domingo, 25 de septiembre de 2011

El final del camino


¿Por qué nos da miedo la muerte? ¿Por qué es fuente de tristeza? Porque no la entendemos. A fuerza de no querer pensar en ella, se convierte en una desconocida, cuando debería ser nuestra amiga.


Cuando llegamos a ella preparados, la muerte deja de dar miedo. La muerte entonces es la varita mágica que nos permite alzar el vuelo. Liberados de la miseria terrenal que nos impedía abrir las alas, podemos, por fin, volar y dirigirnos hacia la Luz que añorábamos.

Nuestra vida en la tierra debería ser un esfuerzo permanente para ir aligerando el peso, hasta conseguir volar.

Las acciones miserables de las que se alimenta el Daimon chapucero van incrementando el lastre. Se acumulan en el fondo de nuestros corazones, como lodo que va ensuciando el agua, como piedras en nuestra mochila que hacen cada vez más penoso el camino.

Son, con frecuencia, acciones minúsculas que nadie llega a conocer pero que nos van enturbiando más y más la visión, que nos van nublando más y más la memoria hasta hacernos creer que ésta es nuestra única realidad, que la miseria terrenal es nuestra auténtica sustancia.

Con cada minúscula acción miserable fortalecemos al Daimon chapucero y nos alejamos un poco más de la Luz.


Nosotros, nuestra auténtica identidad, forma parte de esa Luz, aunque no lo recordemos. Pedimos, esperamos la ayuda de Dios, sin darnos cuenta de que ese Dios sin materia también necesita nuestra ayuda, de que en ese combate entre los dos Principios nosotros también intervenimos, de que con cada minúsculo acto miserable la niebla se espesa y dificulta crecientemente el contacto con la Luz.


Pedimos y esperamos la ayuda de Dios sin reparar en que en ese combate constante no siempre gana la Luz y en que con cada decisión diaria, con cada elección nosotros tomamos parte en la batalla.

Dios no lo puede todo. Este mundo material es el territorio del Daimon chapucero que lo creó. Este mundo no es el territorio de Dios. Dios consigue infiltrarse en él y comunicarse con nosotros, pero su Reino no es éste.

Éste es el territorio del Mal, el territorio del Dolor, el territorio de la Nada.


El catarismo contempló la muerte como un hecho alegre. Como el momento más feliz de la vida en la tierra. La muerte, si nos encuentra preparados, es lo mejor de la vida. Es la apertura a la vida verdadera. El fin del dolor.

“Un bel morir tutta una vita onora”...

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