jueves, 13 de octubre de 2011

Conocer a Dios


No es imposible conocer a Dios. Se puede conocer al Espíritu. No del todo. Pero se pueden tener indicios. Hay que buscar. Levantar el velo.


Dicen los físicos que hay algo que llaman “agujeros de gusano”, que comunican distintos planos de la realidad. Bueno, hay que buscar esos agujeros y adentrarse por ellos. Hay que buscar las pistas, seguir las intuiciones.


No es fácil. Hay que prestar mucha atención, porque la señal es muy tenue, pero es posible.


Como los cátaros, los místicos encontraron esa vía de comunicación. Conocieron, e intentaron transmitirnos ese conocimiento.


No es imposible la comunicación con el otro lado. A lo largo de los tiempos, el hombre ha ido estableciendo contactos. Y, si prestamos atención a esos canales abiertos, hay cosas que podemos conocer. Podemos también, quizás, establecer nuevos canales.


Es difícil traducir a Dios a un lenguaje familiar. Pero que no podamos describirlo con palabras no significa que no podamos saber nada de él. No estamos totalmente incomunicados. Se trata de una experiencia personal, pero es incluso posible que haya algún modo de expresarla y transmitirla a otros.


Caminando en soledad por senderos poco transitados, de pronto uno puede sentir que no va solo. De pronto se establece una conversación con Dios. Conversación sin palabras. No una oración, sino una especie de inmersión en otra esfera.
De pronto se siente allí una extraña energía, una expansión del espíritu, una fuerza que te llena de bienestar. ¿Por qué? ¿Y por qué allí?
Aquel sitio, algunos sitios, son lugares de fuerza. Lugares, a veces, perdidos en plena estepa, lugares que no aparecen en los mapas, lugares donde nos espera Dios...
Se siente allí de pronto una extraña comunicación con algo que no se puede describir, algo que aporta una sensación de paz y al mismo tiempo de vigor; como si se abriera una puerta para indicar por dónde proseguir la búsqueda.


Esas aperturas pueden producirse también en la soledad del hogar. No es algo que ocurra constantemente; ni siquiera a menudo. Pero a veces ocurre, y siempre hay que estar a la espera de que vuelva a ocurrir. Un instante en el que el relámpago atraviesa la noche y deja ver algo de lo que hay a lo lejos. Sólo un instante. Lo suficiente, quizás, para ratificar que no te has perdido, que puedes seguir avanzando.


A veces pasa tiempo sin que “suceda” nada. O tal vez las propias interferencias mundanas impiden apreciarlo. Es lo que los místicos llamaban “noche oscura del alma”. Entonces hay que ser fuerte. Confiar en seguimos estando en el bando de Dios. Quizás ha habido señales que no hemos sabido entender. Quizás estábamos entretenidos por el tráfago del mundo, desasosegados por problemas terrenales. Hay que recuperar la calma, sacar la barca de la tormenta, confiar en que Dios, si puede, volverá a dar señales de vida.

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