jueves, 6 de octubre de 2011

Dios no premia ni castiga


¿Qué sucede si, cuando llegamos al final de nuestra existencia terrestre, no hemos encontrado el camino que nos permita regresar a nuestro lugar de origen?
Nadie lo sabe.
Hay quien resuelve ese enigma recurriendo a la idea de la reencarnación; hay quien piensa que existen planos intermedios, purgatorios.


¿Dejará Dios de luchar mientras algún alma permanezca en el destierro? ¿Renunciará Dios a recuperarlas a todas? ¿Se resignará Dios a que la Oscuridad se apodere definitivamente de alguna chispa de luz?


¿Es posible que algún alma decida por sí misma permanecer en el mundo de las tinieblas, renunciar a su origen?


En el momento en que pedimos ayuda a Dios, ya hemos tomado partido, ya estamos luchando junto a Él.
La clave de la enseñanza cátara estriba en la toma de partido. Estriba en saber que hay una lucha en la que nos va la vida. Una lucha a la que no podemos permanecer ajenos. No podemos decir “ésa no es mi guerra”, porque es la guerra de todos. No tomar partido por el Bien es alinearse con el Mal.
El regreso a la patria no es un premio, sino el final del camino. Mientras no terminamos la búsqueda, no regresamos al hogar, pero eso no es un castigo de Dios. Dios no puede condenar al espíritu a permanecer eternamente en las sombras.


Quizás el fin del mundo se produzca cuando Dios haya recuperado a todas sus almas, cuando la Tierra haya perdido su razón de ser. Lo que ocurra en ese momento con la materia, nos es indiferente. Si, ya vacía de almas, permanece eternamente como un Infierno despoblado o se subsume de algún modo en la existencia espiritual, puede darnos igual. Nosotros habremos vuelto a casa. Quizás descubramos que hubo otras almas apresadas como nosotros en otros planetas, en otras cárceles como ésta; por las que también anduvo alguna vez un Cristo, recordando a las almas quiénes eran, de dónde procedían...

 

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