La caída de los
ángeles era un tema recurrente de la religiosidad occidental medieval.
Basta ver el
gran número de miniaturas que ilustran el tema: La gran serpiente barriendo con
su cola las estrellas del cielo en los manuscritos del Apocalipsis de los siglos
X y XI.
Así el dragón
hizo caer del cielo a los ángeles.
Juan de Lugio
llevó a sus últimas consecuencias esa idea:
Hay dos
Principios y dos Creadores. Una creación buena, el Reino, y una mala, este
mundo.
El Mal, es decir
el Diablo, se lanza con sus legiones al asalto del Cielo, de la Jerusalén
celestial, es decir, de la creación buena.
Tras el combate
con el arcángel, las legiones del Mal son rechazadas, pero el maligno consigue
hacerse con un tercio de las criaturas de Dios:
«Hubo entonces
una batalla en el Cielo: Miguel y sus ángeles combatieron al dragón. Y el dragón
respondió con sus legiones, pero fueron derrotados y expulsados del Cielo.
Arrojaron, pues, al enorme dragón, a la antigua serpiente, al diablo o Satán,
y sus huestes fueron arrojadas con él» (Apocalipsis 12, 7-9).
Pero «su cola
barrió el tercio de las estrellas del Cielo y las lanzó sobre la tierra» (Apocalipsis
12, 4).
El éxodo de
Israel en Egipto es interpretado como el exilio de las almas divinas en la
tierra del Dios extranjero...
El Salmo 136, recoge
el llamado Canto del Exiliado:
«A la orilla de
los ríos de Babilonia, estábamos sentados y llorábamos, recordando Sión.
En los álamos
de alrededor, habíamos colgado nuestras arpas.
Nuestros
carceleros, nuestros raptores decían: cantadnos un cántico de Sión. ¿Cómo
vamos a cantar un cántico de Sión en una tierra extranjera?
Si te olvido,
Jerusalén, que mi diestra se seque».
El evangelista Mateo
cita estas palabras de Cristo: «He sido enviado a las ovejas extraviadas de la
casa de Israel» (Mateo 15, 24).
Y en su primera
epístola, Juan habla de los «hijos de Dios, que no son del mundo» (I Juan 4,
4-5).
Los cátaros
basaban su teología en estas mismas ideas:
El divino origen
de las almas humanas y su exilio/éxodo en este mundo “extranjero”.
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