El camino cátaro
consiste en ir perdiendo los apegos terrenales; en irse desprendiendo de los
vínculos. De todos los vínculos.
De los vínculos
con las cosas, cuya acumulación a nuestro alrededor nos dificulta la visión del
horizonte.
De los vínculos
con las personas, que nos lastran y nos impiden alzar el vuelo.
«Nada te turbe».
Ése ha de ser el objetivo. Conseguir que nada terrenal nos turbe, para poder
centrar los esfuerzos en la búsqueda.
El sonido que
puede encauzar nuestros pasos en la dirección adecuada es muy tenue. Llega de
muy lejos. Es sofocado por el ruido terrestre. Hay que estar muy atento para
escucharlo, y muy concentrado para poder interpretarlo y no confundirlo con un
ruido más.
Es la voz que
nos llama por nuestro nombre. Cuando se oye, hay que seguirla, no vaya a ser
que nos entretengamos y, cuando queramos ponernos en marcha, hayamos dejado de
escucharla y ya no sepamos hacia donde ir.
Nos criticarán.
No importa. Si hemos de entretenernos en responder a cada crítica, en dar
explicaciones a cada censura, no partiremos nunca. La sociedad humana es una
gran tela de araña que nos enreda. Ya Jesús nos avisó de que habríamos de dejar
a nuestras familias.
Esa voz que
pronuncia nuestro nombre es una llamada individual. Podemos tratar de explicar
cómo escucharla, pero, en última instancia, sólo cada uno de nosotros puede
escuchar la voz que pronuncia nuestro nombre respectivo.
La voz nos llama
a todos, pero la llamada es individual. Si otros nos dicen que han escuchado la
voz que les llama, prestemos atención a lo que explican; nos ayudará; pero
sepamos que sólo nosotros podremos oir nuestro nombre; nadie puede escucharlo
por nosotros, del mismo modo que nosotros no podemos oir el nombre de otros.
Hay que estar
alerta. Buscar el silencio. Hacer preguntas. Quizás la voz sea tan tenue que la
confundamos con el viento. Hay que estar alerta, y seguirla cuando la
escuchemos.
Era una mañana y abril sonreía.
Frente al horizonte dorado moría
la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
cual tenue ligera quimera, corría
la nube que apenas enturbia una estrella.
Como sonreía la rosa mañana,
al sol del oriente abrí mi ventana;
y en mi triste alcoba penetró el oriente
en canto de alondras, en risa de fuente
y en suave perfume de flora temprana.
Fue una clara tarde de melancolía.
Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
de mi casa al viento... El viento traía
perfumes de rosas, doblar de campanas...
Doblar de campanas lejanas, llorosas,
süave de rosas aromado aliento...
...¿Dónde están los huertos floridos de
rosas?
¿Qué dicen las dulces campanas al viento?
Pregunté a la tarde de abril que moría:
—¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
La tarde de abril sonrió: —La alegría
pasó por tu puerta - y luego, sombría:
—Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.
(Antonio
Machado)
No hay comentarios:
Publicar un comentario