Perceval es un muchacho de ilustre linaje, pero que ha crecido en la ignorancia, aislado en la Yerma Floresta Solitaria, desconocedor de sí mismo y de la realidad que hay más allá de su limitado ámbito vital.
Un día ve pasar cerca de su casa a unos caballeros y queda fascinado por su aspecto. Los cree ángeles. Y decide seguirlos. A partir de esa visión ya no le importa lo que hasta entonces había sido su mundo. Lo abandona todo y marcha a la ventura.
A partir de ese momento, el joven ignorante se transforma en héroe que atraviesa un proceso de aprendizaje e iniciación. Perceval se convierte en guerrero, en caballero.
En su vagar en busca de aún no sabe qué, llega a un castillo en el que es invitado a cenar por el Rey Pescador o Rey Herido.
A mitad de la cena, tiene lugar algo extraño: Atraviesa la sala una procesión en medio de la cual avanza una doncella portando “un grial”. Un grial que ilumina la estancia de tal modo que en su resplandor se diluye la luz de los candelabros.
Perceval falla entonces. Su preparación aún no es suficiente. No hace la pregunta que debería haber formulado. No pregunta a quién se sirve con el grial.
Hacer la pregunta adecuada. Ésa es la Búsqueda. Sin pregunta no hay búsqueda y por tanto no hay encuentro, no hay fin del camino, no hay solución al enigma. Puedes incluso estar frente a lo buscado y no ser consciente de ello, no ser consciente de su significado.
Por eso, Perceval ha de abandonar el castillo y proseguir su peregrinaje. Completar su iniciación.
Perceval ha permanecido callado cuando debería haber preguntado. La luz del grial se esfuma. La tierra permanece desolada y el Rey sigue sangrando, porque Perceval no ha formulado la pregunta sobre el sentido del grial.
El buscador se ve obligado a deambular durante años, luchando, enfrentándose a dificultades, superando obstáculos. Durante años lleva una vida dura y errante, aprendiendo, fortaleciéndose, purificándose, conociéndose a sí mismo y el significado del viaje.
Ha dejado atrás su casa, la seguridad de la protección materna. Se ha adentrado en lo desconocido. Ha afrontado amenazas. Ha aprendido a combatir. Se ha sometido a pruebas. Se ha internado, solo, en el peligro. Por el camino, le han sido revelados secretos cuyo alcance sólo puede conocer el que se atreve a asumir el riesgo del peregrinaje.
Finalmente, en ese largo viaje, Perceval encuentra al sabio que le revela el sentido del grial: En él se transporta el alimento milagroso con el que se sostiene el Rey Herido, el Rey Inválido. Perceval es instruido en los misterios.
La búsqueda de Perceval no es sino la búsqueda de Dios. Dios es el “alimento mágico”. Dios es la respuesta a la pregunta. Dios es la sanación de la enfermedad.
Sólo el caballero puro puede alcanzar la revelación. El viaje de Perceval es el camino hacia Dios.
De hecho, a lo largo del proceso, la pregunta se transfoma. En la soledad de su viaje, Perceval-Parsifal se pregunta repetidamente: “¿Qué es Dios?” Sus victorias en lances caballerescos son insuficientes. Perceval-Parsifal busca algo más, necesita algo más. Acumula hazañas, pero su alma se siente insatisfecha.
La aventura adquiere así una dimensión espiritual, interior, sagrada, trascendente.
Perceval-Parsifal, o Galahad en textos posteriores, puede sentarse en el Asiento Peligroso sin que ningún daño le sobrevenga, y alcanzar la visión del Grial, porque es el caballero puro.
La aparición final del Grial es una visión mística. Tras la revelación, Galahad muere. Perceval se convierte en Rey. La consecuencia es la misma: La transformación radical, el paso a otro plano.
El héroe alcanza el conocimiento y con ello se libera. El Grial es el objeto lejano cuya consecución ha guiado el camino.
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