Los dos principios.
O bien sólo hay un principio principal o hay más
de uno.
Si no hay más que uno, es necesario que sea bueno
o malo.
Como dijo Cristo en el Evangelio de San Mateo:
"Un buen árbol no puede dar mal fruto, ni un mal
árbol darlo bueno". (Mt., VII, 17-18).
Y Santiago en su epístola:
"¿Una fuente, arroja por un mismo orificio agua
dulce y agua amarga? ¿Una higuera puede dar uvas? Así, ninguna fuente de agua
salada puede dar agua dulce". (Snt., III, 11-12).
De la bondad de Dios.
Dios es bueno, santo, sabio y justo. Bondad pura.
De la omnisciencia de Dios.
Afirman nuestros contrarios que el Señor, a causa
de su sabiduría, conoce todas las cosas de toda la eternidad; que el pasado el
presente y el futuro están siempre bajo sus ojos, y que sabe por sí mismo todas
las cosas antes de que pasen.
Como dice Susana, en el libro de Daniel: "Dios eterno, que penetra en lo que está más escondido y que conoce todas
las cosas, incluso antes de que estén hechas" (Da., XIII, 42).
Y Jesús, hijo de Sirac, dice también: "Puesto
que el Señor, nuestro Dios, conocía todas las cosas del mundo antes que las
hubiera creado, y las ve también ahora que las ha hecho" (Ec., XXIII, 29).
Y el apóstol dice a los Hebreos: "Ninguna
criatura le es desconocida: todo está al desnudo y al descubierto delante de
sus ojos" (Heb., IV, 13).
De la omnipotencia de Dios.
Afirman nuestros contrarios que el Señor es
todopoderoso, y hace todo lo que quiere. Nadie puede oponerse a él.
El Esclesiástico lo afirma: "Porque él hará
todo lo que quiera. Su palabra está llena de poder y nadie puede decirle:
"¿Por qué obras así?" (Ec., VII, 3-4).
David también lo dice: "Nuestro Dios está en el
cielo; y todo lo que ha querido lo ha hecho" (Sal., CXIII, 2-3).
Y está escrito en el Apocalipsis: "Yo soy,
dice el Señor Dios, ése que es, que era y que será, el Todo Poderoso"
(Apoc., I, 8).
Primera oposición a nuestros contrarios.
Afirman nuestros contrarios que Dios lo puede todo
y que sabe todas las cosas antes de que hayan tenido lugar.
Ha creado a sus ángeles como lo ha decidido, sin
encontrar ningún obstáculo.
Conocía el destino de todos sus ángeles incluso
antes de que ellos existieran.
La conversión de algunos de ellos en demonios
estaba, ya desde antes de su creación, bajo la mirada y en el conocimiento de
Dios.
Esos ángeles, pues, jamás han podido seguir siendo
buenos, puesto que nadie, en presencia de este Dios que conoce todos los futuros,
puede hacer nada más que lo que ha previsto que haga, desde el comienzo, Aquél
en cuyas manos están necesariamente todas las cosas desde la eternidad.
De la imposibilidad.
Dios conoce todo, desde toda la eternidad.
Dios conoce desde el principio aquello que ha de
llegar, es decir: las causas por las cuales el futuro es "posible"
antes de existir.
Ha sido por tanto necesario que el porvenir fuera
determinado en su pensamiento, puesto que conocía, desde la eternidad, todas
las causas que son precisas para llevar el futuro a su efecto.
Si es cierto que no hay más que un principio, Dios
es la causa suprema de todas las causas.
Y con mayor razón aún si es cierto que Dios hace
lo que quiere y su poder no es obstaculizado por ningún otro.
Si Dios ha sabido desde el origen que sus ángeles
llegarían a ser demonios en el futuro, en razón de la organización que él mismo
les había dado en el principio, y porque todas las causas por las cuales era
preciso que estos ángeles se transformasen en demonios estaban presentes en su
providencia; si es cierto, por otra parte, que Dios no ha querido crearlos de
otra manera que como los ha creado, resulta necesariamente que no han podido
jamás evitar el llegar a ser demonios.
Y lo podían aún menos puesto que es imposible que lo
que Dios sabe que será el futuro, pueda de alguna manera ser cambiado.
¿Como entonces se puede afirmar que los antedichos
ángeles hubieran podido permanecer siempre buenos?
Dios desde el origen, a sabiendas y con todo
conocimiento, ha creado a sus ángeles de una imperfección tal que no pudieron
evitar el Mal.
Pero entonces este Dios de quien hemos dicho que
era bueno, santo y justo y superior a toda alabanza, sería la causa suprema y
el principio de todo mal.
Como esto no es posible, en consecuencia hay que
reconocer la existencia de dos Principios: El del Bien y el del Mal, este
último siendo la fuente y la causa de la imperfección de los ángeles como, por
otra parte, de todo el mal.
Objeción a nuestros argumentos.
Se nos objetará que la sabiduría o la providencia
que pertenecen a Dios en el principio no ha conllevado en sus criaturas ninguna
determinación que las llevara a hacer el bien o a hacer el mal necesariamente:
Aun cuando haya conocido y previsto desde la
eternidad el destino de sus ángeles, no es su sabiduría ni su providencia lo
que les ha hecho llegar a ser unos demonios.
Es por su propio albedrío y por su maldad por lo
que han rechazado permanecer santos.
Refutación de este argumento.
Si Dios ha sido la única causa de la existencia de
todos sus ángeles, éstos tuvieron, entonces, desde el origen, la naturaleza y
las inclinaciones que Dios les había dado: las tenían de Él solo, tal como Él
había querido dárselas. Lo que ellos eran lo eran por Él, en toda su
constitución. No poseían nada que hubieran recibido de otro que no fuera Él. Y
Dios nunca había querido, en el origen, hacerlos de otra manera.
Que si Él hubiera querido crearlos de otra manera
lo habría podido hacer sin la menor dificultad (si creemos a nuestros
adversarios), dando a esta creación otro efecto.
Luego entonces parece evidente que Dios no ha
querido, al comienzo, tener cuidado del perfeccionamiento de sus ángeles. En
cambio, y con todo conocimiento, les ha asignado todas las causas por las
cuales era necesario que llegasen a ser más tarde demonios.
Por esto no es cierto decir que la sabiduría y la
providencia de Dios no han actuado -para llevar a los ángeles a transformarse
en demonios- más que la "previsión" del hombre que desde su ventana
sobre el camino ve la dirección que toma aquél que está en la calle, por la
razón esencial de que el hombre que está en la calle no procede de aquél que
está en la ventana ni ha recibido de éste su ser y su poder. Si le vinieran de
él sus fuerzas, y absolutamente todas las causas que le determinan a recorrer
necesariamente ese camino -como los ángeles, según la fe de nuestros
contradictores, tienen las suyas de su Creador- no sería cierto decir que la
previsión del "hombre de la ventana" no es lo que hace caminar al "hombre de la
calle", como los ángeles no actúan más que por Dios.
Y así, razonablemente, nadie podría acusar a estos
ángeles de pecado, puesto que no han podido hacer de otra manera que como han
hecho, a causa de las disposiciones de su Señor.
A causa de la naturaleza que han recibido de su
creador, los ángeles no habrían podido evitar caer en el mal, a causa de las
disposiciones que desde el origen les habría dado Dios.
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