jueves, 29 de agosto de 2013

La filiación del Espíritu




El consolament era también una suerte de ordenación sacerdotal.

Con el gesto de la imposición de la mano y el Libro se transmitía la filiación del Espíritu.

El clero cátaro de los Buenos Hombres y las Buenas Mujeres era a la vez regular y secular.
Como sacerdotes, predicaban en público y administraban el sacramento.
Como monjes, llevaban una vida consagrada de acuerdo con una regla, en casas comunes.

Su liturgia sencilla y ritualizada consistía básicamente en la solemne ceremonia de la imposición de manos, el recitado del Padrenuestro y la lectura del Evangelio de Juan.

Todo Buen Hombre y Buena Mujer podía convocar al Espíritu.

 

martes, 27 de agosto de 2013

El consolament




Los registros inquisitoriales recogen la declaración de Raimond de Péreille, señor de Montségur, ante el inquisidor hermano Ferrer, en la primavera de 1244. El inquisidor interrogaba a todos los supervivientes tras la toma del castillo.

En el testimonio de Raimond se incluye la descripción de un consolament celebrado en Montségur hacia 1215.

El señor contó que sus compañeros y él mismo saludaron a los Buenos Hombres con un melhorier, término de saludo que la Inquisición transcribía como “adoración”:
«Los asistentes les adoraron haciendo tres genuflexiones, diciendo cada vez “benedicite” y añadiendo al último benedicite: “Monseñores, rogad a Dios por este pobre pecador que soy, para que haga de mí un Buen Cristiano y me conduzca a un buen fin”. Los herejes respondían a cada benedicite: “Que Dios os bendiga”, y añadían después del último benedicite: “Que Dios haga de vos un Buen Cristiano y os conduzca a un buen fin”».

Luego contó cómo «el obispo (de Toulousain) Gaucelin, Guilhabert de Castres y otros herejes consolaron y recibieron a Raimond Ferrand de Fanjeaux»:
«Al principio, a petición de los herejes, declaró rendirse a Dios y al Evangelio y a la orden de su secta; luego prometió que en adelante no comería ya carne, ni huevos, ni queso ni ningún alimento graso, salvo aceite y pescado; prometió también que no juraría ni mentiría ni se entregaría a lujuria durante todo el tiempo de su vida, y que no abandonaría la secta de los herejes por temor al fuego, al agua o a cualquier otro tipo de muerte. Hechas estas promesas, los herejes posaron las manos y el libro en su cabeza, leyeron y oraron a Dios, haciendo muchas venias y genuflexiones; asistí a este consolament con otros de los que no me acuerdo. Y allí todos, tanto yo como los demás, adoramos a esos herejes, y tras la adoración recibimos de los herejes la paz, besándolos dos veces a través del rostro; luego nos besamos los unos a los otros del mismo modo.
Añado que Raimond Ferrand me dio su caballo».

La administración inquisitorial utilizaba una pauta de interrogatorio preestablecida, con formulario integrado: era, repetida una y otra vez, la misma fórmula, que servía para el relato de todas las ceremonias cátaras por todos los declarantes.
Pero este relato-tipo se corresponde con lo que se conoce por otras fuentes.

domingo, 25 de agosto de 2013

El pan suprasustancial



Los cátaros rechazaron el culto a la cruz, por considerarla un simple instrumento de tortura utilizado por el Mal, un objeto que debía inspirar repulsa y no veneración.

Rechazaban también el carácter sacrificial de la misa:

Puesto que Cristo sólo tuvo apariencia humana, y no cuerpo, ni carne ni sangre física y material, carecía de sentido el proceso de transubstanciación que supuestamente se producía en la eucaristía, en el acto de consagración que celebraba el sacerdote en el altar.

Interpretaban de manera simbólica las palabras pronunciadas por Cristo en la Última Cena.

Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Tomad y comed, éste es mi cuerpo”. Asimismo tomó la copa y dijo: “Esta copa es la nueva alianza de mi sangre”.

