jueves, 12 de marzo de 2015

El cuerpo




Desde los médicos hasta las revistas del corazón. Desde los gimnasios hasta los programas televisivos. La política, el cine, el ecologismo...
Desde todas las instancias, en todos los ámbitos se nos bombardea con el culto al cuerpo, a la naturaleza, a la materia. En ninguna parte se habla del espíritu.
Nunca la sociedad había prestado tanta atención al cuerpo. No se trata sólo de mantenerlo en buenas condiciones para que su funcionamiento nos permita desarrollar adecuadamente nuestras distintas actividades, sino que ya su cuidado parece ir a convertirse en nuestra principal actividad, como si fuese a durar eternamente.
Dedicamos al cuidado del cuerpo dinero, tiempo, esfuerzo. Todo parece poco. Hemos entrado en una absurda carrera contra la realidad, una carrera que estamos condenados a perder, por mantenernos siempre jóvenes, siempre sanos, siempre guapos... Anhelo imposible en el que volcamos nuestras energías, porque la sociedad así nos lo exige.
¿Y el espíritu? Del espíritu, la sociedad no dice nada. Mientras que nos obsesionamos con el cuidado del cuerpo, el espíritu queda completamente desatendido. La enfermedad, la “fealdad” del espíritu nos es indiferente.
¿De qué nos sirve llegar a la muerte con un cuerpo “perfecto”, si el espíritu en cambio no ha recibido ningún cuidado?
Con o sin horas de gimnasia, con o sin productos para la piel y el cabello, con o sin operaciones de cirugía estética, nuestros cuerpos van a morir. Al final nos encontraremos con un cadáver impecable. ¿Y el espíritu que habitó ese cuerpo? Eso no parece importarle a nadie. Esta sociedad que tanto se preocupa por los cuerpos, se ha olvidado de los espíritus.
Dedicamos muchas horas y atenciones a mantener algo cuyo destino es pudrirse, y desatendemos nuestro verdadero ser.
Pese a que la muerte física es la más indiscutible de las realidades de este mundo, ésta siempre parece cogernos por sorpresa. Porque la sociedad se ha empeñado en que no pensemos en ella.
Si el tiempo que dedicamos a que nuestros cuerpos se ajusten a un estereotipo impuesto, lo dedicáramos a prestar atención al espíritu, podríamos llegar a la muerte con alegría. Entonces la muerte no sería sino el último paso en el proceso de aprendizaje, la apertura de la puerta de entrada.
Cuidar el cuerpo para que “no nos moleste”, para que funcione lo mejor posible, nos puede permitir una mayor atención al espíritu. Pero convertir el cuidado del cuerpo en nuestro principal objetivo, a lo único que nos conduce es a llegar a ser un cadáver con buen aspecto.
En ninguna parte se habla del espíritu. Ni siquiera los sacerdotes hablan del espíritu. Las insulsas predicaciones de los sacerdotes también están centradas en este mundo, como si quisieran congraciarse con una sociedad que sólo piensa en la materia. Predicaciones vacías y rutinarias sin capacidad para conmover, para alimentar los espíritus, para ilusionar. Predicaciones repetitivas y tibias que en nada ayudan a que los espíritus despierten, que parecen tener miedo a hablar de lo esencial, que se han acomodado a la inanidad circundante.
Hasta los sacerdotes parecen haber acabado por creer que basta con cuidar la materia.

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