domingo, 25 de agosto de 2013

El pan suprasustancial



Los cátaros rechazaron el culto a la cruz, por considerarla un simple instrumento de tortura utilizado por el Mal, un objeto que debía inspirar repulsa y no veneración.

Rechazaban también el carácter sacrificial de la misa:

Puesto que Cristo sólo tuvo apariencia humana, y no cuerpo, ni carne ni sangre física y material, carecía de sentido el proceso de transubstanciación que supuestamente se producía en la eucaristía, en el acto de consagración que celebraba el sacerdote en el altar.

Interpretaban de manera simbólica las palabras pronunciadas por Cristo en la Última Cena.

Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Tomad y comed, éste es mi cuerpo”. Asimismo tomó la copa y dijo: “Esta copa es la nueva alianza de mi sangre”.

El significado de esas palabras era que el pan de ese cuerpo que debía distribuirse, el vino de esa sangre que debía verterse, eran simplemente el Mensaje del Evangelio, que debía difundirse entre todos los hombres.

“Haced esto en memoria mía”, dijo Cristo en la Última Cena. Y así, en cada comida, el más anciano de los Buenos Hombres o de las Buenas Mujeres presentes bendecía el pan y lo repartía a todos los comensales, como el Pan de la Santa Oración, en un gesto ritual y litúrgico sin valor sacramental.

El anciano, de pie ante la mesa, envolvía el pan en una servilleta blanca, inclinaba la cabeza para murmurar una plegaria y pronunciar un “Deo gratias”, partía el pan en tantos pedazos como comensales y lo distribuía, con un “benedicite” para cada uno. El rito se celebraba en torno a una mesa, no en un altar.

Pierre Maury, joven pastor de Montaillou que viajó con el Buen Hombre Jacques Authié, contó al inquisidor que ambos se habían detenido para comer y que Jacques había bendecido el pan y le había dado un trozo, explicándole que Jesús había hecho lo mismo y que ello no significaba que el pan se convirtiera en el cuerpo de Dios.

El Padrenuestro de los cátaros pedía a Dios el “pan suprasustancial”, el pan espiritual, en vez del “pan de cada día”, el pan material: Pedían al Padre que los alimentara con su Palabra.

La salvación del alma no radicaba en un pedacito de pan sino en la Gracia del Espíritu Santo y en la observancia de los preceptos evangélicos.

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