Cualquier
creyente cátaro podía aspirar a convertirse en Buen Cristiano.
La Iglesia
cátara se componía, al igual que la Iglesia católica, de clero y laicado.
Pero, al contrario de lo que ocurría en la Iglesia católica, la casta
sacerdotal/monástica cátara no estaba cerrada a la aspiración de la
generalidad de los fieles. Cualquier creyente era un Buen Hombre en potencia,
la “ordenación” era un objetivo de todos los creyentes.
Ordenados por el
bautismo espiritual, el Buen Hombre y la Buena Mujer debían vivir
cristianamente. El consolament sólo
proporcionaba la salvación si era acompañado por las buenas obras, por el
cumplimiento de la regla evangélica, por el seguimiento de la Vía de la
Verdad.
Los cátaros no
concedían valor alguno a los condicionamientos humanos establecidos en un
universo arbitrariamente regulado por los vencedores convertidos en señores.
Rechazaban, en nombre del Evangelio, todos los fundamentos de la sociedad de su
tiempo, una sociedad que aplastaba al hombre.
Pero eso no
significa que aspiraran a una revolución social. Lo que condenaban era la
totalidad de este mundo malvado, a lo que aspiraban era a la patria celestial.
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