miércoles, 20 de junio de 2012

Esto también es búsqueda



Sí, esto también es búsqueda:
La obra de los artistas; el mensaje de los textos; la dulzura de un instante; la calma de un lugar...



martes, 19 de junio de 2012

lunes, 18 de junio de 2012

Converso con el hombre que siempre va conmigo...



¿Cómo saber si hemos interpretado bien el mensaje? ¿Cómo saber si realmente hay un mensaje que interpretar?

No hay demostraciones científicas. Nadie nos va a firmar un certificado de que vamos por el buen camino... Seguramente tampoco podremos transmitir a nadie nuestra propia certeza.

Pero, cuando la tengamos, habremos de arriesgarlo todo por ella. Por la certeza de que había un mensaje y de que hemos sabido interpretarlo.

Implicará riesgos e implicará renuncias. Quizás tengamos que abandonar relaciones. Intentarán convencernos de que nos estamos equivocando; de que estamos locos. Nos criticarán; se burlarán...

Sigamos adelante. Tapémosnos los oídos a las voces externas. Atémonos al timón. Procuremos mantener la calma en la tormenta. Controlemos el miedo.

Tendremos miedo. Estamos solos. Nos toman por locos. La sociedad nos dice que no valemos nada.

No importa. Aferrémonos a nuestra certeza. A ese instante en el que vimos y escuchamos y estuvimos seguros del mensaje.


Luego han llegado los días oscuros. Quizás hemos llorado, y ni siquiera hemos tenido a alguien que nos confortara. El nuestro no es un miedo comunicable. Si pedimos ayuda, probablemente intentarán que abandonemos la búsqueda, que nos adaptemos.

Será fuerte la tentación, porque estamos solos en medio de un bosque oscuro.

No. No estamos solos. Sigamos hablando con esa voz que un día escuchamos. «Aunque camine por el Valle de las Sombras, no temeré mal alguno».


Las respuestas pueden llegar a través de unas notas de música, o de la aridez de un sendero, o del silencio de una biblioteca, o de la conversación con un desconocido...

No se trata de una única respuesta definitiva. La verdad se va revelando poco a poco. Débiles rayos de sol traspasan con dificultad la espesa niebla.

Son ángeles que salen a nuestro encuentro. Nos hemos puesto en camino, vamos atentos a las señales. En el comienzo de la búsqueda, eso es lo único que podemos hacer. Ponernos en camino, y esperar a que algún enviado nos salga al encuentro. Cuando cae la oscuridad, eso es lo único que podemos hacer. Seguir caminando, y confiar en que algún enviado nos tienda la mano.

A veces no los reconocemos. Su voz se confunde con las demás voces, o es apagada por los terremotos que con frecuencia sacuden nuestro interior.

Si no nos rendimos, si no retrocedemos, volveremos a oirla. Se calmarán las aguas. Se deshará la niebla.


Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo, espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

(Antonio Machado)

jueves, 14 de junio de 2012

La alegría pasó por tu puerta...




El camino cátaro consiste en ir perdiendo los apegos terrenales; en irse desprendiendo de los vínculos. De todos los vínculos.

De los vínculos con las cosas, cuya acumulación a nuestro alrededor nos dificulta la visión del horizonte.

De los vínculos con las personas, que nos lastran y nos impiden alzar el vuelo.


«Nada te turbe». Ése ha de ser el objetivo. Conseguir que nada terrenal nos turbe, para poder centrar los esfuerzos en la búsqueda.

El sonido que puede encauzar nuestros pasos en la dirección adecuada es muy tenue. Llega de muy lejos. Es sofocado por el ruido terrestre. Hay que estar muy atento para escucharlo, y muy concentrado para poder interpretarlo y no confundirlo con un ruido más.

Es la voz que nos llama por nuestro nombre. Cuando se oye, hay que seguirla, no vaya a ser que nos entretengamos y, cuando queramos ponernos en marcha, hayamos dejado de escucharla y ya no sepamos hacia donde ir.

Nos criticarán. No importa. Si hemos de entretenernos en responder a cada crítica, en dar explicaciones a cada censura, no partiremos nunca. La sociedad humana es una gran tela de araña que nos enreda. Ya Jesús nos avisó de que habríamos de dejar a nuestras familias.


