viernes, 9 de septiembre de 2011

El lenguaje de Dios


La verdadera poesía no remite a los sentidos (aunque se valga de metáforas, porque la palabra tiene sus limitaciones), sino a la experiencia interior.
Remite a lo mismo que remiten las grandes construcciones artísticas. El Arte, en sus distintas manifestaciones: Poesía, Arquitectura, Pintura, Música...
El Arte no es obra material sino espiritual. En el Arte se da la paradoja de que el espíritu hace uso de la materia para manifestarse.

La verdadera poesía no miente. La verdadera poesía es una vía de conocimiento, que el mundo actual está perdiendo.
La Poesía es una vía de conocimiento, como lo son también las otras formas de Arte. El verdadero Arte, no el negocio del arte.


El Arte es la más alta expresión del ser humano. El catolicismo entendió bien eso. Cuando los campesinos de la Edad Media atravesaban la portada de una catedral, estaban entrando en un espacio inmaterial, en un espacio místico, en un espacio de Conocimiento. Estamos perdiendo esa vía de comunicación, que era potentísima.


Hay otras vías de aproximación a Dios. La meditación puede ser una de ellas. El camino – entendido no sólo como acción de desplazarse de un punto a otro, sino como viaje interior – también lo es. Determinados encuentros con otros seres humanos también constituyen acercamientos a ese conocimiento.


Pero la poesía es una especie de destilación alquímica de la palabra que nos proporciona un lenguaje con el que relacionarnos con Dios. Una destilación alquímica de la palabra y del silencio, porque el silencio también habla, y el silencio también forma parte de la poesía, como de la música. Sin embargo, nuestro sentido poético se está atrofiando.
No se trata de hacer versos. Se trata de la vibración del espíritu. De ese golpecito dado en el borde de la copa, que hace resonar el cristal. Eso es lo que hay que encontrar: el modo de dar ese golpecito.


Eso es lo que buscaban aquellos hombres que en la Edad Media se echaron a los caminos muy ligeros de equipaje: esa vibración, ese golpecito que despierta al espíritu dormido. Los cátaros recorrieron los caminos medievales en busca de un sonido sutil que los condujese Dios. Ese camino, esa búsqueda, ese anhelo, siguen siendo válidos en nuestros días. Aunque hoy el ruido es mucho mayor, y nos costará más distinguir una vibración tan leve.

 

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