Desde los médicos hasta las revistas del corazón.
Desde los gimnasios hasta los programas televisivos. La política, el cine, el
ecologismo...
Desde todas las instancias, en todos los ámbitos se
nos bombardea con el culto al cuerpo, a la naturaleza, a la materia. En ninguna
parte se habla del espíritu.
Nunca la sociedad había prestado tanta atención al
cuerpo. No se trata sólo de mantenerlo en buenas condiciones para que su
funcionamiento nos permita desarrollar adecuadamente nuestras distintas
actividades, sino que ya su cuidado parece ir a convertirse en nuestra
principal actividad, como si fuese a durar eternamente.
Dedicamos al cuidado del cuerpo dinero, tiempo,
esfuerzo. Todo parece poco. Hemos entrado en una absurda carrera contra la
realidad, una carrera que estamos condenados a perder, por mantenernos siempre
jóvenes, siempre sanos, siempre guapos... Anhelo imposible en el que volcamos
nuestras energías, porque la sociedad así nos lo exige.
¿Y el espíritu? Del espíritu, la sociedad no dice
nada. Mientras que nos obsesionamos con el cuidado del cuerpo, el espíritu
queda completamente desatendido. La enfermedad, la “fealdad” del espíritu nos
es indiferente.
¿De qué nos sirve llegar a la muerte con un cuerpo
“perfecto”, si el espíritu en cambio no ha recibido ningún cuidado?
Con o sin horas de gimnasia, con o sin productos
para la piel y el cabello, con o sin operaciones de cirugía estética, nuestros
cuerpos van a morir. Al final nos encontraremos con un cadáver impecable. ¿Y el
espíritu que habitó ese cuerpo? Eso no parece importarle a nadie. Esta sociedad
que tanto se preocupa por los cuerpos, se ha olvidado de los espíritus.
Dedicamos muchas horas y atenciones a mantener algo
cuyo destino es pudrirse, y desatendemos nuestro verdadero ser.
Pese a que la muerte física es la más indiscutible
de las realidades de este mundo, ésta siempre parece cogernos por sorpresa.
Porque la sociedad se ha empeñado en que no pensemos en ella.
Si el tiempo que dedicamos a que nuestros cuerpos
se ajusten a un estereotipo impuesto, lo dedicáramos a prestar atención al
espíritu, podríamos llegar a la muerte con alegría. Entonces la muerte no sería
sino el último paso en el proceso de aprendizaje, la apertura de la puerta de
entrada.
Cuidar el cuerpo para que “no nos moleste”, para
que funcione lo mejor posible, nos puede permitir una mayor atención al
espíritu. Pero convertir el cuidado del cuerpo en nuestro principal objetivo, a
lo único que nos conduce es a llegar a ser un cadáver con buen aspecto.
En ninguna parte se habla del espíritu. Ni siquiera
los sacerdotes hablan del espíritu. Las insulsas predicaciones de los sacerdotes
también están centradas en este mundo, como si quisieran congraciarse con una
sociedad que sólo piensa en la materia. Predicaciones vacías y rutinarias sin
capacidad para conmover, para alimentar los espíritus, para ilusionar.
Predicaciones repetitivas y tibias que en nada ayudan a que los espíritus
despierten, que parecen tener miedo a hablar de lo esencial, que se han
acomodado a la inanidad circundante.
Hasta los sacerdotes parecen haber acabado por
creer que basta con cuidar la materia.