Las palabras de
San Pedro constituyen un testimonio del transmigrar de las almas de un cuerpo a
otro. Pedro dice que Cristo vino a predicar a los espíritus encarcelados, a
los espíritus que se hallaban prisioneros en el cuerpo:
«Cristo murió
una vez por nuestros pecados - siendo justo, padeció por los injustos - para
llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el
Espíritu.
Y entonces fue a
hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron
a creer cuando Dios esperaba pacientemente».
(lª Epístola de
San Pedro, III, 18-20).
¿Qué acontece
con las almas que no han recordado el camino de vuelta, que se han instalado en
la materia?
Permanecen aquí
abajo, emigrando de cuerpo en cuerpo, hasta el día en que, también ellas,
ansían las estrellas.
«En verdad os
digo: el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios».
(San Juan III, 3).
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