Salva al hombre,
Señor, en esta hora
horrorosa, de
trágico destino;
no sabe adónde
va, de dónde vino
tanto dolor, que
en sauce roto llora.
Ponlo de pie,
Señor, clava tu aurora
en su costado, y
sepa que es divino
despojo, polvo
errante en el camino,
mas que tu luz
lo inmortaliza y dora.
Mira, Señor, que
tanto llanto, arriba,
en pleamar,
oleando a la deriva,
amenaza
cubrirnos con la Nada.
¡Ponnos, Señor,
encima de la muerte!
¡Agiganta,
sostén nuestra mirada
para que
aprenda, desde ahora, a verte!
Blas de Otero
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