tierra hayan tenido una especial afinidad, cuando muera uno de ellos, es posible. Pero de eso a creer que, al morir, va a salir a nuestro encuentro nuestra familia, hay un trecho.


No hay ningún motivo para pensar que las relaciones familiares puedan mantenerse en el otro mundo. Las relaciones familiares vienen determinadas por la procreación, que es un hecho físico, y desaparecerán con la desaparición de su soporte físico. El ser humano no procrea almas. Las relaciones familiares son un accidente biológico.


Esas afirmaciones de personas que han estado a punto de morir y que nos cuentan que vieron a sus familiares fallecidos que venían a recogerles, problamente no son sino proyecciones de los propios deseos, recuerdos y expectativas. La familia es un hecho biológico y se acaba cuando la muerte pone fin al ciclo biológico.


La visión de un “Cielo” lleno de familias es una visión bastante terrenal del Más Allá.


Mateo XIX, 29:
“Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna.”


La familia tiene importancia emocional e importancia social, pero no podemos creer que el ámbito del espíritu se organiza como nuestro mundo material. Nuestro espíritu existía antes de su encarnación en la Tierra, y seguirá existiendo tras la desencarnación que supone la muerte.


En nuestro breve paso por este mundo, amamos y desamamos, establecemos con seres como nosotros relaciones que, después de todo, responden exclusivamente a cuestiones accidentales, al hecho de nacer en determinado lugar, en determinada época, en determinado contexto.


La enseñanza cátara, como la de los antiguos eremitas, trasciende tiempo y espacio. Los cátaros como individuos concretos fueron exterminados, pero su enseñanza no pertenece a unos años ni a un país determinado. Su enseñanza apela al hombre en su más absoluta desnudez.


Quizás existe la reencarnación. Quizás el espíritu tenga, en esta Tierra, sucesivos contextos, sucesivos vínculos familiares, sucesivos afectos. Son afectos terrenales. Pasajeros, por muy profundos e inmutables que los creamos. Los llamados “Diez Mandamientos de la Ley de Dios”, que incluyen el honrar a los padres, esencialmente no son sino reglas básicas para regir la sociedad.


Pero el alma no se rige por leyes, por mandatos y prohibiciones, por premios y castigos. En el Más Allá el amor ya no será un lazo entre individuos concretos, sino la esencia misma de la vida del espíritu. El amor será Dios, y en Dios todos los espíritus. No habrá más patria que Dios. No habrá más familia que Dios. Patria y familia son conceptos terrenos.


En el Más Allá no habrá reglas, no habrá sociedades. La Luz de Dios lo inundará todo. Todo será Luz.

jueves, 13 de octubre de 2011

Conocer a Dios


No es imposible conocer a Dios. Se puede conocer al Espíritu. No del todo. Pero se pueden tener indicios. Hay que buscar. Levantar el velo.


Dicen los físicos que hay algo que llaman “agujeros de gusano”, que comunican distintos planos de la realidad. Bueno, hay que buscar esos agujeros y adentrarse por ellos. Hay que buscar las pistas, seguir las intuiciones.


No es fácil. Hay que prestar mucha atención, porque la señal es muy tenue, pero es posible.


Como los cátaros, los místicos encontraron esa vía de comunicación. Conocieron, e intentaron transmitirnos ese conocimiento.


No es imposible la comunicación con el otro lado. A lo largo de los tiempos, el hombre ha ido estableciendo contactos. Y, si prestamos atención a esos canales abiertos, hay cosas que podemos conocer. Podemos también, quizás, establecer nuevos canales.


Es difícil traducir a Dios a un lenguaje familiar. Pero que no podamos describirlo con palabras no significa que no podamos saber nada de él. No estamos totalmente incomunicados. Se trata de una experiencia personal, pero es incluso posible que haya algún modo de expresarla y transmitirla a otros.


Caminando en soledad por senderos poco transitados, de pronto uno puede sentir que no va solo. De pronto se establece una conversación con Dios. Conversación sin palabras. No una oración, sino una especie de inmersión en otra esfera.
De pronto se siente allí una extraña energía, una expansión del espíritu, una fuerza que te llena de bienestar. ¿Por qué? ¿Y por qué allí?
Aquel sitio, algunos sitios, son lugares de fuerza. Lugares, a veces, perdidos en plena estepa, lugares que no aparecen en los mapas, lugares donde nos espera Dios...
Se siente allí de pronto una extraña comunicación con algo que no se puede describir, algo que aporta una sensación de paz y al mismo tiempo de vigor; como si se abriera una puerta para indicar por dónde proseguir la búsqueda.


