jueves, 23 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 4. Resúmenes. V. De la imposibilidad de que Dios cree a otro Dios




El verdadero Dios, con todo su poder, no puede, no ha podido jamás y no podrá nunca, ni voluntaria ni involuntariamente, crear a otro Dios Señor y creador absolutamente igual a Él en todo punto.
Es imposible que el Dios bueno pueda hacer a otro Dios semejante a Él en todas las cosas, es decir: autor de todos los bienes, eterno, sin comienzo ni fin; que no haya sido engendrado por quienquiera que sea, como el Dios bueno, que no ha sido nunca hecho, ni creado, ni engendrado.

Sin embargo, existe otro Dios, señor y príncipe, además del verdadero Señor Dios.


Ha dicho Isaías: "Señor Dios nuestro, amos extranjeros nos han poseído sin Ti; haz que, estando en Ti, ahora no nos acordemos sino de tu nombre" (Isa., XXVI, 13).
Y David ha dicho: "Nos hemos olvidado del nombre de nuestro Dios y hemos extendido nuestras manos hacia un Dios extranjero" (Sal., XLIII, 21). Y además: "Todos los dioses de las naciones son demonios" (Sal., XCV, 5).
Sofonías dice: "El Señor será terrible en su castigo; reducirá a la nada a todos los dioses de la tierra" (Sof., II, 11).


Y el apóstol dice en la segunda epístola a los Corintios: "Si el evangelio que predicamos está todavía velado, es para aquéllos que perecen; para aquéllos cuyo dios de este siglo ha cegado los espíritus, a fin de que no sean esclarecidos por la luz del evangelio glorioso y fulgente de Jesucristo, que es la imagen de Dios." (2 Co., IV, 3-4).


Cristo dice en el Evangelio de San Mateo: "Nadie puede servir a dos amos; puesto que, u odiará a uno y amará al otro, o respetará a uno y despreciará al otro. No sabríais servir a Dios y a Mammón" (Mt., VI, 24).
Cristo dice de nuevo en el Evangelio de Juan: "El príncipe del mundo va a venir, aun cuando no haya nada en mí que le pertenezca" (Jn., XIV, 30).
Y también: "Es ahora cuando el príncipe de este mundo va a ser desalojado" (Jn., XII, 31).


miércoles, 22 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 4. Resúmenes. IV. Del final del Poderoso-en-el-mal



Esto está claramente expresado en las divinas Escrituras; que el Señor verdadero Dios destruirá al "Poderoso" y a todas sus fuerzas que trabajan cada día contra Él y contra su creación.


David dice de aquél que es poderoso en malignidad: "Es por eso por lo que Dios os destruirá para siempre; os arrancará de vuestro puesto, os hará salir de vuestra tienda y quitará vuestra raíz de la tierra de los vivos" (Sal., LI, 7). Y para solicitar la ayuda de su Dios contra este Poderoso, David dice: "Rompe el brazo del malo; Tú le castigarás por sus prevaricaciones y no será más. El Señor reinará en todos los siglos y en la eternidad" (Sal., X, 15-16). También dice: "Un momento más y el malvado ya no será, miraréis el sitio donde estaba y ya no lo encontraréis allí" (Sal., XXXVI, 10).
Está escrito en los Proverbios de Salomón: "El impío será arrojado en su malicia" (Pr., XIV, 32).


