¿Cómo saber si
hemos interpretado bien el mensaje? ¿Cómo saber si realmente hay un mensaje que
interpretar?
No hay
demostraciones científicas. Nadie nos va a firmar un certificado de que vamos
por el buen camino... Seguramente tampoco podremos transmitir a nadie nuestra
propia certeza.
Pero, cuando la
tengamos, habremos de arriesgarlo todo por ella. Por la certeza de que había un
mensaje y de que hemos sabido interpretarlo.
Implicará
riesgos e implicará renuncias. Quizás tengamos que abandonar relaciones.
Intentarán convencernos de que nos estamos equivocando; de que estamos locos.
Nos criticarán; se burlarán...
Sigamos
adelante. Tapémosnos los oídos a las voces externas. Atémonos al timón.
Procuremos mantener la calma en la tormenta. Controlemos el miedo.
Tendremos miedo.
Estamos solos. Nos toman por locos. La sociedad nos dice que no valemos nada.
No importa.
Aferrémonos a nuestra certeza. A ese instante en el que vimos y escuchamos y
estuvimos seguros del mensaje.
Luego han
llegado los días oscuros. Quizás hemos llorado, y ni siquiera hemos tenido a
alguien que nos confortara. El nuestro no es un miedo comunicable. Si pedimos
ayuda, probablemente intentarán que abandonemos la búsqueda, que nos adaptemos.
Será fuerte la
tentación, porque estamos solos en medio de un bosque oscuro.
No. No estamos
solos. Sigamos hablando con esa voz que un día escuchamos. «Aunque camine por
el Valle de las Sombras, no temeré mal alguno».
Las respuestas
pueden llegar a través de unas notas de música, o de la aridez de un sendero, o
del silencio de una biblioteca, o de la conversación con un desconocido...
No se trata de
una única respuesta definitiva. La verdad se va revelando poco a poco. Débiles
rayos de sol traspasan con dificultad la espesa niebla.
Son ángeles que
salen a nuestro encuentro. Nos hemos puesto en camino, vamos atentos a las
señales. En el comienzo de la búsqueda, eso es lo único que podemos hacer.
Ponernos en camino, y esperar a que algún enviado nos salga al encuentro.
Cuando cae la oscuridad, eso es lo único que podemos hacer. Seguir caminando, y
confiar en que algún enviado nos tienda la mano.
A veces no los
reconocemos. Su voz se confunde con las demás voces, o es apagada por los
terremotos que con frecuencia sacuden nuestro interior.
Si no nos
rendimos, si no retrocedemos, volveremos a oirla. Se calmarán las aguas. Se
deshará la niebla.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la
luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar
quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador
preciada.
Converso con el hombre que siempre va
conmigo
-quien habla solo, espera hablar a Dios un
día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he
escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que
habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde
yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de
tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
(Antonio
Machado)
Increíble. Yo me halló en el camino, mi camino... Por fin!
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