martes, 23 de agosto de 2011

"Que todo lo visible es triste lloro"


También fray Luis de León exalta la soledad.

No fue un místico, fray Luis, pero ahí le andaba. Si no lo fue no se debió, probablemente, a falta de ganas, sino a que su propia naturaleza se lo impidió. Más dado a la acción que a la contemplación, más tendente al combate que a la quietud, no llegó a alcanzar nunca el sosiego suficiente. Pero siempre lo anheló. Deseaba esa paz interior que su carácter apasionado y vehemente le negaba.


Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
(VIDA RETIRADA)


Su poesía expresa a menudo ese afán de su espíritu por alejarse de lo terrenal para poder alcanzar a Dios, un Dios que es la paz y el conocimiento.

El “mundanal ruido” con frecuencia lo mantuvo distante de esa paz, a la que sin embargo no dejaba de aspirar.

En su lírica manifiesta constantemente el deseo de la soledad y el retiro, la tranquilidad, el apartamiento. Sus odas reflejan esa incesante búsqueda de serenidad, de una calma que no conseguía.


Uno de sus poemas es una expresa y hermosa invocación AL APARTAMIENTO:

Sierra que vas al cielo
altísima, y que gozas del sosiego
que no conoce el suelo:

Recíbeme en tu cumbre,
recíbeme, que huyo perseguido
la errada muchedumbre,
el trabajar perdido,
la falsa paz, el mal no merecido.

En ti, casi desnudo
deste corporal velo, y de la asida
costumbre roto el ñudo,
traspasaré la vida
en gozo, en paz, en luz no corrompida.


Así anduvieron también los pobres cátaros del medievo occitano, buscando una paz que el mundo les negaba, y, en ella, esa luz no corrompida, ese gozo que está más allá del corporal velo. Perseguidos, viviendo en una huida permanente, acosados por el mal, casi desnudos, levantaron la mirada a las altísimas sierras anhelando el sosiego que no conoce el suelo, deseosos de traspasar la vida de esta tierra, de apartarse de las muchedumbres, de los trabajos perdidos, de las costumbres que encadenan, deseosos de paz.


Los “pocos sabios” a los que aludía fray Luis, esos pocos sabios que en el mundo han sido, nos han ido indicando un camino a seguir. Pero, al mismo tiempo, el camino es individual, hemos de descubrirlo y abrirlo cada uno de nosotros, mirando hacia las cumbres, mirando en nuestro interior, mirando... Escuchando los mensajes que nos llegan a través de la confusión, a través del mundanal ruido. Rechazar el mal; buscar y colaborar con el bien.


Fray Luis no alcanzó el inefable estado de éxtasis místico de la monja y el fraile carmelitas, pero se expresó en términos similares a los de éstos, porque similar era su actitud, su búsqueda. Así, en NOCHE SERENA:

Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido,
sigue la vana sombra, el bien fingido?

¡Oh, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?

¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?


La misma queja de Juan y Teresa, la misma queja del alma que pena por ver a Dios, el mismo lamento del desterrado. Y la misma ansia:

¡Oh, son! ¡Oh, voz! Siquiera
pequeña parte alguna decendiese
en mi sentido, y fuera
de sí la alma pusiese
y toda en ti, ¡oh, Amor!, la convirtiese.
Conocería dónde
sesteas, dulce Esposo, y, desatada
de esta prisión adonde
padece, a tu manada
viviera junta, sin vagar errada.
(DE LA VIDA DEL CIELO)

Dios es el son, la voz que se introduce en el alma y la conduce, reintegrándola a sí mismo. Dios es el sonido que, como un viento, desata los lazos que encadenan al alma. Dios es la voz que llama al alma y pone fin a su vagar errado. Dios es el camino, la verdad y la auténtica vida.


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