En el espacio contenido por el templo, el Arte no puede ser entendido meramente como un objeto valioso. Como materia susceptible de especulación económica.
El Arte, en el espacio del templo, es una vía de Revelación. A través del Arte el hombre puede presentir algo de lo que hay al otro lado. Ese estremecimiento que el hombre experimenta en el templo no es sino la sensación de que hemos entrevisto la otra realidad, la otra vida. Esa emoción es el sentimiento del exilio. En ese sentimiento hay gozo, porque entrevemos nuestro hogar perdido. Hay, también, dolor, porque experimentamos la nostalgia, la ausencia, el despojamiento. Pero, gracias a esa experiencia, mantenemos el contacto con el Origen. El Espíritu nos roza con los dedos, nos susurra al oído. Nos deja constancia de su existencia. Se da a conocer.
El Arte, en el espacio del templo, es vehículo entre el hombre y Dios. Vehículo por el que el hombre expresa a Dios su afán. Vehículo por el que Dios encuentra el modo de que el hombre experimente Su existencia.
Esa experiencia nos transforma. El Arte es una vía de Conocimiento. De Conocimiento de Dios. De Conocimiento transformador. El Arte nos permite vislumbrar a Dios, y ese vislumbre nos acerca al Espíritu y nos desapega de la Materia.
Es una experiencia íntima y personal en la que se conjuga la arquitectura, la luz, la música, el silencio... Una experiencia sutil que puede verse truncada por múltiples interferencias.
Pero, mientras conservemos los templos, esa experiencia será posible. Mientras los templos sigan teniendo la consideración de tales, seguirán actuando como poderosos transmisores.
En el momento los convirtamos en objetivos turísticos o locales museísticos, cegaremos la vía, interrumpiremos la transmisión.
El templo puede ser lugar de congregación de los fieles de una misma religión. Pero es, sobre todo, lugar de reunión del hombre con Dios.
Para que se produzca ese contacto, esa experiencia, la actitud del hombre ha de ser la adecuada. Ha de ser consciente de que no está en un lugar cualquiera, sino que ha entrado en un espacio sagrado. Al penetrar en él, la actitud del hombre ha de alterarse. Ha de hacerse receptivo a la manifestación del Espíritu. El templo facilita esa manifestación, siempre y cuando el hombre sepa abrirse a ella.
Si entramos en el templo dispuestos a comunicarnos con el Espíritu, el Espíritu se pondrá en contacto con nosotros.
La experiencia de la comunicación es personal. No puede vivirse de modo vicario. Por eso, es imprescindible preservar los canales que nos posibiliten ese acercamiento.
Es una experiencia intensa y profunda, una experiencia que estremece. La experiencia del recuerdo de lo olvidado.
Cada capitel de cada claustro, cada bóveda de cada ábside, cada figura pintada en cada mural, cada destello de cada retablo... Todo ha sido construido, pintado y tallado para servir de vía de comunicación.
El Arte en el espacio del templo es una vía de Revelación. Si desmontamos las piezas del templo y las trasladamos a otros lugares convertidas en mercancía, habrán perdido su sentido, su fuerza trascendente y transmisora. Podremos contemplarlas, analizarlas desde el punto de vista académico, calcular su precio... Pero las habremos destruido. Serán ya, sólo, mármol, lienzo, oro, piedra trabajada... Pero el Espíritu habrá dejado de fluir por ellas.
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