Hay quien nos objetará:
"¿Por qué no admitimos la existencia de un solo Dios, creador y autor de
todas las cosas, tanto las visibles como las invisibles?"
Únicamente un
dios maligno ha podido crear el mundo visible.
Los hay que
creen que sólo existe un creador, pero afirman que existe también otro señor:
un señor malvado, príncipe de este mundo, el cual, dicen ellos, fue
anteriormente una criatura del Dios bueno; pero seguidamente se corrompió y
corrompió los elementos producidos por el Verdadero Dios.
Sin embargo, una
buena criatura nunca habría corrompido los santos elementos del verdadero Dios.
Esta corrupción
de los elementos producida por el Diablo, ¿tiene lugar por voluntad del Padre
Santo, o en contra de su voluntad?
Si me contestan:
"La corrupción de los santos elementos tuvo lugar por voluntad del Señor,
ya que el Diablo no habría podido corromper los santos elementos contra la
voluntad de Dios".
Ello implicaría
que Dios tuvo una voluntad maligna, al haber querido que la corrupción afectase
a sus santos elementos.
Si, en cambio, me
dicen: "La corrupción se ha efectuado en los santos elementos contra la
voluntad de Dios".
Entonces deben
admitir que existe otro Principio, el del Mal, capaz de corromper los elementos
del Creador Santo, aun en contra de su voluntad.
Pues la
corrupción no habría podido producirse si no hubiera habido más que un
Principio.
Si el Diablo
hubiera sido creado por el Señor verdadero Dios, no habría podido violar la naturaleza
de los santos elementos contra la voluntad de su Creador.
En conclusión:
es cierto que existen dos Principios, uno bueno y otro malo; y este último es
la causa de la corrupción de los santos elementos y también de todo mal.
Quizás, sin
embargo, dirán de nuevo: "La corrupción de los santos elementos no tuvo
lugar ni por la voluntad del Señor ni contra su voluntad, sino con su permiso,
y porque Él la toleró".
Entonces, este
Dios que habría dado una autorización maligna sería Él mismo la causa del mal,
según lo que dijo el Apóstol: "Merecen la muerte no solamente aquéllos que
hacen estas cosas, sino también aquéllos que aprueban a los que las hacen"
(Ro. I, 32).
Es imposible
pensar de esta manera refiriéndonos al verdadero Dios. Por lo tanto es preciso
admitir que existe un Principio del Mal, que hace que el verdadero Dios deba
tolerar y sufrir la corrupción que tiene lugar en sus elementos, absolutamente
contra su voluntad.
El Dios
verdadero nunca habría, por sí mismo, causado esta corrupción.
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