lunes, 15 de diciembre de 2014

El Bien y el Mal



Las palabras de San Pedro constituyen un testimonio del transmigrar de las almas de un cuerpo a otro. Pedro dice que Cristo vino a predicar a los espíritus encarcelados, a los espíritus que se hallaban prisioneros en el cuerpo:
«Cristo murió una vez por nuestros pecados - siendo justo, padeció por los injustos - para llevarnos a Dios. Entregado a la muerte en su carne, fue vivificado en el Espíritu.
Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente».
(lª Epístola de San Pedro, III, 18-20).

¿Qué acontece con las almas que no han recordado el camino de vuelta, que se han instalado en la materia?
Permanecen aquí abajo, emigrando de cuerpo en cuerpo, hasta el día en que, también ellas, ansían las estrellas.

«En verdad os digo: el que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios».
(San Juan III, 3).

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