No fue Dios quien creó esta materia imperfecta y
corruptible. Y no es Dios quien propicia su multiplicación.
El proceso de procreación es un fenómeno propio de
la materia, por el cual se mantiene la atadura de los espíritus a las cárceles
terrenas. No podemos saber de qué modo se produce y prolonga ese
encarcelamiento. Sí sabemos que este mundo gobernado por el dolor y el mal no
puede ser obra de Dios, ni por lo tanto tampoco lo es su prolongación en el
tiempo. Durante siglos el ser humano, como el resto de la naturaleza, se ha ido
reproduciendo y con ello se han ido prolongando el dolor y el mal.
En ese proceso, sin embargo, el ser humano ha ido
entrando en contacto con Dios y recorriendo el camino de regreso a la patria
perdida.
No tenemos la certeza de que exista la
transmigración de las almas, pero es posible que así sea, que las almas no
consigan liberarse de sus prisiones carnales hasta que encuentren el camino de
vuelta. Y, si es así, un mismo espíritu puede hallarse en este mundo
sucesivamente en un cuerpo de hombre y en un cuerpo de mujer. La esencia del
espíritu no varía. Su revestimiento carnal es mero accidente, y darle diferente
trato según cuál sea esa encarnadura, carece de sentido. Las leyes por las que
se rige la naturaleza han sido dictadas por el creador chapucero de este mundo,
no por el Dios de la Luz. Cuando los sacerdotes de las Iglesias tradicionales
se rigen por esas leyes y con arreglo a ellas establecen diferencias entre los
espíritus de los hombres y los de las mujeres, en realidad están sirviendo al
príncipe de este mundo.
Hay muchas cosas que no sabemos. Es posible que
cada uno de nosotros vivamos varias existencias, en un proceso de búsqueda y
purificación, hasta que consigamos desprendernos definitivamente de la materia.
En realidad, repugna menos a la razón creer en la transmigración de las almas
que suponer que vivimos una sola existencia y que morimos una sola vez en
circunstancias tan inaceptablemente desiguales.
Lo que sí sabemos es que nuestro lugar no es éste.
Cuando nos paramos a escuchar nuestro interior, advertimos que late en nosotros
una aguda nostalgia, que no es sino la añoranza de la patria, el deseo de
regresar al lugar al que pertenecemos.
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