domingo, 20 de noviembre de 2011

La Divina Comedia, El Empíreo (8)


La más famosa descripción del Empíreo es la ofrecida por Dante en la La Divina Comedia, tras atravesar los nueve cielos del Paraíso.


El Empíreo es el más alto lugar. Es el sitio de la presencia de Dios, donde residen los ángeles y las almas acogidas en el Paraíso.


Según el modelo de Ptolomeo, la Tierra se encontraba en el centro del universo, rodeada por ocho esferas celestes (los cielos): en las primeras siete había un planeta (Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno) y en la octava se encontraban las estrellas.
Los teólogos medievales, inspirándose en la doctrina de Aristóteles, incorporaron un noveno cielo, el Primer Móvil, que no estaba contenido por ningún otro y que originaba y alimentaba el movimiento de los otros ocho.


El Empíreo se encuentra más allá, sobre los nueve cielos.
No está limitado espacialmente ni constituido por materia, como sí lo estaban las otras regiones.
Es un sitio espiritual, fuera del tiempo y del espacio.
Mientras los nueve cielos están en continuo movimiento, el Empíreo se encuentra eternamente inmóvil.


Desde el último cielo, Dante levanta la mirada y ve un punto muy luminoso rodeado por nueve órbitas centelleantes, nueve círculos de fuego:
“Allí vi un punto que irradiaba luz
tan recia que los ojos que la enfocan
deben cerrarse por el fuerte brillo”
(Canto XXVIII, 16-18).


Beatriz le explica que la luz es Dios y los círculos ígneos son los nueve coros angelicales, los nueve órdenes de ángeles.
Beatriz describe el Empíreo en los siguientes términos:
Con ademán y voz de guía experto
«Hemos salido ya - me dijo ella -
del mayor cuerpo al cielo que es luz pura:
luz intelectual, plena de amor;
amor del cierto bien, lleno de dicha;
dicha que es más que todas las dulzuras.
Aquí verás a una y otra milicia
del paraíso, y una de igual modo
que en el juicio final habrás de verla.»
(Canto XXX, 37-45)


Dante y Beatriz han llegado al extremo del mundo.
Desde el Primer Móvil, ascienden a una región que está más allá de la existencia física: el Empíreo, que es la morada de Dios, la Ciudad de Dios.
Beatriz, que representa la teología, se hace en este lugar más bella que nunca, y Dante se ve envuelto por la luz:
“Como un súbito rayo que nos ciega
los visibles espíritus, e impide
que vea el ojo aun cosas muy brillantes,
así me circundó una luz viva,
y dejóme cegado con tal velo
su fulgor, que nada pude ver.
«El amor que este cielo tiene inmóvil
siempre recibe en él de igual manera,
por preparar a sus llamas la vela».”
(Canto XXX, 46-54).


El Empíreo es la auténtica morada de las almas, más allá de las esferas astronómicas, más allá de los planetas y las estrellas.
Los espíritus que han ido apareciendo en los sucesivos cielos lo han hecho para ir mostrando a Dante gradualmente el camino de la gloria, el proceso de ascenso y de desasimiento del mundo físico.
Pero todas las almas que ha conocido Dante en el Paraíso, incluyendo a Beatriz, tienen su morada en la rosa mística. A su alrededor hay ángeles.


Beatriz ocupa su lugar entre los bienaventurados, y la sustituye como guía San Bernardo de Claraval, que va a ser el maestro de Dante en esta última parte del viaje.
Beatriz ruega por Dante en el momento de la invocación del santo a María.
Cuando Beatriz pasa a ocupar su lugar en la rosa, Dante ya se encuentra más allá de la teología y a su vez puede contemplar directamente a Dios, y San Bernardo, en cuanto místico contemplativo, será su guía en esta última etapa.
El santo ayuda a Dante para que pueda sostener la visión de Dios.
Así, finalmente Dante puede ver la Luz, contemplar a Dios y fundirse con la divinidad y comprender así los misterios, encontrar las respuestas a los interrogantes, ser iluminado.


Dante entra en contacto directo con Dios:
“Mas por mi vista que se enriquecía
cuando miraba su sola apariencia,
cambiando yo, ante mí se transformaba.
En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores;
Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera.
¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino
a mi concepto! y éste a lo que vi,
lo es tanto que no basta el decir «poco».
¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas!”
(Canto XXXII, 112-126).


