sábado, 31 de marzo de 2012

PRISCILIANISMO




El priscilianismo fue la doctrina cristiana predicada por Prisciliano en el siglo IV.

Se cree que Prisciliano nació en la provincia romana de Gallaecia, en el seno de una familia noble, a mediados del siglo IV.

Cuando contaba unos 30 años, viajó a Burdigalia (Burdeos) para estudiar, y adquirió conocimientos de astronomía y magia. Allí, a las afueras de la ciudad, formó una comunidad de tendencia rigorista, y abierta a mujeres.

Unos 10 años después, hacia el 375, regresó a su tierra y dio comienzo a su predicación.

Sus poco ortodoxas ideas obtuvieron gran éxito, en especial entre las mujeres y las clases populares, pero también entre numerosas familias influyentes, y tanto entre seglares como entre eclesiásticos, muchos de los cuales se sumaron al priscilianismo. Sus propuestas de forma inmediata arraigaron en la población y la iglesia galaicas, constituyéndose la primera estructura jerárquica segregada de Roma en la Gallaecia. Desde ella el priscilianismo se extendió a la Lusitania y la Bética.



Prisciliano había fundado una escuela ascética, extremadamente rigorista, de talante libertario, precursora del movimiento monacal.
Prisciliano negaba la encarnación del Verbo, atribuyendo a Jesús un cuerpo sólo aparente.
Afirmaba que los ángeles y las almas humanas son, en esencia, de la misma sustancia que Dios. El alma es de origen divino, surge de una especie de “almacén” (emanatismo), desciende al mundo terrenal y aquí es corrompida por el maligno.
Las fuentes principales que informan de la particular liturgia y hábitos del priscilianismo son los cánones promulgados en los sucesivos concilios, que harán referencia a costumbres indeseables: Sus reuniones eran frecuentemente nocturnas, en bosques, cuevas o en pequeños poblados alejados de las ciudades, y con el baile como parte importante de la liturgia; a menudo se apartaban en celdas y retiros en las montañas; andaban descalzos; llevaban el pelo largo...
El priscilianismo admitía el nombramiento de laicos como “maestros”, recomendaba el celibato, como un aspecto más del ascetismo, pero sin prohibir el matrimonio de monjes ni clérigos, fomentaba el ayuno, incluía entre los textos sagrados algunos apócrifos prohibidos por la Iglesia, como el Libro de Henoc, abogaba por la interpretación directa y personal de los Evangelios, enfatizaba el estudio de los símbolos y la superación del literalismo en la lectura de la Biblia, sustituyéndolo por la lectura alegórica, no admitían más autoridad que la de los textos bíblicos... Aceptaban la presencia de mujeres en las reuniones de lectura y en las liturgias como participantes activas y libres junto con hombres a los que no les ligaba parentesco; así, la primera mujer de la que se conservan textos escritos en latín es Egeria, monja galaica priscilianista que vivió en el siglo IV y es autora de la primera crónica de un viaje a Tierra Santa del cristianismo escrita por una mujer.



Ante la rápida expansión de las enseñanzas de Prisciliano, en el año 380 se convocó el Concilio de Caesaraugusta (Zaragoza). A este sínodo acudieron dos obispos aquitanos y diez hispanos, lo que indica la amplia difusión del movimiento ascético iniciado por Prisciliano. Se acusó a los priscilianistas de gnosticismo, maniqueísmo y de prácticas de brujería (acusación esta última similar a la que se vertía contra los “fili”, druidas cristianizados de Irlanda y Gales). Los dos principales prelados acusados de priscilianistas, Instancio y Salviano, fueron excomulgados.

Éstos reaccionaron elevando en 382 a Prisciliano a la sede vacante de Abula (Ávila).

A partir de este momento, las propuestas de Prisciliano hallaron eco en todas las provincias hispanas.
El emperador Graciano terminó por dictar un rescripto excomulgando y desterrando de sus sedes a Prisciliano y sus seguidores.
Estas medidas represivas sólo lograron aumentar los apoyos y el número de seguidores de Prisciliano.

