La “ordenación”
de los Buenos Hombres constituía un verdadero compromiso de vida consagrada.
El oficiante
hacía previamente una prédica destinada a iluminar el sentido de los
compromisos que el futuro cristiano iba a adquirir, de los sagrados gestos que
se iban a realizar y de las palabras que se recitarían.
Comenzaba con la
pronunciación de votos casi monásticos por el postulante, que se comprometía
a seguir el camino de la Verdad.
La segunda fase
de la ceremonia consistía en la imposición colectiva de las manos y del libro
sobre la cabeza del novicio para impetrar al Espíritu Santo consolador, con
acompañamiento de lecturas de fórmulas rituales y plegarias, y de una serie de
gestos de devoción.
La ceremonia se
cerraba con el beso de paz. Un beso en la boca, como era usual en la Iglesia
griega.
Todo el rito se
desarrollaba en presencia de la comunidad de creyentes.
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