El significado de esas palabras era que el pan de ese cuerpo que debía distribuirse, el vino de esa sangre que debía verterse, eran simplemente el Mensaje del Evangelio, que debía difundirse entre todos los hombres.

“Haced esto en memoria mía”, dijo Cristo en la Última Cena. Y así, en cada comida, el más anciano de los Buenos Hombres o de las Buenas Mujeres presentes bendecía el pan y lo repartía a todos los comensales, como el Pan de la Santa Oración, en un gesto ritual y litúrgico sin valor sacramental.

El anciano, de pie ante la mesa, envolvía el pan en una servilleta blanca, inclinaba la cabeza para murmurar una plegaria y pronunciar un “Deo gratias”, partía el pan en tantos pedazos como comensales y lo distribuía, con un “benedicite” para cada uno. El rito se celebraba en torno a una mesa, no en un altar.

Pierre Maury, joven pastor de Montaillou que viajó con el Buen Hombre Jacques Authié, contó al inquisidor que ambos se habían detenido para comer y que Jacques había bendecido el pan y le había dado un trozo, explicándole que Jesús había hecho lo mismo y que ello no significaba que el pan se convirtiera en el cuerpo de Dios.

El Padrenuestro de los cátaros pedía a Dios el “pan suprasustancial”, el pan espiritual, en vez del “pan de cada día”, el pan material: Pedían al Padre que los alimentara con su Palabra.

La salvación del alma no radicaba en un pedacito de pan sino en la Gracia del Espíritu Santo y en la observancia de los preceptos evangélicos.

viernes, 23 de agosto de 2013

Matrimonio místico




Para los cátaros el matrimonio era un simple acto de vida social, que nada tenía de sagrado.

Al final del combate entre el arcángel San Miguel y las legiones del Mal, el dragón hizo caer a este mundo, con un golpe de su cola, a un tercio de las Estrellas del Cielo.

Esas estrellas eran las almas divinas de las criaturas celestiales.

Criaturas que, presas en la Tierra, aspiran a recuperar, en el Reino, la integridad de su ser divino.

El Espíritu Santo representaba, para los cátaros, tanto el ser actuante del Padre como la suma de los Espíritus que habían permanecido en el Reino con los cuerpos de Luz a los que el Mal ha arrebatado sus Almas.

En el consolament, sacramento cátaro, el Espíritu Santo que descendía sobre el alma encarnada era, también, su propio espíritu santo que se unía de nuevo a ella, en un matrimonio místico que reconstruía la criatura celestial.

Si esa unión ya no era vuelta a deshacer por el pecado, a la muerte de la prisión carnal la pareja alma-espíritu emprendía el vuelo en busca de su túnica de luz junto al Padre.

Ése era el único “matrimonio” que el catarismo consideraba indisoluble y sacro.

 

miércoles, 21 de agosto de 2013

La salvación de las almas




Para los cátaros, Cristo no había sido enviado a este mundo por su Padre para sufrir y morir en una cruz, para redimir con su Pasión el pecado original del hombre. Cristo era Salvador pero no Redentor, era el mensajero de la Buena Nueva, el liberador de las almas.

No tuvo un cuerpo de carne. Sólo su Palabra tenía valor. Cristo había adoptado apariencia humana para manifestarse en este mundo del mal. Pero su cuerpo físico no existió realmente, su naturaleza fue por entero espiritual.

Es impensable que el Padre pueda desear ni aceptar el sufrimeinto de su Hijo. Es impensable asimismo que el Hijo de Dios pueda adoptar naturaleza carnal. Es impensable que hiciera falta la crucifixión para salvar al hombre. La misión terrenal de Cristo no podía depender del dolor y la muerte. Lo que fue clavado en la cruz fue sólo una apariencia. Pero Cristo ya había cumplido su misión, ya había transmitido su mensaje.

Cristo “sacó del mundo” a sus discípulos, y el mensaje del Evangelio y el soplo del Espíritu Santo irá sacando del mundo a todas las almas extraviadas.

domingo, 11 de agosto de 2013

Volver a la patria




Los Buenos Cristianos no podían concebir que el Dios de Amor permitiera la condenación eterna de uno solo de sus hijos.

