Ascenso al sexto cielo.
Me hizo subir el ángel a la atmósfera del sexto cielo, y vi una gloria que no había visto en el quinto. Vi ángeles que eran de gran gloria, y la alabanza allí era santa y admirable.
Me hizo subir el ángel a la atmósfera del sexto cielo, y vi una gloria que no había visto en el quinto. Vi ángeles que eran de gran gloria, y la alabanza allí era santa y admirable.
Dije al ángel
que me guiaba: “¿Qué es lo que veo, mi Señor?”
Me respondió:
“No soy tu señor, sino tu compañero”.
Nuevamente le
pregunté: “¿Cómo es que no hay trono?”
Volvió a
responder: “A partir del sexto cielo ya no hay trono. Las órdenes las reciben
los ángeles del poder del séptimo cielo, donde mora el Inefable y su Elegido,
cuyo nombre no es conocido ni puede saberlo ninguno de los cielos, pues solo Él
es Aquél a cuya voz todos los cielos y tronos responderán. He recibido poder y
he sido enviado para hacerte ascender aquí, para que veas esta gloria”.
Me hizo subir al
sexto cielo.
Allí todos
nombraban al Padre primero, a su Amado (Cristo), y al Espíritu Santo, todos al
unísono. Su voz no era como la de los ángeles de los cinco cielos, ni como sus
palabras, sino que allí eran otras. Había mucha luz. Cuando estaba en el sexto
cielo se antojaron tinieblas las luces que había visto en los otros cinco.
Me regocijé y
alabé al que ha concedido semejantes luces a los que esperan su promesa, e
imploré al ángel que me guiaba no volver más al mundo carnal. Pues he de
deciros, Ezequías, Jasub, hijo mío, y Miqueas, que es mucha aquí la tiniebla.
Mas el ángel que
me guiaba supo lo que yo había pensado y dijo: “Si te has regocijado con estas
luces, cuánto más gozarás en el séptimo cielo cuando veas las vestiduras, tronos
y coronas dispuestas para los justos, pues la luz de allí es grande y
maravillosa. Y en cuanto a lo de no volver tú a la carne, aún no se han cumplido
tus días para venir aquí”.
Oyendo esto, me
entristecí, mas él me dijo: “No te entristezcas”.
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