"Porque está escrito: golpearé al pastor y
las ovejas del rebaño serán dispersadas" (Mt., XXVI, 31, ex Zaq., XIII,
7).
Por pastor debemos entender Cristo; por las ovejas
del rebaño dispersadas, los discípulos.
No es ciertamente el verdadero Dios quien golpeó a
su Hijo Jesucristo, pues si por sí mismo hubiera perpetrado este homicidio,
nadie podría de ninguna manera acusar de ello a Pilatos y a los Fariseos,
quienes no habrían hecho con ello más que cumplir la voluntad de Dios, y por el
contrario habrían cometido un pecado resistiendo a la voluntad del Señor.
Es el principio maligno, por cuyo efecto Pilatos y
los Fariseos, Judas y los demás, cometían este homicidio.
Por esto fueron dispersados los discípulos, es
decir, se separaron de Cristo, según una voluntad que emanaba no del Bien sino
del Poder de los espíritus malignos.
Nuestro Señor Jesucristo ha anunciado a sus
discípulos que deberían sufrir, en los tiempos venideros, tribulaciones,
persecuciones y la misma muerte, a causa de su nombre.
Declara, en efecto, en el Evangelio de Juan:
"Yo les he dado tu palabra; y el mundo los
aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn.,
XVII, 14).
Y San Juan se expresa así en la primera epístola:
"Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos
que hemos pasado de muerte a vida " (1, Jn., III, 13-14).
Así pues, todos los que deseen seguir a Jesucristo
serán perseguidos (2, Ti., III, 10-12).
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