lunes, 30 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (VI)



La teoría de maestro Guillermo

Dice el maestro Guillermo:
“Los ángeles no fueron creados perfectos, en su origen, porque no le fue posible a Dios darles la perfección. Dios, en efecto, no ha podido jamás -y no puede- crear un ser absolutamente igual a él; aun cuando sea calificado de todopoderoso, esto es, evidentemente, algo que no puede hacer. Luego, en la medida en que los ángeles no poseían toda la belleza y toda la grandeza de Dios, es decir, en lo que ellos no le eran exactamente iguales, han podido desfallecer ansiando esta belleza y esta grandeza. ¿No se ha dicho de Lucifer, en Isaías: "Emplazaré mi trono al costado de Aquilón y seré parecido al Altísimo"? (Isa., XIX, 13-14). A partir de ahí se podría mantener que no es razonable reprocharle a Dios no haber creado a sus ángeles perfectos (es decir: de una perfección tal que no pudieran codiciar la belleza y la grandeza de Dios), puesto que eso le era imposible”.


Sin embargo, esta teoría es refutable:
Si no podemos reprochar a Dios el no haber hecho a los ángeles de tal manera que les fuera imposible codiciar su grandeza y belleza, siendo que no podía hacerlos iguales a él, con mayor razón no podemos hacer responsables a los ángeles de lo que no han podido evitar, el caer en esta codicia, puesto que tenía por causa las disposiciones que ellos tenían de su creador, el cual no les había podido hacer bastante perfectos como para que no deseasen su belleza y su grandeza.

Es más:
Si Dios no ha podido dar a sus ángeles una perfección suficiente para que no desearan su grandeza y se volvieran así demonios por efecto de esta codicia; y si los ángeles tampoco han podido evitar de ninguna manera caer en este mal, se deduce necesariamente -según los discípulos del maestro Guillermo- que todos los ángeles y hasta los hombres -aquellos que están ahora salvos- deberían ansiar siempre la grandeza y la belleza de Dios, pecar siempre contra él en base a esta concupiscencia misma y por ella hacerse obligatoriamente demonios, como los ángeles caídos lo han llegado a ser, en efecto, a lo que ellos dicen. Y ello por la razón esencial de que Dios no ha podido, no puede ni podrá nunca hacer que su criatura sea igual que él.

Además nos dicen:
Los elegidos no pueden envidiar ni pecar de esta manera porque han sido instruídos y vueltos prudentes y sutiles por el castigo infligido a los otros ángeles, transformados en demonios a causa de la concupiscencia.


Nosotros responderemos:
En ese caso, Dios, del que se ha dicho anteriormente que era bueno, santo y justo, sería la causa verdadera y el principio del castigo y de la desgracia de todos los ángeles, puesto que él les habría infligido, sin razón ni justicia, penas eternas. Y todo eso porque ha sido incapaz de crearles de una tal perfección como para que no desearan su belleza y su grandeza, y porque los primeros ángeles no han podido evitar el mal, por el hecho de que habían sido creados antes que los otros ángeles, que fueron alertados por el espectáculo de su castigo y de su caída. Luego esos que se volvieron demonios -como la mayoría sostiene- no pudieron ser instruidos ni esclarecidos por nadie, puesto que ningún ángel había sido creado antes que ellos. Por lo tanto podrían quejarse con todo derecho de un creador así, que les ha infligido penas innumerables porque no había podido crearles tan perfectos como para que no envidiasen su belleza y su grandeza, y porque a causa de su naturaleza misma no habían podido evitar caer en la concupiscencia.

Nos preguntamos con extrañeza cómo se le ha podido ocurrir a un hombre prudente mantener que Dios -que es bueno, santo y justo- ha creído deber reprobar para siempre a estos ángeles e infligirles un suplicio eterno, porque no había podido darles bastante perfección para que no envidiasen en nada su belleza y su grandeza, y porque ellos mismos no habían podido recibir de él esta perfección.

Se me objetará quizás esto:
Aun cuando Dios no ha podido hacer a sus ángeles iguales a Él, no obstante, si lo hubiera querido, habría podido darles, al menos, bastante perfección como para que nunca tuvieran envidia de su belleza. Pero Él no lo ha querido: ellos han recibido de Él el libre arbitrio (es decir: el poder de codiciar o de no codiciar, a su gusto, su belleza y su grandeza).


Hay que reponder que este argumento contradice el precedente, a saber:
Está claro, según esta teoría, que Dios no ha querido hacer a sus ángeles de modo que no pudieran desear su belleza y su grandeza, sino que por el contrario, a sabiendas y deliberadamente, les ha creado -atribuyéndoles todas las causas por las cuales preveía que pecarían en el futuro- en un grado tal de imperfección que no podían evitar de ninguna manera la concupiscencia. Y eso con mayor razón porque en el pensamiento divino todas las causas le son conocidas desde el principio, por las cuales era preciso que la concupiscencia se manifestase un día.

Es por lo tanto evidente para los prudentes que Dios -según la teoría de nuestros adversarios- no podría encontrar excusa razonable al hecho de que no solamente no ha querido preservar a sus ángeles del Mal, sino que además les ha creado -a sabiendas y voluntariamente- en una imperfección tal que les habría sido imposible, por toda la eternidad, no envidiar su belleza y su grandeza.

Y es por esto por lo que hay que convencerse de que los ángeles no han recibido de Dios, nunca, el libre arbitrio por el cual hubieran podido evitar completamente la concupiscencia, y sobre todo, que no lo han recibido de este Dios que -si se cree, como nuestros adversarios, que sólo hay un principio único- es la causa suprema de todas las causas.

Si se acepta, en efecto, su teoría, hay que admitir forzosamente que la causa esencial de todo mal es este Dios, puesto que está escrito: "Aquél que es ocasión del perjuicio pasa por haberlo causado".

Es absolutamente imposible pensar eso del verdadero Dios.

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