Esa voz que pronuncia nuestro nombre es una llamada individual. Podemos tratar de explicar cómo escucharla, pero, en última instancia, sólo cada uno de nosotros puede escuchar la voz que pronuncia nuestro nombre respectivo.

La voz nos llama a todos, pero la llamada es individual. Si otros nos dicen que han escuchado la voz que les llama, prestemos atención a lo que explican; nos ayudará; pero sepamos que sólo nosotros podremos oir nuestro nombre; nadie puede escucharlo por nosotros, del mismo modo que nosotros no podemos oir el nombre de otros.

Hay que estar alerta. Buscar el silencio. Hacer preguntas. Quizás la voz sea tan tenue que la confundamos con el viento. Hay que estar alerta, y seguirla cuando la escuchemos.


Era una mañana y abril sonreía.
Frente al horizonte dorado moría
la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
cual tenue ligera quimera, corría
la nube que apenas enturbia una estrella.

Como sonreía la rosa mañana,
al sol del oriente abrí mi ventana;
y en mi triste alcoba penetró el oriente
en canto de alondras, en risa de fuente
y en suave perfume de flora temprana.

Fue una clara tarde de melancolía.
Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
de mi casa al viento... El viento traía
perfumes de rosas, doblar de campanas...

Doblar de campanas lejanas, llorosas,
süave de rosas aromado aliento...
...¿Dónde están los huertos floridos de rosas?
¿Qué dicen las dulces campanas al viento?

Pregunté a la tarde de abril que moría:
—¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
La tarde de abril sonrió: —La alegría
pasó por tu puerta - y luego, sombría:
—Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.

(Antonio Machado)


 

miércoles, 13 de junio de 2012

Luchar contra el Mal



De repente, todo va mal.

Creemos que estamos obrando adecuadamente y, en consecuencia, confiamos en que nuestra actuación nos dé ciertos resultados satisfactorios, y, sin embargo, de repente todo va mal.

La vida se oscurece. Cuando creíamos estar en el buen camino, de pronto estamos perdidos. La senda se desvanece. El horizonte se nubla.

Vuelven entonces las dudas. Las seguridades tan costosamente alcanzadas se resquebrajan en un instante. Nos desmoralizamos. Nos decimos a nosotros mismos que tal vez nos hemos equivocado, que tal vez la lucha no valía la pena.


Pero esa duda forma parte de la lucha.

Esa oscuridad repentina que nos hace perder de vista la tenue claridad que creíamos haber atisbado y que nos señalaba la dirección a seguir, esa oscuridad que de repente nos devuelve al miedo, es el Mal combatiendo contra nosotros.

No hay que rendirse entonces. Que hayamos perdido de vista la luz no significa que ésta no exista. Sigue ahí, detrás de las nubes negras que el Mal está acumulando en nuestro cielo.

No queda sino apretar los dientes y seguir.


Cuando se oscurece la vida, cuando el camino se borra, ¿qué motivo hay para no tirar la toalla? ¿qué sentido tiene seguir aquí cuando todo a nuestro alrededor nos es hostil?

Quizás el único motivo es no dejar que el Mal avance.

Sin embargo, podemos llegar a pensar que ése no es nuestro problema. Pobres mortales zarandeados por las inclemencias de la vida, ¿por qué habríamos de implicarnos en la lucha? Ya sólo queremos descansar. Olvidar. Dormir...


Sólo que de eso que se ha dado en llamar “sueño eterno” también despertamos.

Y cuando despertemos allí, en el otro lado, sabremos que nuestro combate no ha sido en vano. Que hemos ayudado al Bien a ganar la guerra, aunque hayamos perdido muchas batallas.

«Para que triunfe el Mal, basta con que los buenos no hagan nada».

domingo, 10 de junio de 2012

¿Qué significa el Grial?




La “búsqueda” de Perceval es un camino de transformación, de iniciación. El adolescente salvaje, ignorante, recorre el camino del conocimiento.

Lo ha emprendido desde su primer encuentro con esos cinco caballeros relucientes que surgen del bosque. Esa visión del esplendor de las armas constituye una experiencia religiosa.


En ese largo camino, el Castillo del Grial no es un lugar más, sino un espacio maravilloso, una aparición milagrosa. El héroe visita el otro mundo para adquirir conocimiento. La visita de Perceval al Castillo es un contacto con lo sagrado, aunque, en ese momento, él mismo no sea consciente de ello.