El infierno eterno no puede existir.
El infierno, el reino del mal, es este mundo, corruptible y transitorio, y tendrá un fin.

La eternidad pertenece sólo a Dios, puesto que la eternidad, como el ser, como la bondad, pertenece a las categorías del Bien, y el Mal sólo puede manifestarse en el no-ser (el Nichil), lo provisional, lo temporal, lo vano.

La nada que es este mundo no es obra divina.
Sólo el árbol bueno da buen fruto. Sólo el árbol divino proporciona la eternidad.
Los malos tiempos de este mundo finito terminarán.
Las almas encarnadas tendrán una eternidad de gozo.
La nada regresará a la nada.
No habrá condenación eterna.

Existe otro mundo, incorruptible y eterno, de pura alegría y pura bondad.
El reino del que Cristo dijo: "Mi reino no es de este mundo" (Juan 18, 36).

Los cátaros, convencidos de que el Bien iba a triunfar, aguardaban con esperanza el regreso a la patria celestial.

viernes, 9 de agosto de 2013

Recordar el origen





El Buen Hombre Jacques Authié hablaba con el joven pastor Pierre Maury, por los caminos del Rieux en Val, a comienzos del siglo XIV.
Le explicaba que las almas caídas habían sido aprisionadas por el príncipe de este mundo en cuerpos de tierra del olvido.
Maury inquiría: ¿Y vos cómo lo recordáis?

Authié respondió:
«Ha venido, de parte del Padre, Aquél que nos devolvió la memoria y nos mostró, con la ayuda de las Escrituras que nos ha revelado, cómo volveríamos a la salvación y cómo escaparíamos del poder de Satán.
Nos mostró cómo volver a Él tras el dolor y la pesadumbre que sentimos en este mundo, yendo de túnica en túnica, de cuerpo en cuerpo. Nos mostró el camino de la salvación».

Cristo, en su misión terrenal, ha devuelto la memoria a las almas adormecidas en el sueño de los cuerpos, proclamando la Buena Nueva que el Padre ha mandado anunciar en el mundo malvado.

Y las almas prisioneras, que no sabían ya quiénes eran ni de dónde venían, y a las que el príncipe de este mundo obligaba a reincorporarse una y otra vez a las diabólicas envolturas terrenales, las almas olvidadizas, al oír la palabra de Cristo comenzaron a recordar que eran hijas de Dios, y buenas, y que el Reino no era de este mundo.
Recordaron Jerusalén y pudieron reanudar el cántico de Sión.
Desde la misión terrenal de Cristo, el hombre es ya un ángel caído que se acuerda de los Cielos.

Según las cosmogonías cátaras, Dios, en su infinita bondad, no podía dejar a las almas, a sus hijos, sin esperanza en su exilio en el mundo ajeno y condenadas a sufrir en poder del Maligno. Por ello les envió a Jesús para que les mostrara el camino de la salvación, el camino de regreso, el recuerdo, el despertar a través del mensaje del Evangelio.

La Iglesia de los Buenos Cristianos se consagró al sacerdocio de la salvación de las almas.
Así concebían los Buenos Cristianos el sentido de su misión terrenal, continuación de la que Cristo confió a sus apóstoles.
Devolver al Reino de Dios a los ángeles caídos. Ayudarles a “escapar del poder de Satán”, a “librarse del Mal”, según las palabras del Padrenuestro.
Cada alma que “tenía un buen fin”, es decir, que moría como Buena Cristiana por la práctica del Evangelio y el bautismo espiritual, había terminado con sus dolorosas transmigraciones de prisión carnal en prisión carnal y, librada del mal, volvía por toda la eternidad al Reino, la Patria celestial.

Y el día en que la última alma divina haya regresado al Reino, será el fin de los tiempos y del mundo, de este mundo visible y corruptible, que quedará definitivamente reducido a su nada por el vaciamiento de toda chispa de luz divina.