La Edad Media
fue una época de símbolos, de pensamiento simbólico.
En unos 50 años
de escritura incesante quedó construido para siempre el mito del Grial, entre
los siglos XII y XIII.
En El Cuento del Grial, de Chrétien de
Troyes, Perceval se configura como primer héroe del Grial.
Perceval vive en
“la yerma floresta solitaria”.
Perceval no sabe
nada de la caballería. O sea: No sabe nada.
Es el ignorante;
el inocente.
Vive solo con su
madre. Recorre los bosques con sus jabalinas.
Un día, yendo de
caza, escucha sonidos que proceden del bosque: Son las lorigas, los escudos y
las armas de un grupo de caballeros que avanza; el metal choca con las ramas de
los árboles. Perceval, desde un claro, mira, intrigado. Los caballeros salen
del bosque.
Perceval los ve
y se arrodilla, extasiado ante el brillo y el color, ante el fascinante
despliegue cromático, ante el espectáculo fantástico.
Perceval
pregunta a uno de ellos quiénes son. Pregunta incesantemente. Quiere ser como
ellos. El caballero le dice que las armas se las dio el rey Arturo.
Perceval parte
en busca de ese brillo y ese color. Su madre lo ve marchar y muere de pena.
Perceval la ve caer pero sigue adelante.
Llega a la corte
de Arturo y le pide armas al rey.
Todo el mundo se
ríe del muchacho.
Todo el mundo,
menos una doncella, que hacía mucho que no sonreía.
Ahora sonríe y
dice a Perceval:
- Tú serás la
flor de la caballería.
El caballero del
Grial, pues, no es cualquiera: Es un elegido. Un predestinado, en contra de
todas las apariencias.
Perceval inicia
su formación, su aprendizaje caballeresco.
Deja la corte en
busca de aventuras.
El Rey Pescador
lo acoge en su castillo, el Castillo del Grial.
El castillo
surge como una “aparición”; una aparición maravillosa:
Es el “más
allá”.
Perceval visita
el más allá.
El Rey Pescador
resulta estar enfermo. Es el Rey Herido.
Durante la cena,
atraviesa la sala un cortejo.
Llega una
doncella que transporta “un graal”. Un recipiente, un ciborio.
Se hace una
claridad tan grande que las candelas pierden su brillo.
Es la luz del
Grial.
Un recipiente
vulgar se transforma en un objeto maravilloso.
El cortejo, y
con él la doncella, entran en la cámara de al lado y desaparecen.
¿Qué es el
Grial? Eso no se dice, responderá el Gornemanz de Goort de Wagner.
Perceval no
pregunta. Quiere hacerlo, pero no se atreve.
Está
sobrecogido. Permanece silencioso.
Se calla. Y por
tanto no obtiene respuesta.
A partir de este
momento, Perceval es el que no ha preguntado.
La pregunta era
el puente de comunicación con el otro mundo, representado por el Grial, puesto
que el Grial es una aparición maravillosa.
El Grial
responde si se le pregunta.
El héroe ha de
preguntar: establecer comunicación, construir el puente.
Perceval marcha
de nuevo.
Regresa a la
corte de Arturo. Ya es un caballero, aunque ha fracasado en la aventura
fundamental.
Así se lo dice
públicamente la “Doncella Fea”:
- Eres un
desdichado, porque no preguntaste cuando tenías que hacerlo.
Te ha pasado por
el pecado que cometiste con tu madre (al abandonar / matar a la madre):
El pecado te
trabó la lengua.
Perceval cae en
un estado de crisis.
Asegura en
presencia de los demás caballeros que no cesará de buscar.
Buscar y
preguntar es lo mismo.
El que no ha
preguntado ahora se dedicará a buscar.
No cesará hasta
conocer la respuesta. Preguntará a quién sirve el Grial.
La pregunta es
el deseo de conocer, el afán de saber.
Perceval
emprende un nuevo periodo errante.
Vaga durante
cinco años. Amargado, en un estado de absoluta pérdida. Olvidado de Dios.
Su crisis es
religiosa.
Lucha frenéticamente
en las más duras aventuras, pero no le sirve de nada.
Un Viernes Santo
Perceval se encuentra al ermitaño, que le desvela los misterios del Castillo
del Grial:
El Rey Pescador
es el hijo del Rey del Grial, el Rey al que sirve el Grial en la cámara vecina
(el Dios Padre, el rey oculto, al que no vemos).
El ermitaño
también le dice que su silencio provino de su pecado, del pecado que cometió
con su madre.
La novela de
Chrétien de Troyes se interrumpe aquí.
En las
continuaciones, la búsqueda se transforma en empresa caballeresca colectiva:
Todos los
caballeros de la corte parten en busca del Grial.
El Grial es
dispendiador de bienes. Su pérdida ha supuesto la desolación de la tierra.
La búsqueda es
la misión de la caballería.
Un autor anónimo
introduce a un nuevo personaje:
El nuevo héroe
del Grial es Galahad: el caballero puro.
Galahad ya no
tiene que preguntar nada.
El Grial se
aparece. El héroe sólo tiene que verlo. Ver es conocer.
Perceval, Boores
y Galahad llegan al Castillo.
El Grial se aparece.
Sólo Galahad consigue ver su interior.
Mira, su cuerpo
se estremece y cae muerto. Ha entrado en contacto con la Divinidad.
La pregunta la
sido sustituida por la experiencia visionaria.
El Parzival de Wolfram von Eschenbach
rectifica la historia de Chrétien:
Parzival llega
al Castillo del Grial, ve al Rey Herido y no le importa su dolor, su terrible
herida.
Parzival sólo se
preocupa de sí mismo, sólo atiende a su propio deseo de conocer.
No pregunta por
el sufrimiento del otro. Ve a ese hombre que está sufriendo y no dice nada.
La pregunta
importante no es a quién sirve el Grial.
Cuando Parzival
vuelva al Castillo preguntará:
- ¿Cuál es tu
dolor?
Antes de poder
hacer esa pregunta, Parzival ha pasado largas noches oscuras. Cuando regresa al
Castillo, ya es capaz de sentir el dolor del otro. Sentir compasión. Ha
aprendido lo que significa el amor.
La pregunta se
ha convertido en sentimiento.
Por eso, el Parsifal de Wagner ya ni siquiera
necesitará preguntar:
Lo que tiene que
hacer Parsifal ya no es preguntar sino sentir.
Sentir,
compartir el sentimiento del otro, compartir el dolor:
En la ópera de
Wagner, Parsifal despierta y se lleva la mano al costado.
Le duele la
herida del Rey. Es como si la tuviera él:
- Die wunde, die wunde!, exclama.
bellisimo........gracias.
ResponderEliminarGracias a ti, por leerlo y por comentarlo.
EliminarHace tiempo..._puede que mucho tiempo-, que leí la admirable novela de Chrètien de Troyes, e indudablemente ví en ella como en la grandiosa ópera de Wagner un profundo misticsmo que tiene mucho que ver con el espíritu que movió la búsqueda de la identidad europea. Esa a la que ahora parece que llevamos renunciando desde hace décadas, divididos en banderías y resaltando los errores más que las virtudes, sin aprender de los unos, ni apoyarnos en las otras para cumplir con el destino que ya vislumbraron nuestros antepasados, al mismo que hemos,parece, vuelto la espalda.
ResponderEliminarEn fin, siempre nos quedarán los de Troyes,y Wagner, para recordarnos nuestro deber.... Gracias por tu artículo.
Gracias a ti, Federico.
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