Para los
cátaros, Cristo no había sido enviado a este mundo por su Padre para sufrir y
morir en una cruz, para redimir con su Pasión el pecado original del hombre. Cristo
era Salvador pero no Redentor, era el mensajero de la Buena Nueva, el liberador
de las almas.
No tuvo un
cuerpo de carne. Sólo su Palabra tenía valor. Cristo había adoptado
apariencia humana para manifestarse en este mundo del mal. Pero su cuerpo
físico no existió realmente, su naturaleza fue por entero espiritual.
Es impensable
que el Padre pueda desear ni aceptar el sufrimeinto de su Hijo. Es impensable
asimismo que el Hijo de Dios pueda adoptar naturaleza carnal. Es impensable que
hiciera falta la crucifixión para salvar al hombre. La misión terrenal de
Cristo no podía depender del dolor y la muerte. Lo que fue clavado en la cruz
fue sólo una apariencia. Pero Cristo ya había cumplido su misión, ya había
transmitido su mensaje.
Cristo “sacó del
mundo” a sus discípulos, y el mensaje del Evangelio y el soplo del Espíritu
Santo irá sacando del mundo a todas las almas extraviadas.
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