jueves, 14 de junio de 2012

La alegría pasó por tu puerta...




El camino cátaro consiste en ir perdiendo los apegos terrenales; en irse desprendiendo de los vínculos. De todos los vínculos.

De los vínculos con las cosas, cuya acumulación a nuestro alrededor nos dificulta la visión del horizonte.

De los vínculos con las personas, que nos lastran y nos impiden alzar el vuelo.


«Nada te turbe». Ése ha de ser el objetivo. Conseguir que nada terrenal nos turbe, para poder centrar los esfuerzos en la búsqueda.

El sonido que puede encauzar nuestros pasos en la dirección adecuada es muy tenue. Llega de muy lejos. Es sofocado por el ruido terrestre. Hay que estar muy atento para escucharlo, y muy concentrado para poder interpretarlo y no confundirlo con un ruido más.

Es la voz que nos llama por nuestro nombre. Cuando se oye, hay que seguirla, no vaya a ser que nos entretengamos y, cuando queramos ponernos en marcha, hayamos dejado de escucharla y ya no sepamos hacia donde ir.

Nos criticarán. No importa. Si hemos de entretenernos en responder a cada crítica, en dar explicaciones a cada censura, no partiremos nunca. La sociedad humana es una gran tela de araña que nos enreda. Ya Jesús nos avisó de que habríamos de dejar a nuestras familias.


Esa voz que pronuncia nuestro nombre es una llamada individual. Podemos tratar de explicar cómo escucharla, pero, en última instancia, sólo cada uno de nosotros puede escuchar la voz que pronuncia nuestro nombre respectivo.

La voz nos llama a todos, pero la llamada es individual. Si otros nos dicen que han escuchado la voz que les llama, prestemos atención a lo que explican; nos ayudará; pero sepamos que sólo nosotros podremos oir nuestro nombre; nadie puede escucharlo por nosotros, del mismo modo que nosotros no podemos oir el nombre de otros.

Hay que estar alerta. Buscar el silencio. Hacer preguntas. Quizás la voz sea tan tenue que la confundamos con el viento. Hay que estar alerta, y seguirla cuando la escuchemos.


Era una mañana y abril sonreía.
Frente al horizonte dorado moría
la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
cual tenue ligera quimera, corría
la nube que apenas enturbia una estrella.

Como sonreía la rosa mañana,
al sol del oriente abrí mi ventana;
y en mi triste alcoba penetró el oriente
en canto de alondras, en risa de fuente
y en suave perfume de flora temprana.

Fue una clara tarde de melancolía.
Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
de mi casa al viento... El viento traía
perfumes de rosas, doblar de campanas...

Doblar de campanas lejanas, llorosas,
süave de rosas aromado aliento...
...¿Dónde están los huertos floridos de rosas?
¿Qué dicen las dulces campanas al viento?

Pregunté a la tarde de abril que moría:
—¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
La tarde de abril sonrió: —La alegría
pasó por tu puerta - y luego, sombría:
—Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.

(Antonio Machado)


 

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