La Divina Comedia termina con el poeta tratando de entender cómo los círculos logran encajar, y cómo la humanidad de Cristo se refiere a la divinidad del Sol.
No obstante, como Dante señala, para continuar “no bastan las propias alas”.
Tras un rayo de comprensión, que el poeta no puede explicar, Dante entiende, y su alma se integra en total armonía con el amor divino:
“Faltan fuerzas a la alta fantasía;
mas ya mi voluntad y mi deseo
giraban como ruedas que impulsaba
Aquel que mueve el sol y las estrellas.”
(Canto XXXIII, 142-145).


A Dante le fallaron las fuerzas para explicar la visión directa de Dios.

 

sábado, 19 de noviembre de 2011

La Divina Comedia, El Paraíso, II (7)


La octava esfera es el círculo de las estrellas fijas, el “stellatum”.
En el octavo cielo moran las “almas triunfantes”, que aparecen como innumerables luces envueltas por el resplandor de Cristo.


Desde esa altura (desde la estrella de géminis, bajo la cual nació el autor), Dante vuelve la vista atrás para contemplar tanto las siete esferas por las que ha pasado como la Tierra.


Beatriz le insta a ello:
“Tan cerca estás de la salud excelsa,
dijo Beatriz, que debes desde ahora
tener los ojos claros y agudísimos;
pero, antes de adentrarte más arriba,
mira hacia abajo, y cata cuánto mundo
debajo de tus pies ya he colocado.”
(Canto XXII, 124-129).


Dante lo hace, contempla la pequeñez e insignificancia de la Tierra, y comenta:
“Con la mirada me volví hacia todas
las siete esferas, y tal vi este globo
que sonreí ante su vil semblante.
Y por mejor el parecer apruebo
que lo tiene por menos; y el que piensa
en el otro, de cierto es virtuoso.”
(Canto XXII, 133-138).


En esta esfera, antes de proseguir, Dante debe pasar una especie de examen sobre las virtudes.
Tras una oración de Beatriz, Dante es interrogado:
San Pedro le examina sobre la fe.
Santiago le examina sobre la esperanza.
San Juan le examina sobre el amor.


A continuación Dante y Beatriz ascienden a la novena y última esfera, al círculo exterior, el “Primum Mobile” (Primer Motor) o “Cristalino”, el cielo habitado por los ángeles, el límite entre lo natural y lo sobrenatural.


Es la esfera mayor, llamada Primer Móvil pues es la primera que se mueve, recibiendo su impulso de Dios y transmitiéndolo a las esferas concéntricas de los cielos inferiores.
Dios mueve el Cristalino directamente, y por reacción a su vez se mueven todas las otras esferas que alberga:


“El ser del mundo, que detiene el centro
y hace girar en torno a lo restante,
tiene aquí su principio como meta;
y este cielo no tiene más comienzo
que la mente divina, donde prenden
la virtud y el amor que de él emanan.
El amor y la luz, a éste rodean
como a los otros éste; y solamente
a este círculo entiende quien lo ciñe.”
(Canto XXVII, 106-114)


En esta esfera residen las jerarquías angélicas, que aparecen distribuidas en nueve círculos de fuego que giran en torno a un punto luminoso, que es Dios.
Así ve Dante a Dios: Como un intenso punto de luz rodeado por nueve anillos de ángeles.


Por encima sólo se encuentra el Empíreo, que es inmóvil (en la teología medieval el movimiento no era compatible con la perfección, pues implicaba cambio).
La potencia divina que reside en el Empíreo, esencia del universo celestial, imprime a los cielos subyacentes un movimiento rotatorio, muy fuerte en el primer móvil pero cada vez más lento, hasta llegar a la Tierra.


El lugar efectivo de residencia de las almas es el Empíreo:
Dios ha distribuido a las almas en los cielos inferiores para que se manifestaran al poeta según su experiencia terrena.

viernes, 18 de noviembre de 2011

La Divina Comedia, El Paraíso, I (6)


Virgilio, que simboliza la razón, ha desaparecido.
Beatriz, quien representa la teología, toma el lugar de guía: Es imposible llegar a Dios tan solo con la razón, siendo necesaria la verdad iluminada.
Por el Paraíso Dante es acompañado y guiado por Beatriz, cuyo nombre significa “dadora de felicidad”.


El poeta expone la dificultad de describir el recorrido que implica el “trashumanar”, es decir, el ir más allá de la condición terrenal.
Pero confía en el apoyo del Espíritu (el “buen Apolo”):
“En el cielo que más su luz recibe
estuve, y vi unas cosas que no puede
ni sabe repetir quien de allí baja;
porque mientras se acerca a su deseo,
nuestro intelecto tanto profundiza,
que no puede seguirle la memoria.”
(Canto I, 4-9).


