jueves, 22 de septiembre de 2011

Buscar a Dios


Somos parte del Espíritu, y el espíritu conoce al espíritu. Pero hay que afinar vista y oído; estar alerta; entrenarse, para percibir los indicios. No sabemos cuándo se van a producir; no sabemos en qué van a consistir.


Ésa es precisamente la búsqueda del Grial: buscar sin saber qué ni dónde. A medida que el corazón se purifica, va siendo capaz de reconocer las señales. En la búsqueda del Grial, la mayoría de los caballeros se perdieron; algunos, como Lancelot, se aproximaron, pero no lo alcanzaron porque su corazón no era puro. Pero las señales existen. Y los dragones también.


Poesía fue toda la construcción elaborada en torno a la búsqueda del Grial. Hoy el asunto se ha convertido en tema para el consumo de masas, convenientemente aderezado con juegos e invenciones. Pero la búsqueda del Grial entendida como búsqueda del conocimiento constituye una de las elaboraciones poéticas más potentes para escenificar ese camino del hombre, esa lucha, ese viaje en pos de algo que no se sabe lo que es, pero que es lo que da origen y sentido al viaje.


¿Quién alcanza plenamente el Grial? Galahad. El hombre puro. Y en ese encuentro con el Grial Galahad muere. Es decir, atraviesa la puerta; pasa a otra realidad.


Es la misma búsqueda de los místicos. El mismo camino. El mismo trascender la realidad terrestre. El mismo anhelo de rasgar el velo.

Hay que recuperar esa poesía. Emprender esa Búsqueda.


Esa Búsqueda constituye la esencia de la enseñanza cátara. Esa Búsqueda es el camino cátaro:

Buscar. Estar alerta a las señales. Preparar el espíritu.


En ocasiones el camino se nubla. Nos parece haber perdido el rumbo. Nos preguntamos el porqué de la búsqueda. Dudamos del sentido del esfuerzo.

Es la noche oscura del alma por la que pasan todos los caminantes.


Poco podemos hacer, en esos momentos, más que seguir buscando. Intensificar la alerta, a la espera del próximo mensaje, no vaya a ser que éste nos pase desapercibido. La señal con frecuencia es débil. Desconocemos qué aspecto tendrá ni qué lenguaje empleará el mensajero. Desconocemos por dónde vendrá, en qué punto del camino nos aguarda. Lo único que podemos hacer es incrementar la alerta, mantener abiertos los canales de comunicación con los ángeles. Asegurarnos de que la materia no los obstruye.


Procedemos de la Luz. De vez en cuando, en este lugar sombrío, tenemos atisbos de lo que fuimos, de la Patria perdida. Esos atisbos son el anhelo que sentimos de algo mejor que no sabemos precisar. Son esos instantes en los que nos parece oir una llamada. Acobardados, nos echamos atrás y seguimos caminando a tientas, sin reparar en que esa llamada marca la dirección.


Hay muchas cosas que no entendemos, pero sí sabemos que hay algo al otro lado de la muerte. Para saberlo, basta con prestar atención. Hay que buscar la soledad y el silencio y prestar atención. Mientras sigamos aturullados con la compañía y el ruido, será difícil que logremos escuchar nada. Pero en la soledad y el silencio, si prestamos atención, acabaremos oyendo algo. Quizás no al principio. Hay que esforzarse. Y, de pronto, escuchas algo, ves algo. Y a partir de ese instante ya no quieres sino saber más de ese sonido tan leve, acercarte a esa vaga claridad, concretar ese estremecimiento.
Ese estremecimiento es lo que nos da constancia de que hay algo más. De que nuestra realidad no es ésta.
Por lo general, hacemos tanto ruido que no oimos nada. Hemos encendido tantas luces artificiales que no distinguimos el auténtico resplandor de la Luz.

Hay que caminar atento a las señales. Porque hay señales, sólo que a menudo no sabemos verlas.


Este mundo terrestre es el lastre del que debemos liberarnos para retornar a la Luz.


¿Qué hacemos aquí? Provenimos de otro sitio. ¿Cómo sabemos esto? Basta con escuchar. Basta con sondear en nuestro interior. Eso es algo que casi nunca hacemos pero, si prestamos atención, escucharemos en nuestro interior la nostalgia de la Patria perdida, el anhelo de volver a ese lugar mejor del que procedemos.
Si estamos atentos, podremos entrever pálidas imágenes de aquel lugar perdido. No es fácil. Hay que concentrarse, apartarse del ajetreo cotidiano, alejarse del ruido. Hay que adentrarse en la soledad, en el silencio, y allí, en el corazón de la soledad, si prestamos atención, podremos empezar a recuperar la memoria.


Sentiremos el incuestionable anhelo de algo mejor. Sabremos, entonces, que pertenecemos a otro sitio, que queremos regresar a la Patria perdida. Lo sabremos, y no importará, entonces, que vengan a discutírnoslo. Nosotros tendremos la evidencia; hemos oído, hemos visto, hemos sentido; sabremos, con la certeza de la evidencia, que no somos de aquí.


No hay que tenerle miedo a la soledad, porque sólo en la soledad el espíritu se nos agudizará lo suficiente como para traspasar la niebla. Son sólo como leves fogonazos. Luego retornamos a la ceguera, pero ya no somos los mismos. Sabemos algo que no sabíamos: Sabemos que hay un lugar del que procedemos y al que deseamos volver.
Sólo cuando hayamos reconocido la Patria perdida y nos hayamos puesto en marcha, cuando vayamos desprendiéndonos de las adherencias terrenales, cuando vayamos deshaciendo los lazos, cuando logremos concentrarnos en las premoniciones lo suficiente como para ir recordando, sólo entonces estaremos en disposición de regresar.


Entre tanto, seguiremos aquí. El Demiurgo seguirá enredándonos, seguirá encandilándonos con los superficiales atractivos de su obra. Seguiremos presos en cárceles terrenales.


El primer paso es recuperar la memoria. El camino ha de ser individual: Nadie puede recordar por ti. Y la búsqueda pasa por el alejamiento del ruido. Mientras permanezcamos inmersos en el ruido atronador de lo terrenal, no podremos oir nada y por lo tanto no sabremos hacia donde ir.


La soledad es una buena compañera. No hay que tenerle miedo. Sólo hay que aprender a conocerla, aprender a hablar con ella, y nos enseñará muchas cosas. Si caminamos con ella, ella nos ayudará a reconocer las señales.


Mientras no recordemos, no podremos volver. Mientras no recordemos, seguiremos lastrados por la carga terrestre, seguiremos encadenados. Cada elección equivocada es un retroceso, cada pequeño acto miserable contribuye a empañar el cristal.


En eso consiste la Búsqueda del Grial: En limpiar el cristal empañado. En limpiar el cristal lo suficiente para que nos invada la Luz.

 

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