La gnosis es una soteriología que predica la salvación por la vía del conocimiento revelado, sobre la base de un planteamiento claramente dualista: dualismo teológico (Principio del Bien y Principio del Mal), dualismo cosmológico (mundo divino, inmaterial, y mundo material, terrestre), dualismo antropológico (alma procedente de la divinidad y cuerpo creado por el demiurgo).
La gnosis construye un sistema especulativo completo, que da explicación a la divinidad y los primeros principios (teología/teodicea), al origen del mundo (cosmología), a los seres intermedios (pneumatología o angelología), y al hombre (antropología).
La gnosis parte del profundo dolor que siente el ser humano al encontrarse aprisionado en un mundo que lo oprime y en el que se siente extranjero.
Ante la contemplación de la existencia del mal en el mundo y de la insatisfacción que produce la materia, la gnosis constata el sentimiento de desgarro del ser humano, el deseo de liberarse de este mundo y retornar a la divinidad de la que procede.
La gnosis considera las diferentes religiones con las que ha coexistido como estadios inferiores de la espiritualidad. En el nivel superior se hallan los “conocedores” o gnósticos, a cuyo deseo de ir más allá responde la Divinidad con la iluminación, la revelación de la verdad, la respuesta a las cuestiones esenciales.
La gnosis aparece en el seno del cristianismo a mitad del siglo II d. C., pero ya existía antes, no como una religión propiamente dicha, sino como un enfoque existencial que se manifestó desde antiguo en distintos ambientes mediterráneos.
En Grecia existía una corriente de conocimientos espirituales secretos desde los órficos (siglos VII y VI a. C.), los pitagóricos y Platón, corriente que desemboca en la gnosis.
También en el ámbito del judaísmo más próximo a la influencia helénica se abrió paso el planteamiento gnóstico. La preocupación por la causa de la existencia del mal en el mundo y las preguntas sobre el sentido de la vida llevaron a algunos judíos a buscar una explicación más satisfactoria que la que les daban sus textos sagrados y sus tradiciones.
La existencia del Demiurgo platónico aportaba una respuesta al “misterio” del mal: El mal no es obra de Dios, del Bien absoluto.
En el Timeo expone Platón el mito del Demiurgo: El Poder perverso responsable de la creación de este Universo material lleno de maldad.
Junto con este supuesto básico, los judíos helenizados incorporaron también otros conceptos platónicos, como la diferencia entre la materia y el espíritu, entre el mundo de los sentidos y el mundo de las ideas, la inmortalidad del alma… Y aplicaron estas concepciones a la interpretación de la Biblia.
Ello les llevó a considerar que las dos versiones de la creación que recoge el Génesis corresponden en realidad a dos creadores distintos: Elohim y Yahvé, ambos mencionados en el texto bíblico.
Este judaísmo esotérico absorbió también otras tesis procedentes de las religiones del Mediterráneo oriental, centradas en la lucha entre el Bien y el Mal, elaborando así una religiosidad sincrética.
Cuando la “gnosis” se filtra en el primer cristianismo y se convierte en construcción religiosa en el seno de éste, surge el “gnosticismo”, que en los primeros siglos constituirá, con su distinción básica entre el Dios Padre de Jesucristo y el dios demiurgo del Antiguo Testamento, una heterodoxia de relevancia creciente.
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