El apóstol, haciendo alusión a la destrucción del "Poderoso" por el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo, dice a los Hebreos: "Destruyó con su muerte a aquél que tenía el imperio de la muerte, es decir al diablo" (Heb., II, 14).
Así, nuestro Señor se ha esforzado en destruir, no solamente a este Poderoso, sino también a todas las fuerzas o Dominaciones que alguna vez han sojuzgado, por el Poderoso, a las criaturas del Dios bueno sometidas al imperio de este malo.
Dice el apóstol en la primera epístola a los Corintios: "Y entonces llegará la consumación de todas las cosas, cuando haya devuelto el reino a su Dios y Padre y haya aniquilado todo imperio, toda dominación y todo poder, toda virtud maligna..., y la muerte será el último enemigo que será destruido" (1 Co., XV, 24-26).
El mismo apóstol dice a los Colosenses: "Demos gracias a Dios Padre, que nos ha arrancado del poder de las tinieblas y nos ha hecho entrar en el reino de su Hijo bienamado" (Col., I, 12-13). Dice también: "Cuando estabais muertos, Jesucristo os ha hecho revivir con Él. Ha borrado por sus disposiciones la cédula escrita por nuestra mano, la cual daba testimonio contra nosotros: ha abolido está cédula que nos era desfavorable, atándola a su cruz. Y habiendo desarmado a las potencias y los principados, los ha expuesto como espectáculo, tras haber triunfado por sí mismo" (Col., II, 13-15).


Cristo dice en el Evangelio de San Mateo, cuando van a prenderlo: "Es ésta vuestra hora y la del poder de las tinieblas" (Lu., XXII, 53).
Por lo que se ha de creer que el poder de Satanás y de las tinieblas no pueden proceder del Señor verdadero Dios.

martes, 21 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 4. Resúmenes. III. De la existencia de otro poder, el Mal



Puesto que Dios no es poderoso en el mal, ya que no tiene poder para hacer aparecer el mal, debemos creer que hay otro principio que es poderoso en el mal.
De él provienen todos los males que han sido, que son y que serán.


Es de él de quien seguramente David ha querido hablar, cuando dice: "¿Por qué te glorificas en tu malicia, tú que sólo eres poderoso para cometer iniquidad? Tu lengua ha meditado la injusticia durante todo el día; has introducido, como un cuchillo afilado, tu engaño. Has amado más la malicia que la bondad, y has preferido un leguaje de iniquidad al de la justicia" (Sal., LI, 3-5).
El profeta Daniel dice: "Y como miraba atentamente, vi que este cuerno hacía guerra contra los santos y tenía ventaja sobre ellos, hasta que el Anciano de los Días apareció". (Da., VII, 21-22). Y dice también: "Tras ellos se levantará otro que… hablará insolentemente contra el Altísimo, quebrantará a los santos del Altísimo, y pensará mudar los tiempos y la ley" (Da., VII, 24-25). Y de nuevo: "Elevó su gran cuerno hasta los ejércitos del cielo e hizo caer a los más fuertes y a aquéllos que eran como estrellas... y los holló. Se elevó incluso hasta el príncipe de la fortaleza y le quitó su sacrificio perpetuo y deshonró el lugar de su santuario" (Da., VIII, 9-11).
Y San Juan dice en el Apocalipsis: "Otro prodigio apareció también en el cielo: un gran dragón rojo que tenía siete cabezas y diez cuernos y siete diademas sobre sus siete cabezas. Arrastraba con su cola la tercera parte de las estrellas del cielo y las hizo caer sobre la tierra" (Apoc., XII, 3-4); "el gran dragón, esta antigua serpiente que es llamada Diablo y Satán, sedujo a todo el mundo" (Apoc., XII, 9).


Ante semejantes testimonios parece cosa imposible que este Poderoso, así como su poder o fuerza, hayan sido creados por el Señor verdadero Dios, puesto que obra cada día muy malignamente contra Él, y porque este Dios, el nuestro, se esfuerza vigorosamente por combatirlo. Lo que no haría el verdadero Dios si el mal procediese de Él.


Es por lo que hay que creer que existe otro Principio, el del Mal, que es poderoso en iniquidad, del que fluyen el de Satanás, el de las tinieblas y el de todas las dominaciones que se oponen al verdadero Dios.

lunes, 20 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 4. Resúmenes. II. De la omnipotencia de Dios



Aun cuando en los testimonios de las Santas Escrituras el Señor verdadero Dios es llamado todo-poderoso, no hay que creer que es llamado así porque pueda hacer -y haga- todos los males, ya que el Señor no puede -y no podrá jamás- hacer el mal, como se lo dice el apóstol a los Hebreos: "Es imposible que Dios mienta" (Heb., VI, 18); y el mismo apóstol declara en la segunda epístola a Timoteo: "Si nosotros le somos infieles, Él no dejará de ser fiel; puesto que Él no puede renunciar a Sí mismo" (2 Ti., II, 13).