Por otra parte, Prisciliano decidió viajar a Roma para defenderse y contrarrestar la ofensiva de sus detractores, encabezada por el obispo Itacio (de la actual zona portuguesa de los Algarves).
El obispo de Roma, Dámaso, también de familia oriunda de Hispania, en plena pugna por obtener la primacía de la sede romana y convertirse, así, en el primer papa “oficial”, se negó a recibirle por no considerarse competente para derogar un rescripto del emperador.
Tras no lograr que el papa le diera audiencia, Prisciliano marchó a Milán, donde aprovechó la ausencia de Graciano para convencer a su magister officiorum (Mayordomo Mayor), Macedonio, de que anulara el decreto imperial.

A su retorno a la Península Ibérica, los priscilianistas recuperaron sus iglesias y fue Itacio quien resultó acusado de perturbador de la Iglesia. El procónsul ordenó la detención del obispo antipriscilianista y éste se vio obligado a huir a Civitas Treverorum (Tréveris).

La influencia de Prisciliano se extendía por Hispania y Aquitania.



Sin embargo, en 383 el emperador Graciano fue destronado por el hispano Magno Clemente Máximo, y éste, a instancias de Itacio, reinició el proceso contra los priscilianistas:

La Iglesia oficial se enfrentaba a un movimiento popular muy extendido por toda Hispania y buena parte de las Galias, y Máximo deseaba ganarse el apoyo de ésta en forma de condena oficial al priscilianismo.

Se convocó un nuevo Concilio en Burdeos al que acudieron Prisciliano y varios de sus seguidores, y en el que se volvió a condenar la herejía priscilianista, pero del que sólo se obtuvo de facto la deposición de Instancio de su sede.
Sin embargo, durante la celebración de este cónclave, una multitud descontrolada lapidó a Urbica, una discípula de Prisciliano.
Éste abandonó el sínodo y se dirigió a Civitas Treverorum (Tréveris), en la Germania Superior, donde Máximo había establecido su corte, para convencer al emperador de que terciara a favor de su grupo.

Pero allí Itacio ya había organizado la actuación contra Prisciliano

La aplicación de una sentencia por herejía conllevaba la confiscación por parte del Estado de todos los templos de la secta, lo que no interesaba a la jerarquía eclesiástica ni servía a los intereses del emperador.
Así pues, se diseñó un proceso judicial ad hoc para condenar a los obispos hispanos por maleficium (brujería, delito condenado por la ley romana). Esta sentencia era más beneficiosa para las arcas del nuevo emperador, pues comportaba la requisa de todas las propiedades personales de los acusados, pertenecientes a pudientes familias hispanas, y no afectaba al patrimonio eclesiástico.

En el año 385 Prisciliano llegó a Tréveris, donde fue acusado por el prefecto del emperador de la práctica de rituales mágicos que incluían danzas nocturnas, el uso de hierbas abortivas y el recurso a la astrología cabalística.

Se reunió entonces otro sínodo en Tréveris, y en él, mediante tortura, se obtuvo la confesión de Prisciliano.
Tras una serie de sobornos y traiciones entre prelados, Prisciliano fue condenado por maleficium y decapitado en 385 junto a sus principales seguidores, Felicísimo, Armenio, Latroniano, Aurelio, Asarino y una mujer, Eucrocia.
Se convirtieron en los primeros herejes ajusticiados por una institución secular a instancias de obispos católicos.
Instancio y los demás fueron desterrados y despojados de sus bienes.



Inmediatamente después del proceso de Tréveris, Máximo envió a dos comisarios a Hispania para depurar las sedes episcopales de todo rastro de priscilianismo, iniciándose una cadena de ejecuciones y deportaciones que acabaron por despertar las iras de sectores de la Iglesia oficial descontentos con el curso de los acontecimientos, y que se habían opuesto desde un principio a la injerencia imperial en asuntos eclesiásticos y a la ejecución de los herejes.