El señor del castillo, el rey al que un rato antes Perceval ha visto pescando en el río, resulta estar herido.


El rey invita a Perceval a cenar.
Cuando entra en la sala la doncella que porta el grial
«se hizo una claridad tan grande
que las candelas perdieron su brillo,
como les ocurre a las estrellas
cuando sale el sol o la luna»
(«une si grans clartez i vint
qu’ausi perdirent les chanloiles
lor clarté come les estoiles
font quant solaus lieve ou la lune»).
La visión de la luz del Grial marcará para siempre a Perceval.
Pero no dice nada. Toda la sala está a la espera de sus palabras, pero Perceval se calla.
Perceval era el esperado para hacer la pregunta. En el castillo se le ha entregado una espada como regalo, señal de que lo estaban aguardando.
Pero el héroe calla.


En El Cuento del Grial, de Chrétien de Troyes, Perceval no pregunta cuando tiene que hacerlo. Piensa hacerlo al día siguiente.
Pero a la mañana siguiente, ya es demasiado tarde: Cuando despierta, se encuentra con que el castillo está desierto; ya no hay nadie a quien preguntar.

Perceval es “el que no preguntó”. A partir de ese momento, el camino de la búsqueda es siempre difícil, y el fracaso siempre está próximo.

Perceval adquiere conciencia de que su silencio ha sido su fracaso, y emprende la búsqueda, que es como una pregunta prolongada en el tiempo: el término latino “quaerere”, del que deriva el francés “queste”, significa tanto “preguntar” como “buscar”.

Por la mañana, Perceval abandona decepcionado el repentinamente deshabitado castillo. Su oportunidad se ha desvanecido. Se ha equivocado al permanecer callado. Ha fracasado en la empresa.


Se encuentra con una mujer que le pregunta su nombre.
Esa pregunta constituye un despertar de la conciencia de Perceval, un instante de iluminación:
El muchacho, que hasta ese momento no conocía su propio nombre, adquiere identidad: Dice llamarse Perceval:
“Perce–val”: “El que ha penetrado en el valle”.
Esa mujer le explica que no pudo hablar ante la visión del Grial porque se lo impidió el pecado que había cometido contra su madre.


El muchacho vuelve a la corte de Arturo y allí la Doncella Fea le recrimina su comportamiento en el Castillo del Grial:
«No indagaste
a qué prohombre se servía
con el grial que tú viste.
Muy desdichado es el que ve
la ocasión que más le conviene
y aún espera que venga otra mejor».

Esa censura desencadena la “queste”, una errancia sin descanso:
«Y Perceval habló de modo distinto.
Dijo que en toda su vida no dormiría
dos noches en el mismo albergue;
que cuando tuviera nuevas
de un paso difícil, no dejaría de ir a pasarlo;
que cuando supiera de un caballero
que vale más que otro, o que otros dos,
no se abstendría de ir a luchar con él,
hasta que supiera a quién
se sirve con el grial».


Sus palabras son diferentes a las del resto de los caballeros de Arturo: Habla de una “queste” extraña, solitaria, relativa a un mundo desconocido en la corte artúrica.
A partir de este momento, la vida de Perceval gira en torno a la búsqueda: sus aventuras vienen determinadas por su necesidad de saber, de comprender. Su vida es una búsqueda permanente, una pregunta permanente. El héroe se ha transformado.
Perceval abre así un camino nuevo, desconocido. Un camino de absoluta soledad.

Durante cinco años Perceval vaga errante, va en demanda de las más duras aventuras. Pierde la memoria. Olvida a Dios.

Finalmente, el ermitaño le revelará a quién se sirve con el Grial, le desvelará no sólo la pregunta que habría tenido que formular, sino también la respuesta a la misma.


Pero la obra quedó inconclusa: Perceval no llega a regresar al Castillo del Grial para sanar al Rey Herido. Sanación que se habría producido al hacer la pregunta adecuada.
Formular la pregunta significaba restablecer la comunicación perdida, construir el puente entre el mundo terrenal y el espiritual.

Sin embargo, de algún modo este carácter inacabado de la obra de Chrétien es lo que mejor encaja con la nueva forma de vida que en ella se plantea: la “queste” es una búsqueda interminable del sentido de la existencia, una búsqueda que es la vida misma y que sólo concluye con la muerte.


