Y nuevamente me
hizo subir, al segundo cielo.
Allí vi, como en
el primer cielo, ángeles a derecha e izquierda y un trono en medio, y oí las
alabanzas de estos ángeles del segundo cielo.
Había gran
gloria en el segundo cielo.
Caí de bruces
para adorar, pero no me dejó el ángel que me guiaba. Me dijo:
“Por esto he
sido enviado, para instruirte; no adores a ningún trono ni ángel de los seis
cielos hasta que yo te lo diga en el séptimo cielo. Pues encima de todos los
cielos y sus ángeles está dispuesto tu trono, tus vestiduras y tu corona, que
has de ver”.
Me regocijé
sobremanera, pues los que aman al Altísimo y a su Amado ascenderán allí en sus
postrimerías por obra del ángel del Espíritu Santo.
Allí no se hace
mención a este mundo.
Se transfiguraba
mi rostro gloriosamente según iba ascendiendo a cada cielo.
Pregunté al
ángel que estaba conmigo:
“¿Nada de aquel
mundo vano se menciona aquí?”.
Me respondió
así:
“Nada se
menciona a causa de su insignificancia, pero nada queda oculto de lo que allí
se hace”.
Quise averiguar
cómo se sabe, mas me respondió así:
“Cuando te suba
al séptimo cielo - de donde he sido enviado -, que está por encima de éstos,
conocerás que nada se oculta a los tronos, a los que moran en los cielos, ni a
los ángeles”.
La alabanza que
cantaban y la gloria del que se sentaba en el trono eran superiores, y los
ángeles de la izquierda y la derecha tenían más gloria que los del cielo
inferior.
El que se
sentaba en el trono tenía más gloria que el del cuarto cielo. La gloria del que
se sentaba en el trono era mayor que la de los ángeles, y su alabanza más
gloriosa que la del cuarto cielo.
Alabé entonces
al Inefable, al Único, que habita en los cielos, cuyo nombre no es conocido a
ningún mortal. El que ha dado tal gloria a los ángeles de los distintos cielos,
y multiplica la gloria del que se sienta en el trono.
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