Y si se nos objeta: "El Señor verdadero Dios es todopoderoso porque, no solamente puede hacer -y hace- todos los bienes, sino también porque podría hacer todos los males, incluso mentir y destruirse a sí mismo, si quisiera, pero no quiere"; la respuesta es fácil:

Dios no puede hacer el mal.


El poder de hacer el mal no pertenece al verdadero Señor Dios. La razón es que todo atributo de Dios es Dios mismo, porque Él no está compuesto y no comporta en manera alguna "accidentes". En consecuencia, es necesario que Dios y su voluntad sean una misma cosa.

El Dios bueno no es calificado de todopoderoso porque podría hacer todos los males que han sido y que son y que serán, sino que es todopoderoso en lo que concierne a todos los bienes que han sido y que son y que serán. Él es la causa absoluta y el principio de todo bien, pero no es nunca, de ninguna de las maneras, causa de mal.


En cuanto al argumento que consiste en decir que "si no lo hace es porque no lo quiere", no tiene ningún valor, puesto que Él mismo y su voluntad son uno.

viernes, 17 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 4. Resúmenes. I. Del Creador




Nuestro Señor Dios no es el creador y autor de los elementos de este mundo impotentes y vacíos de los que se habla en la epístola a los Gálatas: "¿Cómo os volvéis hacia los elementos impotentes y vacíos bajo los cuales queréis estar en esclavitud?" (Gál., IV, 9).


El apóstol dice, además, a los Colosenses: "Si, muriendo con Jesucristo, estáis muertos a estos groseros elementos dados al mundo, ¿cómo os dejáis imponer leyes, como si vivierais en este primer estadio del mundo?..." (Col., II, 20-22).


Y aún menos podemos admitir que nuestro Señor sea el creador y autor de la muerte, y de cosas que son por esencia en la muerte, porque, como está escrito en el Libro de la Sabiduría: "Dios no ha hecho de ningún modo la muerte" (Sab., I, 13).


Luego entonces, y sin lugar a dudas, existe otro creador o "factor", que es principio y causa de la muerte, de la perdición y de todo mal.

 

sábado, 11 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 3. Signos universales



Donde se niega que por "todo" y por los otros términos "universales" haya que entender a la vez, los bienes y los males.


Los signos universales del Bien

En la primera epístola a Timoteo el apóstol nos dice: "Porque todo lo que Dios ha creado es bueno" (1 Ti., IV, 4).
El Eclesiastés dice igualmente: "Todo lo que Dios ha hecho es bueno" (Ec., III, 11).
Está escrito en el libro de la Sabiduría: "¡Cuán amables son sus obras!"
Y en los Salmos de David: "Qué grandes y excelentes son tus obras, Señor" (Sal., CIII, 24).
El apóstol dice a los romanos: "Todas las cosas son puras" (Ro., XIV, 2), y: "Todo es puro para aquellos que son puros" (Ti., I, 15).

Los signos universales precitados sólo se aplican a lo que es bueno, muy puro y que debe durar hasta el fin de los siglos. Es del todo imposible que se pueda designar con estos "universales" a los bienes y los males a la vez, y a las cosas transitorias y las permanentes.


