El Buen Hombre
Jacques Authié hablaba con el joven pastor Pierre Maury, por los caminos del
Rieux en Val, a comienzos del siglo XIV.
Le explicaba que
las almas caídas habían sido aprisionadas por el príncipe de este mundo en
cuerpos de tierra del olvido.
Maury inquiría:
¿Y vos cómo lo recordáis?
Authié
respondió:
«Ha venido, de
parte del Padre, Aquél que nos devolvió la memoria y nos mostró, con la ayuda
de las Escrituras que nos ha revelado, cómo volveríamos a la salvación y
cómo escaparíamos del poder de Satán.
Nos mostró
cómo volver a Él tras el dolor y la pesadumbre que sentimos en este mundo,
yendo de túnica en túnica, de cuerpo en cuerpo. Nos mostró el camino de la
salvación».
Cristo, en su
misión terrenal, ha devuelto la memoria a las almas adormecidas en el sueño de
los cuerpos, proclamando la Buena Nueva que el Padre ha mandado anunciar en el
mundo malvado.
Y las almas
prisioneras, que no sabían ya quiénes eran ni de dónde venían, y a las que
el príncipe de este mundo obligaba a reincorporarse una y otra vez a las diabólicas
envolturas terrenales, las almas olvidadizas, al oír la palabra de Cristo
comenzaron a recordar que eran hijas de Dios, y buenas, y que el Reino no era
de este mundo.
Recordaron
Jerusalén y pudieron reanudar el cántico de Sión.
Desde la misión
terrenal de Cristo, el hombre es ya un ángel caído que se acuerda de los Cielos.
Según las
cosmogonías cátaras, Dios, en su infinita bondad, no podía dejar a las almas,
a sus hijos, sin esperanza en su exilio en el mundo ajeno y condenadas a sufrir
en poder del Maligno. Por ello les envió a Jesús para que les mostrara el
camino de la salvación, el camino de regreso, el recuerdo, el despertar a
través del mensaje del Evangelio.
La Iglesia de
los Buenos Cristianos se consagró al sacerdocio de la salvación de las almas.
Así concebían
los Buenos Cristianos el sentido de su misión terrenal, continuación de la que
Cristo confió a sus apóstoles.
Devolver al
Reino de Dios a los ángeles caídos. Ayudarles a “escapar del poder de
Satán”, a “librarse del Mal”, según las palabras del Padrenuestro.
Cada alma que
“tenía un buen fin”, es decir, que moría como Buena Cristiana por la
práctica del Evangelio y el bautismo espiritual, había terminado con sus
dolorosas transmigraciones de prisión carnal en prisión carnal y, librada del
mal, volvía por toda la eternidad al Reino, la Patria celestial.
Y el día en que
la última alma divina haya regresado al Reino, será el fin de los tiempos y del
mundo, de este mundo visible y corruptible, que quedará definitivamente reducido
a su nada por el vaciamiento de toda chispa de luz divina.