Los sacerdotes afirman que hombres y mujeres son
diferentes y que diferente es su misión.
Pero hombres y mujeres sólo son distintos en lo
material. Los espíritus son iguales, e igual es su objetivo.
Resulta absurdo que las Iglesias tradicionales
basen toda su organización en un factor exclusivamente material, como es la
diferencia de sexos. En lugar de atender a lo que importa, que es sólo el
espíritu, las Iglesias consideran que la pertenencia a uno u otro sexo es un
factor determinante no sólo para la vida social sino también para la actuación
en los terrenos más próximos a la vida espiritual.
Por el hecho de pasar por este mundo en un cuerpo
de mujer, las Iglesias relegan a la mitad de los espíritus a un papel
secundario y pasivo, las Iglesias se sienten capaces de clasificar a los
espíritus en función de los genitales de los cuerpos, y, al mismo tiempo que
predican humildad, actúan de un modo extremadamente arrogante y soberbio al
asignarse el derecho a otorgar una mayor o menor importancia a los espíritus en
función de los cuerpos, y al menospreciar a los espíritus apresados en cuerpos
con genitales femeninos.
Y así, ya todo cuanto puedan predicar queda
desvirtuado. Hablan de humildad mientras viven en el orgullo. Hablan de generosidad
mientras practican la exclusión. Predican la igualdad mientras que ellos son el
peor de los ejemplos, puesto que se consideran los llamados, los elegidos. Y lo
consideran así porque, a su entender, tienen los genitales adecuados para ello.
Han vinculado por completo su trayectoria vital – y la de los demás – a los
genitales. A algo tan radicalmente material como los genitales.
Por más que hablen de humildad y de servicio, sus
vidas están organizadas sobre la soberbia y el poder. La soberbia de creer que
ellos mismos pueden dilucidar a quién llama Dios y a quién no. El poder de
decidir quién puede “representar” a Dios y quién no, quién puede gobernar y
quién no.
Al subrayar la diferencia material y postergar la
igualdad espiritual, los sacerdotes en realidad en lugar de servir al auténtico
Dios están haciendo un servicio al creador de la materia y contribuyendo a
fortalecer su obra.
Los sacerdotes de las diversas religiones, en ese
sistemático ejercicio de exclusión y relegación de la mujer, se han convertido
en colaboradores del príncipe de este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario