miércoles, 11 de marzo de 2015

La carne



Dicen que el cuerpo es “un templo sagrado”. No es verdad. El cuerpo no es nada. El cuidado del cuerpo sólo tiene sentido en tanto que soporte del espíritu. ¿Qué otro sentido podría tener tanto esfuerzo por mantener algo cuyo destino último e inevitable es la muerte y la corrupción?
Este cuerpo lleno de imperfecciones, abocado al dolor y la enfermedad, no es creación de Dios. Conservarlo sano nos puede permitir una mayor atención al desarrollo del espíritu. Pero cuando esa salud corporal se convierte en fin, en objetivo fundamental de nuestras vidas, nos estamos equivocando. En la hora de la muerte, lo único que importará será en qué estado tengamos el espíritu, lo único que importará será estar preparados para marchar.
Y, sin embargo, nadie piensa en ello. Si pudiéramos ver nuestras almas igual que vemos nuestro rostro, quizás tendríamos motivos para preocuparnos. Espíritus fláccidos, depauperados, sin brillo, espíritus sin alimentar ni ejercitar.
Pero, antes o después, nos encontraremos frente a frente con nuestro verdadero ser, y entonces de poco nos valdrán los años de culto al cuerpo en los que ni siquiera nos acordamos de que había otra cosa.
Ni siquiera la Iglesia, aunque hable de la resurrección de la carne, cree en ello, puesto que intenta explicarlo diciendo que se tratará de “cuerpos de gloria”, o sea, algo que no se sabe lo que es, pero que no es carne.
Es difícil de entender el empeño en defender que resucitará algo muerto, corrompido y aventado. Jesús no era un ser de carne corruptible y su “resurrección” no fue sino el abandono de esa apariencia física.
Hay quien puede considerar fantasiosa la explicación de la presencia corporal de Jesucristo como mera apariencia. Pero precisamente en la actualidad, cuando empieza a ser crecientemente factible la alteración de lo visible, cuando hablamos ya con naturalidad de realidades virtuales y de hologramas, cuando estamos abiertos a nuevas dimensiones, precisamente en la actualidad deberíamos ser capaces de concebir que las cosas pudieron ser de otra manera, que la explicación de la realidad visible de Jesús no tiene por qué limitarse a la de la carne mortal.
De hecho, lo que hoy sí parece inadmisible es la explicación de un Dios sangriento que recibe sacrificios humanos como expiación de supuestas culpas heredadas de padres a hijos indefinidamente.
Quizás ha llegado el momento de dar a las antiguas historias lecturas nuevas que les den un significado aceptable. De otro modo, esas historias se irán quedando vacías de sentido.Quizás en nuestros días estamos en condiciones de entender cosas que el ser humano del siglo I no podía comprender. ¿Por qué rechazar nuevas interpretaciones, que podrían abrir los viejos textos a las nuevas generaciones?

No hay comentarios:

Publicar un comentario