Los signos universales del Mal

Se lee en el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades y todo vanidad" (Ec., I, 2); y en otro sitio: "He visto todo lo que se hace bajo el sol y he hallado que todo era vanidad y aflicción de espíritu" (Ec., I, 14); y también: "Todas las cosas tienen su tiempo, y todo pasa bajo el cielo luego del término que le ha sido prescrito. Hay tiempo de nacer, hay tiempo de morir" (Ec., III, 1-2); y esto además: "Todo es vanidad y todo tiende a un mismo lugar. Han sido todos ellos sacados de la tierra, y tornarán todos a la tierra" (Ec., III, 19-20); y, por último: "Es por lo que la vida se me ha vuelto aburrida, considerando que toda clase de males existen bajo el sol, y que todo es vanidad y aflicción de espíritu" (Ec., II, 17).
El apóstol dice a los Colosenses: "Si muriendo con Jesucristo estáis muertos a estas groseras instrucciones dadas al mundo, ¿cómo os dejáis imponeros leyes como si vivierais en este primer estado del mundo? No comas tal cosa, no pruebes esto, no toques aquello. No obstante son cosas que se consumen todas por el uso." (Col., II, 20-22).
El mismo apóstol dice a los Filipenses: "Todas estas cosas que yo consideraba ventajosas, las he mirado como una pura pérdida a causa de Jesucristo. Digo más: todo me parece una pérdida cuando lo comparo con el bien tan excelente del conocimiento de Jesucristo, mi Señor, por el amor a quien he tenido a bien perder todas las cosas, mirándolas como a basura, a fin de ganar a Jesucristo." (Flp., III, 4-8).
En el evangelio de San Mateo, Cristo dice al escriba: "Si quieres ser perfecto ve a vender todo lo que tienes" (Mt., XIX, 21); lo que significa: abandona todo lo que tienes carnalmente, según la ley. De ahí el fragmento siguiente: "Entonces Pedro, tomando la palabra dijo: Tú ves que nosotros hemos dejado todo y que te hemos seguido" (Mt., XIX, 27).
Y San Juan, en la primera epístola: "No améis ni el mundo, ni lo que está en el mundo; si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Ya que todo lo que está en el mundo es, o concupiscencia de la carne, o concupiscencia de los ojos, u orgullo de la vida; lo que no viene de ninguna manera del Padre sino del mundo" (1 Jn, II, 15-16).

Estos términos responden a todo aquello que está por reconciliar con Dios, por restaurar, por concluir, por vivificar mediante la acción del Señor verdadero Dios y de su Hijo Jesucristo.

Se debe ver claramente que estos términos universales que designan las cosas malas, vanas, transitorias no son del mismo género que los otros términos universales correspondientes a las cosas buenas, puras, deseables y que durarán hasta el final de los siglos.

Unas y otras no participan de la misma esencia, y no pueden de ninguna manera entrar en una misma universalidad -puesto que se destruyen mutuamente y se combaten- ni proceder de una misma causa.

El profeta Daniel dice a propósito de Nabucodonosor, rey de Babilonia: "Y, después de su reinado, cuando las iniquidades se hayan acrecentado, se elevará un rey que tendrá la impudicia en la frente, que entenderá las parábolas y los enigmas. Su poder se establecerá, y hará un extraño estrago, y triunfará en todo aquello que haya emprendido. Hará morir tal como le plazca a los más fuertes del pueblo de los santos. Llevará con éxito todos sus artificios y todos sus engaños; su corazón se envanecerá cada vez más y, viéndose colmado con toda clase de prosperidades, hará morir a muchos. Se levantará contra el príncipe de los príncipes" (Da., VIII, 23-25).
Job se expresa así: "Las casas de los ladrones públicos están en la abundancia, y se elevan audazmente contra Dios" (Job XII, 6).


Que la totalidad de los bienes y la totalidad de los males no proceden de una sola y misma causa

Luego entonces es evidente que los términos universales: Omnia (toda cosa), Universa (el conjunto de las cosas), Cuncta (todas las cosas juntas), y los otros términos del mismo género que se encuentran en las Escrituras santas, no incluyen a la vez el bien y el mal, la pureza y la impudicia, lo transitorio y lo permanente; por la razón esencial de que bien y mal son absolutamente opuestos y contrarios, y no pueden provenir de una misma causa.

