La leyenda del
Grial recoge el sentido sacro de la montaña (el Montsalvat, el Monte de la
Salvación) y la idea simbólica del ascenso a la montaña y de la residencia en
la montaña como algo propio de los héroes, de los iniciados, de los seres que
han superado los límites de la vida gris de la llanura.
Esa elevación de
la tierra hacia el cielo expresa alegóricamente los estados trascendentes de la
conciencia, la superación interior, la consecución de modos supra-normales del
ser.
Representa
también el lugar más próximo a lo divino, y también el más grandioso y por
tanto el más digno de acoger a la divinidad. La montaña es el lugar donde se
puede “ver” (o al menos presentir) a Dios.
Representa el
lugar inaccesible para todo aquél no suficientemente preparado.
La subida a la
montaña es la superación de los límites, es el camino hacia la luz. Hacia la
libertad. Hacia la verdadera vida.
En las antiguas
tradiciones, la inmortalidad del héroe se plasma en su ascensión a la montaña y
su “desaparición” en ella, símbolo de una misteriosa transfiguración
espiritual, de una auténtica “redención”, tras atravesar el ascendente y
difícil camino de la purificación, del conocimiento, de la iluminación. La
llegada a un lejano lugar que ya no es humano, mortal y contingente. El lugar
donde la luz vence a la oscuridad, donde la calma se impone sobre la tempestad.
La llegada del
héroe a ese lugar viene a acrecentar con nuevas fuerzas el ejército espiritual
del cual la divinidad tiene necesidad para luchar contra las tinieblas, contra las
criaturas tenebrosas.
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