Dante apenas consigue describir el Cielo.
Las imágenes de los condenados eran expresivas e impresionantes. Las de los bienaventurados, en cambio, resultan desvaídas. En general, siempre las representaciones del Infierno tienen una fuerza de la que carecen las del Paraíso. Ello quizás se debe a que conocemos el dolor y la desgracia mucho mejor que la felicidad. Podemos describir la enfermedad mucho mejor que la salud, que en realidad es un mero no encontrarse mal.


Mientras el Infierno y el Purgatorio son sitios terrestres, el Paraíso es un mundo inmaterial, etéreo, dividido en nueve cielos.
El Paraíso comienza en la cima del Monte Purgatorio, al mediodía del miércoles después de Pascua.
Del Paraíso Terrestre, Dante y Beatriz ascienden al primer cielo a través de la Esfera de Fuego, que separa el mundo contingente del incorruptible y eterno.


El Paraíso está compuesto por nueve órbitas concéntricas, en cuyo centro se encuentra la Tierra.
Al principio un círculo de luces brillantes gira alrededor de Dante y Beatriz.
Tras ascender por la atmósfera superior, Beatriz guía a Dante a través de los cielos del Paraíso hacia el Empíreo, que es donde reside Dios.
Los primeros siete cielos llevan el nombre de cuerpos celestes del sistema solar, que en su orden son: Luna, Mercurio, Venus, Sol (que representa la luz de la sabiduría, y en donde se hallan los filósofos), Marte, Júpiter, Saturno.
A su vez, los astros están organizados según la jerarquía de los ángeles.
El último par de cielos lo constituyen las estrellas fijas y el Primer Móvil.
Las nueve esferas son concéntricas, como en la clásica teoría geocéntrica de la cosmología medieval.


Para atravesar las esferas cristalinas del Reino de los Cielos, se utiliza la reflexión de la luz:
En cada etapa Beatriz mira fijamente los engranajes celestiales y Dante contempla el reflejo de éstos en los ojos de ella, hasta que ambos son transportados al círculo siguiente.


En cada uno de los siete primeros círculos celestes, que se corresponden con planetas, se encuentran las almas bienaventuradas.
La relación entre Dante y los beatos es diferente de la que había sostenido con los habitantes de los otros dos reinos.
Durante su viaje, Dante conoce y departe con varias almas bendecidas. Pero el poeta deja claro que todas viven en estado de beatitud en el Empíreo, por lo que no se debe pensar que las encontradas en los cielos se encuentren efectivamente en un lugar distinto de las de los mayores santos.


Todas las almas del Paraíso se encuentran en el Empíreo, en la cuenca de la Rosa Mística, desde la cual contemplan directamente a Dios. Sin embargo, para que el viaje por el Paraíso sea más fácil de comprender, las almas aparecen por cielos, en una precisa correspondencia astrológica entre las cualidades de cada planeta y el tipo de experiencia espiritual vivida por el personaje que se presenta. De esa manera, en el cielo de Venus se encuentran los espíritus amantes, mientras que en el de Saturno se hallan los contemplativos.


En el viaje a través del Paraíso, Dante tiene presente el esquema del Itinerario de la mente en Dios de San Buenaventura, que establecía tres grados de aprendizaje de inspiración platónica: el Extra-nos, la experiencia de los siete cielos, que corresponde al conocimiento sensible de la teoría platónica; el Intra-nos, o la experiencia de las estrellas fijas, correspondiente a la visión; y el Supra-nos, o la experiencia del Empíreo, que se corresponde con el conocimiento inmaterial, con el conocimiento contemplativo, con la Sabiduría.


De los 33 cantos del Paraíso, 27 transcurren en los círculos celestes, por debajo del Empíreo.
Las nueve esferas celestiales reproducen el sistema astronómico descrito por Ptolomeo: los siete planetas, las constelaciones y el Primer Motor.
Más allá del sistema celestial pero encerrando en sí mismo los nueve cielos se halla el Empíreo: la Divinidad.


En el Primer cielo (Luna), Dante departe con los beatos acerca de la doctrina platónica sobre el regreso de las almas a las estrellas.

En el Segundo cielo (Mercurio), se afronta el tema de la corruptibilidad o incorruptibilidad de las almas y la resurrección de los cuerpos.

En el Tercer cielo (Venus) Dante habla con sus interlocutores sobre las razones de las diferentes índoles humanas.