Así, en el anónimo Perlesvaus o Alto Libro del Graal, los caballeros llegan a un lugar llamado Castillo de la Pregunta, donde pueden preguntar por el significado de las aventuras que han vivido y obtener la revelación del sentido espiritual de las mismas.


En el Parzival de Wolfram von Eschenbach la pregunta cobra un cariz nuevo:
La pregunta de Parzival tenía que referirse no al contenido del Grial, sino al dolor de Amfortas (el Rey Herido).
Cundrie (la Doncella Fea) le reprocha su falta de compasión.
El mismo reproche le hace el ermitaño:
«No ganó honra allí,
cuando, al ver la auténtica desdicha,
no le preguntó a su anfitrión:
“Señor, ¿cuál es vuestra necesidad?»

Esa pregunta habría significado el encuentro del héroe, que hasta ese momento ha vivido absorto en sí mismo, con el sufrimiento del otro: la “com-pasión”, compartir el dolor ajeno. Compasión que habría conllevado la curación de ese dolor. La compasión convertiría al héroe en salvador.

Parzival retorna al Castillo del Grial y formula la pregunta adecuada:
- ¿Qué te atormenta?

El amor/compasión pone en contacto al “necio” del comienzo de la búsqueda con los misterios del espíritu.


En la Queste del Saint Graal, el protagonista ya no es Perceval, sino Galahad.
Galahad es el héroe puro, y su búsqueda es un progresivo alejamiento de este mundo y una aproximación al más allá, lo que le permitirá finalmente la visión del interior misterioso del Grial, el acceso a la revelación de secretos inexpresables.
En la ciudad de Sarraz, Galahad VE. Y muere:
«Es así, buen dulce Señor, que me habéis dejado ver lo que siempre he deseado; ahora os ruego que en este punto en que me encuentro, en este gran gozo, permitáis que traspase esta vida terrena y acceda a la celestial».

viernes, 8 de junio de 2012

¿Qué es el Grial?



La Edad Media fue una época de símbolos, de pensamiento simbólico.
En unos 50 años de escritura incesante quedó construido para siempre el mito del Grial, entre los siglos XII y XIII.

En El Cuento del Grial, de Chrétien de Troyes, Perceval se configura como primer héroe del Grial.
Perceval vive en “la yerma floresta solitaria”.
Perceval no sabe nada de la caballería. O sea: No sabe nada.
Es el ignorante; el inocente.
Vive solo con su madre. Recorre los bosques con sus jabalinas.

Un día, yendo de caza, escucha sonidos que proceden del bosque: Son las lorigas, los escudos y las armas de un grupo de caballeros que avanza; el metal choca con las ramas de los árboles. Perceval, desde un claro, mira, intrigado. Los caballeros salen del bosque.

Perceval los ve y se arrodilla, extasiado ante el brillo y el color, ante el fascinante despliegue cromático, ante el espectáculo fantástico.
Perceval pregunta a uno de ellos quiénes son. Pregunta incesantemente. Quiere ser como ellos. El caballero le dice que las armas se las dio el rey Arturo.

Perceval parte en busca de ese brillo y ese color. Su madre lo ve marchar y muere de pena. Perceval la ve caer pero sigue adelante.


Llega a la corte de Arturo y le pide armas al rey.
Todo el mundo se ríe del muchacho.
Todo el mundo, menos una doncella, que hacía mucho que no sonreía.
Ahora sonríe y dice a Perceval:
- Tú serás la flor de la caballería.
El caballero del Grial, pues, no es cualquiera: Es un elegido. Un predestinado, en contra de todas las apariencias.

Perceval inicia su formación, su aprendizaje caballeresco.
Deja la corte en busca de aventuras.


El Rey Pescador lo acoge en su castillo, el Castillo del Grial.
El castillo surge como una “aparición”; una aparición maravillosa:
Es el “más allá”.
Perceval visita el más allá.
El Rey Pescador resulta estar enfermo. Es el Rey Herido.
Durante la cena, atraviesa la sala un cortejo.
Llega una doncella que transporta “un graal”. Un recipiente, un ciborio.
Se hace una claridad tan grande que las candelas pierden su brillo.
Es la luz del Grial.
Un recipiente vulgar se transforma en un objeto maravilloso.
El cortejo, y con él la doncella, entran en la cámara de al lado y desaparecen.

