Pastor que con
tus silbos amorosos
me despertaste
del profundo sueño;
Tú, que hiciste
cayado de ese leño
en que tiendes
los brazos poderosos,
vuelve los ojos
a mi fe piadosos,
pues te confieso
por mi amor y dueño
y la palabra de
seguirte empeño
tus dulces
silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor,
pues por amores mueres,
no te espante el
rigor de mis pecados,
pues tan amigo
de rendidos eres.
Espera, pues, y
escucha mis cuidados;
¿pero cómo te
digo que me esperes,
si estás, para
esperar, los pies clavados?
Félix Lope de Vega y Carpio
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