En el Cuarto cielo (Sol) las cuestiones teológicas, filosóficas y morales tratadas se refieren al esplendor de las almas beatas tras la resurrección.
En el Sol, que es la fuente de luz de la Tierra, Dante encuentra los máximos ejemplos de prudencia: las almas de los sabios, quienes ayudaron a iluminar el mundo intelectualmente.

En el Quinto cielo (Marte) las cuestiones discutidas hacen referencia al combate por Dios.

En el Sexto cielo (Júpiter) se aborda la inescrutabilidad de la voluntad divina: Por qué algunas almas son condenadas.
Dios es descrito como “dulce amor que de risa te envuelves”.

El Séptimo es el cielo de Saturno, que se caracteriza por la meditación. En esta esfera se encuentran quienes en vida se consagraron a actividades contemplativas. Aparecen como resplandores que suben y bajan los peldaños de una “escala celeste” luminosa, intensamente dorada, tan alta que su cumbre se pierde. Se trata de una alegoría de la sabiduría.


“Y ella no reía; mas «Si me riese
-dijo- te ocurriría como cuando
fue Semele en cenizas convertida:
pues mi belleza, que en los escalones
del eterno palacio más se acrece,
como has podido ver, cuanto más sube,
si no la templo, tanto brillaría
que tu fuerza mortal, a sus fulgores,
rama sería que el rayo desgaja».”
(Canto XXI, 4-12)


Hasta ahora Beatriz había sonreido. A partir del séptimo cielo deja de sonreir. En la sonrisa de Beatriz se refleja Dios, y ahora, ante la cercanía de la Divinidad, su luminosidad cegaría a Dante.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La Divina Comedia, El Purgatorio, II (5)


En el Purgatorio el alma pasa por un proceso de purificación que es como una ascensión al llegar a cuyo último tramo se encuentra ya “dispuesta para subir a las estrellas” (Canto XXXIII, 145).


En la última cornisa hay un muro de fuego, y tras él una escalera por la que se llega al Paraíso.


Dante se siente asustado.


En el universo de Dante, el fuego no representa al Maligno sino a la Divinidad, y el temor del poeta no es el miedo al Mal sino el sobrecogimiento ante el Misterio.


La aproximación a la Divinidad no puede hacerse con indiferencia. La Divinidad es Luz que “quema”, Luz que “ciega”.
La aproximación a la Divinidad necesita un proceso previo de preparación, de aprendizaje, de conocimiento.


El paso por el Infierno y el Purgatorio ha sido el camino a través del cual Dante ha aprendido.
A pesar de ello, ante la puerta que da acceso a la Divinidad, Dante siente un temor que no había sentido en el Infierno. Los horrores que ha presenciado en el Averno le eran más conocidos. Eran “terrestres”, “humanos”. Ahora Dante se encuentra ante el Misterio.


Dante se siente asustado y Virgilio le conforta, pero han de despedirse, porque Virgilio no puede acceder al Paraíso.


En la puerta del Paraíso terrestre, Virgilio debe separarse del poeta:
Virgilio, símbolo de la filosofía y humanidad no cristiana, no puede ayudarle más.


En la cima del Monte Purgatorio se encuentra el Paraíso Terrenal o Jardín del Edén.


En el jardín celeste, a la entrada del Paraíso, Dante es acogido por Matelda, quien es una anticipación de la llegada de Beatriz.


Matelda, personificación de la felicidad, muestra a Dante dos ríos:


El Leteo, cuyas aguas hacen olvidar los males cometidos, y el Eunoe, que hace recordar el bien realizado.


Antes de entrar en el Paraíso el alma bebe de los dos ríos. Así el hombre se purifica: El mal es perecedero y el bien es inmortal.


Dante busca a Virgilio, pero éste ya no se encuentra con él.
Matelda se ofrece a reunir a Dante con Beatriz.


Beatriz reprocha a Dante sus pecados y ambos se reconcilian. Se prepara así el ascenso a las esferas del Paraíso.


Dante bebe las aguas de los dos ríos, que hacen olvidar lo malo y recordar lo bueno, y sigue a Beatriz, que simboliza el camino hacia Dios.


Al igual que en las otras dos partes de la Divina Comedia, el Purgatorio acaba con la palabra "estrellas" (Canto XXXIII):


De aquel agua santísima volví
transformado como una planta nueva
con un nuevo follaje renovada,
puro y dispuesto a alzarme a las estrellas.


Dado que la cavidad infernal llegaba hasta el centro de la Tierra, la montaña del Purgatorio debe ser muy alta:
Su cima está inmediatamente debajo de la Esfera de Fuego (la más externa de las esferas sublunares).