Si no hubiera dos Poderes, parecería que el Poder
divino combate contra Sí mismo, se destruye a Sí mismo, está siempre en lucha
contra Sí mismo.
El apóstol dice a los Efesios: "Hermanos
míos, fortificaos en el Señor. Revestíos de todas las armas de Dios para poder
defenderos de los artificios del diablo. Puesto que hemos de combatir, no
contra los hombres de carne y sangre, sino contra los principados y las
potestades, contra los príncipes de este mundo, es decir contra este siglo
tenebroso, contra los espíritus de malicia esparcidos en el aire. Tomad por
ello todas las armas de Dios, a fin de que podáis resistir en el mal día y
permanecer templados... Cubríos por entero con el escudo de la fe, con el que
podréis apagar todos los dardos de fuego del espíritu maligno" (Ef., VI,
10-13).
¡Así, las virtudes y los poderes del Señor
verdadero Dios se combatirían entre ellos, cada día, por su propia voluntad!
Es
absurdo pensar esto del verdadero Dios. Se deduce entonces, y sin lugar a
dudas, que existe otra Potencia o Poder que el Señor Dios se esfuerza en
combatir cada día.
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