viernes, 2 de enero de 2015

El mensajero de Dios



Dios decidió revelarse a los hombres para indicarles el camino de regreso al cielo.
Para ello, hizo descender a la tierra a su criatura más perfecta, a Jesús, que tomó apariencia humana.
Jesús vino al mundo para enseñar a los hombres cómo retornar al cielo, al reino eterno de la luz.
“Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz. [...] Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas” (Juan XII, 36, 46).
Jesús no se hizo hombre, no se hizo criatura de Lucifer, sino tan sólo semejante a un hombre.
“Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo” (Juan, VIII, 23).
En el Tabor se transfiguró y mostró a sus discípulos la verdadera sustancia de su “cuerpo”.

Bajó a la tierra con apariencia de hombre, y la abandonó tan puro como había entrado en ella, sin haber tomado nada de su materia.

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