El proceso contra Prisciliano y los suyos causó un notable impacto en la época.
Ambrosio de Milán, pese a discrepar de las tesis priscilianistas, condenó la ejecución y comparó el juicio con el traslado de la acusación de Jesús a Pilatos por los sacerdotes.
Depranio afirmó que no se les había condenado sino por piedad excesiva, y a los obispos delatores los calificó de bandidos, calumniadores y verdugos.

En cualquier caso, en vez de acabar con el priscilianismo, estos hechos lo consolidaron.

Además, en el año 388 Máximo fue derrocado y decapitado por Teodosio, y la situación dio un vuelco.
Itacio resultó excomulgado por su implicación directa en el juicio secular contra Prisciliano y debió renunciar a la mitra, al igual que otros antipriscilianistas.


En el 389, según Sulpicio Severo, varios discípulos de Prisciliano viajaron a Tréveris con el permiso de Roma para exhumar los restos de su líder y llevarlos a Gallaecia.
A la cabeza de esta delegación se encontraba Dictinio, autor de uno de los pocos textos priscilianistas de los que se conoce su existencia, aunque no se conserva ningún ejemplar. De ese libro, titulado Libra, se tienen referencias indirectas en la obra de San Agustín de Hipona Contra mendacium. San Agustín fue uno de los Padres de la Iglesia más activos contra el pensamiento de Prisciliano.

En el año 400 el Concilio de Toledo redactó una nueva condena del priscilianismo:
«Condenamos la doctrina herética de Prisciliano, que escribió que el Hijo de Dios no puede nacer».
En este sínodo se aseguró que once de los doce obispos de la Gallaecia eran priscilianistas.

Algunos herejes dijeron abjurar de sus ideas, pero, para evitar nuevas persecuciones, los priscilianistas se constituyeron en una sociedad secreta y nombraron sus propios obispos.

Esta situación creó un cisma en la Iglesia que obligó a intervenir al papa Inocencio I, que en el año 404 decretó la Regula fidei contra omnes hereses, maxime contra Priscillianistas.

En 409 Honorio, hijo de Teodosio, condenó nuevamente el priscilianismo y llegó a imponer multas a los funcionarios civiles que no persiguieran la herejía.



Ese mismo año los bárbaros invadieron el Imperio, y los priscilianistas verán facilitada su supervivencia en el noroeste peninsular, sobre todo en el entorno rural, al amparo de la independencia política respecto de Roma.

El priscilianismo se mantuvo durante al menos dos o tres siglos más, sobre todo en Gallaecia, como lo demuestran los sucesivos concilios convocados para tratar el tema.
En uno de ellos, celebrado en 563, se establecía:
«Si alguno, además de la Santa Trinidad, introduce otros nombres de la Divinidad, como hicieron los gnósticos y Prisciliano, sea anatema.
Si alguno no venera verdaderamente la natividad de Cristo según la carne, sino que finge honrarla ayunando en aquel día y en domingo, porque no cree que Cristo nació con verdadera naturaleza de hombre, como afirmaron Marción, Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.
Si alguno cree que el diablo ha hecho en el mundo algunas criaturas y que él de propia autoridad produce los truenos, relámpagos, tempestades y sequías, como afirmó Prisciliano, sea anatema.
Si alguno condena los matrimonios humanos y aborrece la procreación de los que van a nacer, como afirmaron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema».



En el año 813 un ermitaño comunica al obispo de Iria Flavia que en el bosque se ven unas luces extrañas.
El obispo referirá después al rey Alfonso II el Casto que buscando el origen de las luces halló un sepulcro, que atribuyó inmediatamente al apóstol Santiago.
La noticia se hace oficial con el Papa León III.

En el año 1900 el hagiógrafo Louis Duchesne publica en la revista de Toulouse Annales du Midi un artículo titulado “Saint Jacques en Galice” en el que sugiere que quien realmente está enterrado en Compostela es Prisciliano, cuyos restos fueron llevados allí por sus discípulos.
Posteriormente Sánchez-Albornoz y Unamuno secundaron esta hipótesis.



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