La octava esfera es el círculo de las estrellas fijas, el “stellatum”.
En el octavo cielo moran las “almas triunfantes”, que aparecen como innumerables luces envueltas por el resplandor de Cristo.
Desde esa altura (desde la estrella de géminis, bajo la cual nació el autor), Dante vuelve la vista atrás para contemplar tanto las siete esferas por las que ha pasado como la Tierra.
Beatriz le insta a ello:
“Tan cerca estás de la salud excelsa,
dijo Beatriz, que debes desde ahora
tener los ojos claros y agudísimos;
pero, antes de adentrarte más arriba,
mira hacia abajo, y cata cuánto mundo
debajo de tus pies ya he colocado.”
(Canto XXII, 124-129).
Dante lo hace, contempla la pequeñez e insignificancia de la Tierra, y comenta:
“Con la mirada me volví hacia todas
las siete esferas, y tal vi este globo
que sonreí ante su vil semblante.
Y por mejor el parecer apruebo
que lo tiene por menos; y el que piensa
en el otro, de cierto es virtuoso.”
(Canto XXII, 133-138).
En esta esfera, antes de proseguir, Dante debe pasar una especie de examen sobre las virtudes.
Tras una oración de Beatriz, Dante es interrogado:
San Pedro le examina sobre la fe.
Santiago le examina sobre la esperanza.
San Juan le examina sobre el amor.
A continuación Dante y Beatriz ascienden a la novena y última esfera, al círculo exterior, el “Primum Mobile” (Primer Motor) o “Cristalino”, el cielo habitado por los ángeles, el límite entre lo natural y lo sobrenatural.
Es la esfera mayor, llamada Primer Móvil pues es la primera que se mueve, recibiendo su impulso de Dios y transmitiéndolo a las esferas concéntricas de los cielos inferiores.
Dios mueve el Cristalino directamente, y por reacción a su vez se mueven todas las otras esferas que alberga:
“El ser del mundo, que detiene el centro
y hace girar en torno a lo restante,
tiene aquí su principio como meta;
y este cielo no tiene más comienzo
que la mente divina, donde prenden
la virtud y el amor que de él emanan.
El amor y la luz, a éste rodean
como a los otros éste; y solamente
a este círculo entiende quien lo ciñe.”
(Canto XXVII, 106-114)
En esta esfera residen las jerarquías angélicas, que aparecen distribuidas en nueve círculos de fuego que giran en torno a un punto luminoso, que es Dios.
Así ve Dante a Dios: Como un intenso punto de luz rodeado por nueve anillos de ángeles.
Por encima sólo se encuentra el Empíreo, que es inmóvil (en la teología medieval el movimiento no era compatible con la perfección, pues implicaba cambio).
La potencia divina que reside en el Empíreo, esencia del universo celestial, imprime a los cielos subyacentes un movimiento rotatorio, muy fuerte en el primer móvil pero cada vez más lento, hasta llegar a la Tierra.
El lugar efectivo de residencia de las almas es el Empíreo:
Dios ha distribuido a las almas en los cielos inferiores para que se manifestaran al poeta según su experiencia terrena.
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