¿Qué es el Grial? Eso no se dice, responderá el Gornemanz de Goort de Wagner.


Perceval no pregunta. Quiere hacerlo, pero no se atreve.
Está sobrecogido. Permanece silencioso.
Se calla. Y por tanto no obtiene respuesta.
A partir de este momento, Perceval es el que no ha preguntado.

La pregunta era el puente de comunicación con el otro mundo, representado por el Grial, puesto que el Grial es una aparición maravillosa.
El Grial responde si se le pregunta.
El héroe ha de preguntar: establecer comunicación, construir el puente.

Perceval marcha de nuevo.


Regresa a la corte de Arturo. Ya es un caballero, aunque ha fracasado en la aventura fundamental.
Así se lo dice públicamente la “Doncella Fea”:
- Eres un desdichado, porque no preguntaste cuando tenías que hacerlo.
Te ha pasado por el pecado que cometiste con tu madre (al abandonar / matar a la madre):
El pecado te trabó la lengua.


Perceval cae en un estado de crisis.
Asegura en presencia de los demás caballeros que no cesará de buscar.
Buscar y preguntar es lo mismo.
El que no ha preguntado ahora se dedicará a buscar.
No cesará hasta conocer la respuesta. Preguntará a quién sirve el Grial.

La pregunta es el deseo de conocer, el afán de saber.


Perceval emprende un nuevo periodo errante.
Vaga durante cinco años. Amargado, en un estado de absoluta pérdida. Olvidado de Dios.
Su crisis es religiosa.
Lucha frenéticamente en las más duras aventuras, pero no le sirve de nada.


Un Viernes Santo Perceval se encuentra al ermitaño, que le desvela los misterios del Castillo del Grial:
El Rey Pescador es el hijo del Rey del Grial, el Rey al que sirve el Grial en la cámara vecina (el Dios Padre, el rey oculto, al que no vemos).
El ermitaño también le dice que su silencio provino de su pecado, del pecado que cometió con su madre.

La novela de Chrétien de Troyes se interrumpe aquí.


En las continuaciones, la búsqueda se transforma en empresa caballeresca colectiva:
Todos los caballeros de la corte parten en busca del Grial.
El Grial es dispendiador de bienes. Su pérdida ha supuesto la desolación de la tierra.
La búsqueda es la misión de la caballería.


Un autor anónimo introduce a un nuevo personaje:
El nuevo héroe del Grial es Galahad: el caballero puro.
Galahad ya no tiene que preguntar nada.
El Grial se aparece. El héroe sólo tiene que verlo. Ver es conocer.
Perceval, Boores y Galahad llegan al Castillo.
El Grial se aparece. Sólo Galahad consigue ver su interior.
Mira, su cuerpo se estremece y cae muerto. Ha entrado en contacto con la Divinidad.

La pregunta la sido sustituida por la experiencia visionaria.


El Parzival de Wolfram von Eschenbach rectifica la historia de Chrétien:
Parzival llega al Castillo del Grial, ve al Rey Herido y no le importa su dolor, su terrible herida.
Parzival sólo se preocupa de sí mismo, sólo atiende a su propio deseo de conocer.
No pregunta por el sufrimiento del otro. Ve a ese hombre que está sufriendo y no dice nada.
La pregunta importante no es a quién sirve el Grial.
Cuando Parzival vuelva al Castillo preguntará:
- ¿Cuál es tu dolor?

Antes de poder hacer esa pregunta, Parzival ha pasado largas noches oscuras. Cuando regresa al Castillo, ya es capaz de sentir el dolor del otro. Sentir compasión. Ha aprendido lo que significa el amor.

La pregunta se ha convertido en sentimiento.


Por eso, el Parsifal de Wagner ya ni siquiera necesitará preguntar:
Lo que tiene que hacer Parsifal ya no es preguntar sino sentir.
Sentir, compartir el sentimiento del otro, compartir el dolor:

En la ópera de Wagner, Parsifal despierta y se lleva la mano al costado.
Le duele la herida del Rey. Es como si la tuviera él:
- Die wunde, die wunde!, exclama.