jueves, 31 de octubre de 2013

Dios




Para comunicarse con Dios, no son necesarias las fórmulas ni las palabras.
Si estamos receptivos, si prestamos atención, si nos mantenemos alertas a las señales, Dios se pondrá en contacto con nosotros.

Dios encuentra el modo de filtrarse a través de la materia y alcanzar el espíritu del hombre. Pero, con frecuencia, estamos demasiado ocupados en asuntos banales para darnos cuenta. Problemas con los compañeros de oficina, problemas con el banco, problemas con la familia, problemas con la comunidad de vecinos, problemas con los electrodomésticos…
En el cúmulo de perturbaciones diarias, no queda espacio para la calma necesaria para la comunicación con Dios.


La comunicación con Dios se realiza en el silencio y la soledad. Se filtra como un aliento leve, como un escalofrío, como un fogonazo. No puede describirse. Pero nos transforma. Nos hace comprender. Nos da un conocimiento que no está en ningún libro.

Es sólo un instante. Pero luego esa Luz se queda contigo. Sabes que la has visto. Las angustias de este mundo continuarán acosándonos, pero sabremos ya que hay algo más, que todo lo que nos pase aquí carece de importancia.


Seguirá costándonos avanzar, mantenernos firmes. Llegaremos a dudar de que una vez vimos esa Luz. Deberemos, entonces, esforzarnos por recordar cómo fue ese momento, recordar lo que vimos, lo que supimos entonces. No debemos dejar que las perturbaciones del mundo cieguen la vía abierta por Dios para hablar con nosotros.

Las miserias de este mundo no son nada. No son nada, y sin embargo pueden destruirnos. Cuando llega la angustia, hay que esforzarse por recuperar aquel instante de Luz, con la seguridad de que es lo único importante.

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