Es preciso eliminar la noción del libre albedrío
El Mal, si se encuentra en el pueblo de Dios, no
proviene del verdadero Dios. No es Dios quien le ha hecho existir, no es Dios
su causa.
Jamás el mal habría podido surgir espontáneamente
de la criatura del Dios bueno, si no hubiera habido una causa del mal.
El Señor ha dicho en el evangelio de San Mateo:
"El reino de los cielos es parecido a un hombre que había sembrado buen
grano en su campo. Pero mientras dormía, su enemigo vino a sembrar cizaña entre
el trigo y se fue" (Mt., XIII, 24-25).
Y el Señor mismo por boca de su profeta Joël:
"Un Pueblo fuerte e innumerable acaba de embestir sobre mi tierra. Sus
dientes son como los dientes de un león. Ha reducido mi viña a un desierto, ha
arrancado la corteza de mis higueras, las ha despojado de todos sus higos, los
ha tirado por tierra y sus ramas han quedado todas secas y desnudas"
(Joe., I, 6-7).
La iniquidad, la "cizaña", la
"mancillación del santo templo de Dios" y la "devastación"
de su viña, no pueden de ninguna manera provenir del Dios bueno ni de su
creación buena, la cual depende de él en todas sus disposiciones.
Se deduce entonces que hay otro principio -el
principio del Mal- que es la causa y la fuente de toda iniquidad.
De la objeción que nos hacen nuestros adversarios,
a saber: Que Dios no ha querido crear a sus ángeles perfectos
Si se mantiene que Dios ha querido crear a sus
ángeles tales que tengan la facultad de hacer, a elección suya, el Bien o el
Mal, a causa de la naturaleza misma que el Señor les habría dado, en ese caso
este Dios sería la causa y el principio de este Mal.
Lo que es imposible de admitir y vano de sostener.
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