Esas aperturas pueden producirse también en la soledad del hogar. No es algo que ocurra constantemente; ni siquiera a menudo. Pero a veces ocurre, y siempre hay que estar a la espera de que vuelva a ocurrir. Un instante en el que el relámpago atraviesa la noche y deja ver algo de lo que hay a lo lejos. Sólo un instante. Lo suficiente, quizás, para ratificar que no te has perdido, que puedes seguir avanzando.


A veces pasa tiempo sin que “suceda” nada. O tal vez las propias interferencias mundanas impiden apreciarlo. Es lo que los místicos llamaban “noche oscura del alma”. Entonces hay que ser fuerte. Confiar en seguimos estando en el bando de Dios. Quizás ha habido señales que no hemos sabido entender. Quizás estábamos entretenidos por el tráfago del mundo, desasosegados por problemas terrenales. Hay que recuperar la calma, sacar la barca de la tormenta, confiar en que Dios, si puede, volverá a dar señales de vida.

martes, 11 de octubre de 2011

La resurrección de la carne


El mensaje esencial de Jesucristo no pudo ser la resurrección de la carne, porque esa recuperación de la materia en realidad es algo irrelevante.


Lo que pasara con el cuerpo de Jesucristo no es un asunto trascendental. Jesucristo era Espíritu y volvió al Espíritu, y lo que ocurriera con la apariencia material que tomó para comunicarse con nosotros es secundario.

El Demiurgo que gobierna la materia se ensañó con el cuerpo, considerando que esa batalla era crucial, pero la victoria de Jesucristo pertenece a otro ámbito.

Jesucristo es el Revelador.


La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como consecuencia lógica de la fe en un Dios creador del hombre en alma y cuerpo. Pero, según el catolicismo, se trata de una resurrección en “cuerpo glorioso”, en “cuerpo espiritual”. El significado de esa expresión la misma Iglesia Católica afirma que se nos escapa y que no es accesible más que por la fe.


Jesucristo no ha resucitado porque no ha muerto. Ésa es la enseñanza cátara. El espíritu no muere. Construir una religión sobre la esperanza en la resurrección de la carne es una locura. El espíritu no tiene necesidad de la carne. Creer que la carne se transfigurará en “otra cosa” no conduce a nada.


No resucitaremos porque no moriremos. El día de la muerte es sólo el día de la liberación. Si sabemos prepararnos para ella, el día de la muerte puede ser el más feliz de nuestra existencia en este lugar inhóspito. Volveremos a la casa del Padre, al territorio del Espíritu.


¿Qué sería la resurrección? ¿Qué sería un “cuerpo espiritual”?


Ese “cuerpo de gloria” es tan sólo el empeño por asimilar lo inasimilable. Si el cuerpo se convierte en espíritu deja de ser cuerpo. ¿Qué necesidad tendría el espíritu de recuperar un cuerpo corrompido y transformarlo en algo “parecido” al espíritu? Y, si así fuera, ¿qué relevancia tiene? El cuerpo convertido en espíritu sería espíritu y ya nada tendría que ver con esta materia dolorida y defectuosa que nos mantiene atados a ras de tierra.


La doctrina de la resurrección de la carne, convertida en “carne gloriosa”, fue un esfuerzo por justificar la creencia de que la carne fue creada por Dios. Un esfuerzo por “justificar” a ese Dios al que se atribuye la creación de la materia defectuosa.


Sin embargo, lo que ocurra con la materia una vez hayamos vuelto al Espíritu puede sernos indiferente. Una vez retornados al Espíritu, no volveremos a esta prisión.


Ésta no es la residencia propia del espíritu. Nuestros cuerpos morirán y se descompondrán para siempre, y no hay motivo para creer que el espíritu pueda tener intención de recuperar esta carga.

El día de la victoria de la Luz sobre la Sombra, la materia desaparecerá para siempre.


El espíritu que ha completado el proceso de recuperación de la memoria, en el feliz día de la muerte se desembarazará de esta lastimosa envoltura para siempre y podrá, por fin, ser libre. Si nos paramos a escuchar al espíritu, comprenderemos que todo en él anhela liberarse de este envoltorio, desprenderse de las ataduras que le impiden volar.