viernes, 9 de agosto de 2013

Recordar el origen





El Buen Hombre Jacques Authié hablaba con el joven pastor Pierre Maury, por los caminos del Rieux en Val, a comienzos del siglo XIV.
Le explicaba que las almas caídas habían sido aprisionadas por el príncipe de este mundo en cuerpos de tierra del olvido.
Maury inquiría: ¿Y vos cómo lo recordáis?

Authié respondió:
«Ha venido, de parte del Padre, Aquél que nos devolvió la memoria y nos mostró, con la ayuda de las Escrituras que nos ha revelado, cómo volveríamos a la salvación y cómo escaparíamos del poder de Satán.
Nos mostró cómo volver a Él tras el dolor y la pesadumbre que sentimos en este mundo, yendo de túnica en túnica, de cuerpo en cuerpo. Nos mostró el camino de la salvación».

Cristo, en su misión terrenal, ha devuelto la memoria a las almas adormecidas en el sueño de los cuerpos, proclamando la Buena Nueva que el Padre ha mandado anunciar en el mundo malvado.

Y las almas prisioneras, que no sabían ya quiénes eran ni de dónde venían, y a las que el príncipe de este mundo obligaba a reincorporarse una y otra vez a las diabólicas envolturas terrenales, las almas olvidadizas, al oír la palabra de Cristo comenzaron a recordar que eran hijas de Dios, y buenas, y que el Reino no era de este mundo.
Recordaron Jerusalén y pudieron reanudar el cántico de Sión.
Desde la misión terrenal de Cristo, el hombre es ya un ángel caído que se acuerda de los Cielos.

Según las cosmogonías cátaras, Dios, en su infinita bondad, no podía dejar a las almas, a sus hijos, sin esperanza en su exilio en el mundo ajeno y condenadas a sufrir en poder del Maligno. Por ello les envió a Jesús para que les mostrara el camino de la salvación, el camino de regreso, el recuerdo, el despertar a través del mensaje del Evangelio.

La Iglesia de los Buenos Cristianos se consagró al sacerdocio de la salvación de las almas.
Así concebían los Buenos Cristianos el sentido de su misión terrenal, continuación de la que Cristo confió a sus apóstoles.
Devolver al Reino de Dios a los ángeles caídos. Ayudarles a “escapar del poder de Satán”, a “librarse del Mal”, según las palabras del Padrenuestro.
Cada alma que “tenía un buen fin”, es decir, que moría como Buena Cristiana por la práctica del Evangelio y el bautismo espiritual, había terminado con sus dolorosas transmigraciones de prisión carnal en prisión carnal y, librada del mal, volvía por toda la eternidad al Reino, la Patria celestial.

Y el día en que la última alma divina haya regresado al Reino, será el fin de los tiempos y del mundo, de este mundo visible y corruptible, que quedará definitivamente reducido a su nada por el vaciamiento de toda chispa de luz divina.

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