jueves, 19 de febrero de 2015

El príncipe de este mundo




A lo largo de los siglos, las religiones han implantado uno u otro criterio de sometimiento de la mujer.

En todas las grandes religiones, el ser humano masculino ha establecido una escala de valores y un sistema organizativo basado en los genitales.

En todas las grandes religiones, el criterio diferenciador básico entre seres humanos ha sido el sexo.

Así, de un modo encubierto pero implacable, la materia impone sus leyes al espíritu. El príncipe de este mundo ha conseguido que los sacerdotes sirvan a la materia en vez de al espíritu. Ha conseguido que el ser humano con genitales masculinos se considere superior y establezca la exigencia de tener genitales masculinos para “gestionar lo sagrado”. Es así como la materia está rigiendo lo que debería ser ámbito del espíritu.

Todas las religiones en las que impera un sexo sobre el otro son en realidad religiones al servicio de la materia. Una religión regida por el espíritu no haría distinción alguna entre sexos, no concedería relevancia alguna a una diferencia radicada exclusivamente en la materia.

Pero el príncipe de las tinieblas se ha infiltrado en las religiones y ha logrado instaurar su ley.

Mientras los sacerdotes desde sus púlpitos masculinos hablan de Dios y del Reino del Espíritu, su posición, su vida, las normas por las que se rigen, la organización en la que están integrados, todo ello se fundamenta en un principio de preeminencia de sus genitales sobre los de los cuerpos del otro sexo.

Así, a través de las castas sacerdotales, el príncipe de la materia se ha impuesto en lo que debería ser reducto del espíritu. A través de las religiones tradicionales, la materia ha impuesto su organización al espíritu.

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