En efecto, Jesús, hijo de Syrac, dice: "El bien es contrario al mal, la vida a la muerte; así el pecador es contrario al justo. Considerad de esta manera todas las obras del Altísimo" (Ec., XXXIII, 15).
Pablo dice en la segunda Epístola a los Corintios: "¿Qué unión puede haber entre la justicia y la iniquidad? ¿Y qué comercio entre la luz y las tinieblas? ¿Qué acuerdo entre Jesucristo y Belial? o ¿Qué sociedad entre el fiel y el infiel? y ¿Qué relación entre el templo de Dios y los ídolos?" (2, Co., VI, 14-16).

Lo que equivale a decir: la justicia y la iniquidad no participan de la misma esencia, ni la luz y las tinieblas; Cristo no puede de ninguna manera entenderse con Belial; y hay que buscar la explicación a su oposición en el hecho de que las cosas enemigas y contrarias no tienen la misma causa. Ya que si fuera de otra manera: si la justicia y la iniquidad, la luz y las tinieblas, Cristo y Belial, el fiel y el infiel, procediesen de la causa suprema de todos los bienes, participarían todos de la misma naturaleza, se acoplarían en lugar de destruirse mutuamente, como es evidente que lo hacen el bien y el mal cada día según lo antedicho: "El mal es el contrario del bien y la muerte de la vida".

Es preciso concluir por todo lo que precede que existe otro principio, el principio del Mal, que es causa y origen de toda iniquidad, de toda impudicia, de toda infidelidad, y también de todas las tinieblas. Si no fuera así, el verdadero Dios, que es la Pureza suprema, debería ser considerado como la causa absoluta y el principio de todo el Mal. Todas las oposiciones, todas las contrariedades emanarían de Él. Lo que sería muy loco sostener.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 2. La Creación



El Señor ha dicho por boca de Isaías: "Yo soy el Señor y no hay ningún otro. Soy yo quien forma la luz y quien forma las tinieblas" (Isa., XLV, 6-7).

Hay que entender esta autoridad como que significa: No hay otro Señor sino yo que forme la luz: es decir: que forme a Cristo quien es la verdadera luz "que ilumina a todo hombre que viene a este mundo", como lo dice San Juan en el Evangelio (Jn., I, 9), y que "forme" las tinieblas: es decir: que, al iluminar este mundo, separe la luz de la tiniebla, como se ha dicho en el Evangelio: "Este pueblo que moraba en las tinieblas ha visto una gran luz" (Mt., IV, 16; Isa. IX, 2); y en la Epístola a los Efesios: "Pues no erais antes sino tinieblas, pero ahora sois luz en nuestro Señor: portaos como hijos de la luz" (Ef., V, 8).

He aquí en qué sentido se ha dicho en las Escrituras que el Señor ha creado las tinieblas y el mal.


Pero, si no existiese un Mal del que no es Dios la causa esencial y directa, sería Él, este verdadero Dios, la causa profunda y el principio de todo mal. Lo que es absurdo pensarlo del verdadero Dios.


Es absolutamente imposible creer que el Señor verdadero Dios haya creado las tinieblas y el mal a partir de la nada, como nuestros adversarios creen, aun cuando Juan les hubo afirmado en la primera epístola: "Que Dios es la luz misma y que no hay en Él nada de tinieblas" (2 Jn, I, 5), y que en consecuencia, las tinieblas no existen en modo alguno por Él.

Por lo tanto las tinieblas deben ser exceptuadas del término universal que emplea el apóstol en la epístola a los romanos: "Ya que todo es de Él, todo es por Él, y todo es en Él" (Ro., XI, 36).


Es por lo que Cristo puede decir de sí mismo: "Yo soy la luz del mundo. Aquél que me sigue no camina, de ningún modo, en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn., VIII, 12).

Ya que las tinieblas no han sido de ninguna manera creadas por nuestro Señor el verdadero Dios y su Hijo Jesucristo, sino que eran una realidad preexistente.