Virgilio, que simboliza la razón, ha desaparecido.
Beatriz, quien representa la teología, toma el lugar de guía: Es imposible llegar a Dios tan solo con la razón, siendo necesaria la verdad iluminada.
Por el Paraíso Dante es acompañado y guiado por Beatriz, cuyo nombre significa “dadora de felicidad”.
El poeta expone la dificultad de describir el recorrido que implica el “trashumanar”, es decir, el ir más allá de la condición terrenal.
Pero confía en el apoyo del Espíritu (el “buen Apolo”):
“En el cielo que más su luz recibe
estuve, y vi unas cosas que no puede
ni sabe repetir quien de allí baja;
porque mientras se acerca a su deseo,
nuestro intelecto tanto profundiza,
que no puede seguirle la memoria.”
(Canto I, 4-9).
Dante apenas consigue describir el Cielo.
Las imágenes de los condenados eran expresivas e impresionantes. Las de los bienaventurados, en cambio, resultan desvaídas. En general, siempre las representaciones del Infierno tienen una fuerza de la que carecen las del Paraíso. Ello quizás se debe a que conocemos el dolor y la desgracia mucho mejor que la felicidad. Podemos describir la enfermedad mucho mejor que la salud, que en realidad es un mero no encontrarse mal.
Mientras el Infierno y el Purgatorio son sitios terrestres, el Paraíso es un mundo inmaterial, etéreo, dividido en nueve cielos.
El Paraíso comienza en la cima del Monte Purgatorio, al mediodía del miércoles después de Pascua.
Del Paraíso Terrestre, Dante y Beatriz ascienden al primer cielo a través de la Esfera de Fuego, que separa el mundo contingente del incorruptible y eterno.
El Paraíso está compuesto por nueve órbitas concéntricas, en cuyo centro se encuentra la Tierra.
Al principio un círculo de luces brillantes gira alrededor de Dante y Beatriz.
Tras ascender por la atmósfera superior, Beatriz guía a Dante a través de los cielos del Paraíso hacia el Empíreo, que es donde reside Dios.
Los primeros siete cielos llevan el nombre de cuerpos celestes del sistema solar, que en su orden son: Luna, Mercurio, Venus, Sol (que representa la luz de la sabiduría, y en donde se hallan los filósofos), Marte, Júpiter, Saturno.
A su vez, los astros están organizados según la jerarquía de los ángeles.
El último par de cielos lo constituyen las estrellas fijas y el Primer Móvil.
Las nueve esferas son concéntricas, como en la clásica teoría geocéntrica de la cosmología medieval.
Para atravesar las esferas cristalinas del Reino de los Cielos, se utiliza la reflexión de la luz:
En cada etapa Beatriz mira fijamente los engranajes celestiales y Dante contempla el reflejo de éstos en los ojos de ella, hasta que ambos son transportados al círculo siguiente.
En cada uno de los siete primeros círculos celestes, que se corresponden con planetas, se encuentran las almas bienaventuradas.
La relación entre Dante y los beatos es diferente de la que había sostenido con los habitantes de los otros dos reinos.
Durante su viaje, Dante conoce y departe con varias almas bendecidas. Pero el poeta deja claro que todas viven en estado de beatitud en el Empíreo, por lo que no se debe pensar que las encontradas en los cielos se encuentren efectivamente en un lugar distinto de las de los mayores santos.
Todas las almas del Paraíso se encuentran en el Empíreo, en la cuenca de la Rosa Mística, desde la cual contemplan directamente a Dios. Sin embargo, para que el viaje por el Paraíso sea más fácil de comprender, las almas aparecen por cielos, en una precisa correspondencia astrológica entre las cualidades de cada planeta y el tipo de experiencia espiritual vivida por el personaje que se presenta. De esa manera, en el cielo de Venus se encuentran los espíritus amantes, mientras que en el de Saturno se hallan los contemplativos.
En el viaje a través del Paraíso, Dante tiene presente el esquema del Itinerario de la mente en Dios de San Buenaventura, que establecía tres grados de aprendizaje de inspiración platónica: el Extra-nos, la experiencia de los siete cielos, que corresponde al conocimiento sensible de la teoría platónica; el Intra-nos, o la experiencia de las estrellas fijas, correspondiente a la visión; y el Supra-nos, o la experiencia del Empíreo, que se corresponde con el conocimiento inmaterial, con el conocimiento contemplativo, con la Sabiduría.
De los 33 cantos del Paraíso, 27 transcurren en los círculos celestes, por debajo del Empíreo.
Las nueve esferas celestiales reproducen el sistema astronómico descrito por Ptolomeo: los siete planetas, las constelaciones y el Primer Motor.
Más allá del sistema celestial pero encerrando en sí mismo los nueve cielos se halla el Empíreo: la Divinidad.
En el Primer cielo (Luna), Dante departe con los beatos acerca de la doctrina platónica sobre el regreso de las almas a las estrellas.
En el Segundo cielo (Mercurio), se afronta el tema de la corruptibilidad o incorruptibilidad de las almas y la resurrección de los cuerpos.
En el Tercer cielo (Venus) Dante habla con sus interlocutores sobre las razones de las diferentes índoles humanas.
En el Cuarto cielo (Sol) las cuestiones teológicas, filosóficas y morales tratadas se refieren al esplendor de las almas beatas tras la resurrección.
En el Sol, que es la fuente de luz de la Tierra, Dante encuentra los máximos ejemplos de prudencia: las almas de los sabios, quienes ayudaron a iluminar el mundo intelectualmente.
En el Quinto cielo (Marte) las cuestiones discutidas hacen referencia al combate por Dios.
En el Sexto cielo (Júpiter) se aborda la inescrutabilidad de la voluntad divina: Por qué algunas almas son condenadas.
Dios es descrito como “dulce amor que de risa te envuelves”.
El Séptimo es el cielo de Saturno, que se caracteriza por la meditación. En esta esfera se encuentran quienes en vida se consagraron a actividades contemplativas. Aparecen como resplandores que suben y bajan los peldaños de una “escala celeste” luminosa, intensamente dorada, tan alta que su cumbre se pierde. Se trata de una alegoría de la sabiduría.
“Y ella no reía; mas «Si me riese
-dijo- te ocurriría como cuando
fue Semele en cenizas convertida:
pues mi belleza, que en los escalones
del eterno palacio más se acrece,
como has podido ver, cuanto más sube,
si no la templo, tanto brillaría
que tu fuerza mortal, a sus fulgores,
rama sería que el rayo desgaja».”
(Canto XXI, 4-12)
Hasta ahora Beatriz había sonreido. A partir del séptimo cielo deja de sonreir. En la sonrisa de Beatriz se refleja Dios, y ahora, ante la cercanía de la Divinidad, su luminosidad cegaría a Dante.
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